El narcisista empresario del entretenimiento supo leer y capitalizar la frustración de millones de estadounidenses y ser el portavoz de las causas profascistas de una buena mayoría de ellos para su propio beneficio.
Azuzó y amalgamó a grupos variopintos de la extrema derecha que buscan acelerar el colapso del Gobierno por medio de la violencia en masa. Entre dichos grupos figuran agrupaciones acérrimamente antigubernamentales que defienden su derecho casi sacrosanto a portar armas, religiosos judeocristianos fundamentalistas, aquellos que se han casado con teorías hechizas como la de Q-Anon y las de otras organizaciones que presuntamente conspiran contra la verdad y la subvierten, y grupos paramilitares neonazis o racistas que, como vimos, llegarán hasta las últimas consecuencias con tal de defender, en nombre de la libertad, su susodicha supremacía blanca. En realidad, lo que hemos atestiguado son más bien actos de barbarie similares a los que algunas tropas estadounidenses realizaron durante la invasión a Irak, cuando destruyeron salvajemente gran parte del patrimonio histórico y cultural de ese país.
Pero ya no hay que ir a buscar más allá de las fronteras: el enemigo es interno y se ha sostenido silenciosamente. En 2019, el Southern Poverty Law Center (SPLC) calculó 940 grupos de odio a lo largo y ancho del país, un tercio más que a inicios de siglo. Solo el pequeño distrito de Columbia, sede de las tres ramas del Gobierno, alberga 19 de ellos.
Estas fuerzas extremistas han sabido enquistarse en un sistema democrático que parece cada vez más frágil. Según un estudio citado por el mismo SPLC, más de la mitad de los estadounidenses no están satisfechos con la democracia, lo cual también ha contribuido a una creciente aceptación de la violencia como un medio para lograr objetivos políticos. Así, dichas fuerzas han visto una fisura en la desconfianza de los estadounidenses hacia sus instituciones y representantes y se han colado por ella como lo hicieron las hordas que tomaron por asalto el Capitolio. Este presidente vino para abrir la cloaca.
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Como bien anota el Washington Post, la «carnicería estadounidense» que el presidente quería enterrar al inicio de su mandato ha resucitado. Y lo ha hecho bajo la forma de un caos institucional que pone en peligro no solo el traspaso pacífico y ordenado del mando presidencial, sino también la supervivencia misma del sistema democrático del país, que por siglos se ha considerado a sí mismo como uno excepcional, como la luz de la democracia en el mundo, especialmente ante la región latinoamericana.
A menos de diez días de la toma de posesión de Joe Biden y Kamala Harris (acto al cual el sedicioso mandatario ha declinado asistir), el país se encuentra en la encrucijada. El Congreso tiene en sus manos una miríada de recursos legales. Se hablaba de invocar la Enmienda 25 de la Constitución, por la cual ya no hay apetito en el gabinete y en el Senado, pero también de hacer que el mandatario renuncie ante un potencial juicio político a cambio de un perdón del vicepresidente Pence.
Por otro lado, el Congreso está decidido a entablar otro proceso de destitución para que estos actos criminales incitados por Trump no queden en la impunidad, con lo cual mandaría un mensaje claro a sus fervientes seguidores de cero tolerancia a la insurrección. Sin embargo, esto no podría proceder sino hasta un día antes de la toma de posesión de Biden y Harris, con el peligro de que el mandatario prosiga alentando más actos desestabilizadores. Los próximos días serán decisivos.
En mi último artículo esperaba que nos encontráramos en otra ribera. Pero parece que ahora nadamos en aguas más turbias. La victoria de Biden es solo un pequeño respiro de la democracia, aseguraba Bernie Sanders poco antes del golpe. Creo que para sacar dicha democracia del intensivo es necesario seguir insistiendo en un nuevo contrato político-social, que ataque de raíz los factores de incertidumbre e inestabilidad que alimentan el descontento de la población, entre ellos las inequidades económicas y raciales que hoy desnudan la fragilidad de la otrora potencia mundial.
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