Lo conocí a inicios de los años 90 del siglo pasado. Fue cuando yo andaba procurando conocimiento acerca de la cosmovisión maya q’eqchi’ más allá de lo escrito para entonces. Y encontré a la persona indicada. Don Tono era un aj kamolbé: un guía, un cabeza de comunidad, un aj jolomná.
Teníamos cerca de 12 años de no vernos ni saber uno del otro. Así que grato fue el diálogo en torno a un café que nos tomamos al terminar la entrevista médica que sostuvimos en mi consultorio. Al salir nos dirigimos a un pequeño merendero y allí platicamos de todo aquello que las cuatro paredes de una clínica no permiten tratar holgadamente.
El tema político abrió la plática. Me percaté de que su edad no le ha impedido estar al tanto de todo lo que está aconteciendo en nuestra patria, y, haciendo acopio de sus conocimientos ancestrales aunados a su experiencia de navegación, me dijo: «No sabemos dar pasos atrás. Vemos la tormenta enfrente y no le cambiamos rumbo al barquito. Nos metemos en la tempestad con la misma ignorancia de la vez pasada».
Luego pasó a argüir sobre la terquedad de los guatemaltecos. Con una claridad inigualable me expuso: «La situación está como está porque los mañosos saben manipular las leyes y la Constitución para sus malos propósitos. ¿Por qué no manejamos nosotros las leyes para sacar a los mañosos?». A la sazón me vino a la mente esa postura que se ha esgrimido en cuanto mantener a troche, moche y desmoche la fecha de las elecciones para no violentar la Constitución. E inmediatamente me pregunté: ¿Valdrá la pena mantener ese rumbo sabiendo que vamos hacia una tempestad con «la misma ignorancia de la vez pasada»? ¿O habrá una manera de postergar las elecciones sin violentar nuestra Carta Magna?
Mi desconcierto provocó que don Antonio Tut se obstinara en hacerme notar otra característica, válida creo, para todos los centroamericanos: no aprendemos de nuestros desastres. Rememoró el terremoto de 1976 y me indicó que ya hay muchos signos con los cuales la madre Tierra está anunciando un nuevo remezón. Don Antonio no sabía del sismo del día anterior, que, según el Insivumeh, fue de 4.8 grados en escala de magnitud de ondas de cuerpo, una gradación desconocida para él y para mí. Pensé entonces que otro terremoto similar al de San Gilberto provocaría una mortandad mayor. No tenemos siquiera planes locales de mitigación.
Al calor del café, y un poco más palabreros por la cafeína, caímos en la cuenta de que los tres escenarios tratados estaban en relación con instantes decisivos de la vida propia y del devenir estatal. Y concluimos que para ninguno estábamos preparados.
Trató acerca de un cuarto tablado. La discordancia entre el aquí y el ahora de la ruralidad y lo que se noticia en los medios de comunicación. «Te tapan los ojos, te tapan los oídos y no podés sentir», me dijo con cierta ansiedad. Y me hizo notar que no es un hecho producto de la casualidad, y menos de la improvisación. «Es algo preparado y retorcido», me dijo con mucha parsimonia.
Tonito Isem, su bisnieto de 14 años, entró en ese momento al cafetín para recordarle que debían volver a Izabal. Nos dimos un fuerte abrazo y me anunció: «Otros 12 años no los paso en esta vida, pero siempre estaré contigo». La nostalgia me invadió y rio cuando notó la humedad de mis ojos.
Antes de subirse al taxi que los llevaría a la terminal de buses me preguntó si, como años atrás, compararía lo dicho por él con lo que yo leía. En aquellos días yo estaba estructurando una tesis de maestría en Educación Superior. Le respondí que no. No en ese momento. Mi congoja no me dejaba recordar. Lo entendió. Y ayer domingo, hurgando entre mis libros, encontré del filósofo Henri Bergson: «Pero la verdad es que nuestro espíritu puede seguir la marcha inversa. Puede instalarse en la realidad móvil, adoptar la dirección siempre cambiante, captarla, en fin, intuitivamente […]».
Quizá guías como don Antonio Tut, aj kamolbé de la mejor cepa, podrían llevarnos a mejor destino que los variopintos candidatos que tenemos en ciernes para el próximo 6 de septiembre.
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