Describir o etiquetar a un pueblo tan diverso y tan grande como el estadounidense puede ser un error fatal, pero cuando existen características de la vida en sociedad, que son propias de un país y muy distintas de las del propio, es común etiquetar.
La conciencia comunitaria la entiendo como el reconocer que existe un nosotros, y que en tanto y en cuanto los demás estén bien, yo voy a estar bien también. Reconocer que mi bienestar depende del bienestar de los demás y que ex...
Describir o etiquetar a un pueblo tan diverso y tan grande como el estadounidense puede ser un error fatal, pero cuando existen características de la vida en sociedad, que son propias de un país y muy distintas de las del propio, es común etiquetar.
La conciencia comunitaria la entiendo como el reconocer que existe un nosotros, y que en tanto y en cuanto los demás estén bien, yo voy a estar bien también. Reconocer que mi bienestar depende del bienestar de los demás y que existe un deber de devolver es parte esencial de este valor. Es por ese concepto que nunca pensé que alguna vez fuera a calificar a los gringos así. La competencia en la academia y en lo laboral, el libre mercado y el individualismo nos hacen creer que la fuerza de ese país radica, exclusivamente, en esas características.
Sin embargo, considero que aparte de esas características también existe una legítima preocupación por el prójimo. Y éste es un pegamento social que les ayuda a construir un imaginario de nación. La conciencia comunitaria se refleja desde el ciudadano y, muchas veces, pero no tan claramente desde el gobierno como reflejo de ese valor ciudadano.
Devolver (give back) no es un verbo desconocido para los estadounidenses. Hace poco en una visita al zoológico en Washington, que dicho sea el caso es parte del instituto Smithsoniano que son gratis gracias a una donación privada, vi a un niña pidiéndole dinero a su papá para donar al zoológico y que pudieran continuar con una investigación sobre pandas. El papá no lo dudo y sacó el billete. A mi me llamó la atención el acto, pero me hizo reflexionar que ésta era una actitud muy común.
A gran escala, las empresas estadounidenses tienen una serie de proyectos en los que se fomenta la vida en comunidad. Mi ejemplo favorito es que todas las tardes en el teatro más grande en DC existe un show artístico gratis y abierto para todo el público. El proyecto se llama Millenium Stage y es muy exitoso, para turistas y para los habitantes de la ciudad quienes ahí comparten y se apoderan de la ciudad. El programa es financiado por dos grandes corporaciones.
En Estados Unidos es común ver jardines comunitarios, que consiste en utilizar un área del barrio para plantar vegetales que posteriormente se donan a hogares. Los voluntarios son los vecinos. En las universidades también es impresionante ver la cantidad de proyectos de voluntariado que existen, desde traducciones hasta visitas a ancianos. El internet ha facilitado la donación a gran escala y cualquiera puede pedir donaciones para proyectos a través de espacios como Kickstart.
En general no se concibe la vida sin aportar algo, además de lo que hacemos para nuestro beneficio individual. Hermann Hesse decía que “Cualquier promoción de un discípulo capaz de brillar pero no de servir, representa, en realidad un perjuicio para el bien común, una suerte de traición al espíritu”. En Guatemala creo que nos falta trabajar en esa conciencia que poco tiene que ver con ideologías. Tenemos que exigirnos y exigir de quienes admiramos este tipo de actitud para tener una mejor convivencia.
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