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Desmontando al macho guatemalteco

Según Landaverry, “la relación sexual se considera como una obligación de la mujer”, al punto de que en algunas comunidades se legitima el incesto, ya que los padres creen que el hombre tiene derecho a tener relaciones con la mujer que le plazca, sin importar de que se trate de su propia hija. La mayoría de los hombres que asistieron a sus talleres culpan a las mujeres que sufren una violación y afirman que “se lo buscó” por usar atuendos provocadores, entre otras conductas.
En Piedra Parada, las inequidades de género se han normalizado a tal grado de que las comadronas cobran Q50 por asistir un parto cuando el bebé es de sexo femenino y Q100 cuando es de sexo masculino.
De ahí nace la idea de que llegue a cada comunidad alguien que hable con ellos de hombre a hombre y los convenza de que no por alzar la voz y golpear la mesa se es más hombre.
En una aldea donde las prácticas culturales heredadas de padres a hijos, durante siglos, no se pueden cambiar de un día para otro.
Uno de los participantes dijo que “a veces se iba al monte a llorar para que no lo vieran”.
“Muchas veces las madres quieren más al varón y a la mujercita no le ponen atención”, afirma Santos Mantar.
Dibujan al hombre que quisieran ser o al hombre que la sociedad les ha hecho creer que deben emular.
Participantes del taller de Piedra Parada, Jocotán.
“Acá los hombres no usan el pelo largo; acá para que sean hombres tienen que tener una cicatriz”.
Los hombres no están acostumbrados a expresar afecto hacia otros hombres y rehúyen el contacto corporal.
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Desmontando al macho guatemalteco

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No está mal visto golpear a una mujer si ella “cometió un error”, llevar el pelo largo es inaceptable, los hombres no lloran… Éste parece un listado de clichés añejos, pero que en Guatemala son la caricaturesca cortina que esconde la profunda discriminación y la rabiosa violencia. Una serie de talleres de género, impartidos por hombres para hombres, en 12 municipios del país, intentan cuestionar los patrones arraigados del macho, y sirven para reflexionar y revelar cómo se vive y se construye la masculinidad en Guatemala.

Los hombres de Piedra Parada van llegando al pequeño salón comunitario uno a uno, a cuentagotas. Son apenas las ocho de la mañana pero la temperatura ya comienza a subir, presagiando el intenso y sofocante calor que se sentiría unas horas más tarde, cuando el sol llegará a su apogeo.

Algunos habían caminado durante casi una hora por las veredas polvorientas de la aldea, desde pequeñas parcelas donde raquíticas matas de maíz, frijol y café se asoman entre las piedras.

A Byron Chivalán, el joven académico que los esperaba desde temprano, le extraña que no entren al salón. Tal vez están esperando a que llegue el líder del Concejo Comunitario de Desarrollo (COCODE), la máxima autoridad política en la aldea, piensa, y decide aguardar unos minutos más hasta que unos 20 hombres se congregan afuera del salón.

Pero siguen plantados afuera, mirándo de arriba abajo a Chivalán y escudriñando cada detalle de su físico con aire de desconfianza: el rostro ovalado, la piel de tono acanelado, los anteojos, el cabello negro recogido en una pequeña cola de caballo y el atuendo casual, pero demasiado pulcro para ser de un campesino.

“Buenos días señores, ¿Qué les parece si entramos?”, dice Chivalán tratando de esbozar una sonrisa. Pero en vez de entrar permanecen ahí, de pie, con los brazos cruzados y las piernas ligeramente abiertas. Ninguno devuelve el saludo y la pregunta se queda suspendida en el aire hasta que uno de los hombres rompe el silencio con una pregunta: “¿Vos por qué llevás el pelo largo? ¿Acaso sos mujer, pues?”. Y antes de que el joven pueda responder, agrega: “Acá los hombres no usan el pelo largo; acá para que sean hombres tienen que tener una cicatriz”.

Chivalán mira al que acaba de hablar, un hombre con el rostro curtido por el sol, que lleva botas y sombrero, y comprende que involuntariamente y sin haber pronunciado una sola palabra ha desafiado una norma no escrita en el lugar. Su cabello largo lo hace diferente, “enciende la alarma social y al salirse del prototipo que ellos resguardan”, como él explica posteriormente. Peor aún, piensan los hombres de Piedra Parada, este individuo, que para ellos parece estar medio disfrazado de mujer, viene, según les ha dicho la seño Rosanely, a hablarles sobre el significado de ser hombre. A ellos les suena como un chiste de mal gusto.

Chivalán llama a Rosanely Cruz, la coordinadora de la Colectiva para la Defensa de los Derechos de las Mujeres en Guatemala (Codefem) para el área de Chiquimula. Oriunda de Jocotán, el municipio al que pertenece Piedra Parada. La seño Rosanely no es vista por los hombres de la comunidad como cualquier otra mujer. Es La Licenciada, con una “L” mayúscula, una mujer que viene del municipio pero que fue a la universidad, mientras que la mayoría de ellos ni siquiera han terminado la primaria, una mujer que convoca reuniones y gestiona proyectos. Todo esto la coloca en un plano muy distinto al de sus esposas, mujeres cuyo papel estaba claramente definido: caminar durante varias horas bajo el sol para ir a traer agua, moler el maíz, colocar las tortillas sobre el comal, lavar la ropa, cuidar a los hijos y servirle la comida al marido cuando llega a casa. Rosanely Cruz es mujer pero es otro tipo de mujer y como la ONG que representa gestiona recursos para la comunidad, hay que escucharla.

Santos Mantar es el líder de la comunidad, el hombre, el mandamás, y para que eso quede claro le ha dicho a Rosanely Cruz que convocará a los integrantes del Cocode siempre y cuando se les sirva un almuerzo de pollo frito, papas y Super Cola. No es una petición sino una exigencia.

El trabajo de Codefem se enfoca en fomentar la participación de la mujer en los Cocodes, de manera que se involucren activamente en la toma de decisiones y en la gestión de proyectos de desarrollo para la comunidad. Durante los talleres se les ha hablado de equidad de género, de empoderamiento y de ciudadanía, pero en muchas ocasiones manifiestan que de nada les sirve enterarse de que tienen derechos si sus esposos hacen caso omiso de ello y no las dejan participar. En Piedra Parada, las inequidades de género se han normalizado a tal grado de que las comadronas cobran Q50 por asistir un parto cuando el bebé es de sexo femenino y Q100 cuando es de sexo masculino. Las mujeres, desde que nacen, se acostumbran a la subordinación. 

De ahí nace la idea de que llegue a cada comunidad alguien que hable con ellos de hombre a hombre y los convenza de que no por alzar la voz y golpear la mesa se es más hombre. Entre 2011 y 2012, Codefem impartió talleres de masculinidad en 12 municipios de Huehuetenango, Quiché, Sololá y Chiquimula, en los cuales participaron más de 500 hombres adultos y adolescentes.

Pero, como se evidencia en este día, en una aldea donde las prácticas culturales heredadas de padres a hijos, durante siglos, no se pueden cambiar de un día para otro como quien le extrae el disco duro a una computadora e inserta uno nuevo.

Cruz habla con los hombres en un tono firme y enérgico y cuando se va, los hombres entran al salón, uno por uno, y antes de sentarse ponen el machete bajo la silla. En Piedra Parada, el machete, más que un simple utensilio de trabajo, es un símbolo de poder y de hombría. Al dejarlo bajo la silla, están accediendo a una tregua.

Una vez superada la hostilidad inicial, cada uno de los asistentes se presenta y Chivalán les pregunta si saben por qué se está realizando este taller. Responden, como niños regañados, que la seño Rosanely dice que tienen que asistir porque deben superar su machismo.

¿Nacen hombres o se hacen hombres?

Chivalán les dice que imaginen a un marciano recién llegado de otro planeta. “¿Cómo le explicarían lo que es un hombre y una mujer? ¿Cuáles son sus características?”, les pregunta.

Los hombres de Piedra Parada comienzan a enumerar una serie de características que asocian a la masculinidad como “el hombre es responsable y valiente”. Luego los divide en grupos y les pide que dibujen el cuerpo de un hombre. Algunos dibujan la silueta de un cuerpo fornido con bíceps abultados que se asemejaba más a Jean-Claude Van Damme que a su propio físico enclenque. Dibujan al hombre que quisieran ser o al hombre que la sociedad les ha hecho creer que deben emular.

Chivalán les pide que señalen, en el dibujo, las partes más importantes del cuerpo masculino. Algunos señalan las manos con las cuales agarraban el machete y otros instrumentos de trabajo y con las cuales también les pegan a los niños para “educarlos y corregirlos”. Chivalán aprovecha el momento para preguntarles si ésa es la mejor manera de educar a un niño y entre el grupo surge una discusión sobre el tema. A continuación, Chivalán les muestra un cortometraje titulado De tripas corazón sobre un padre que lleva a su hijo adolescente a los bares como un “rito de iniciación”.

Chiquimula es el departamento con el mayor número de muertes violentas, con una tasa de 89 por cada 100 mil habitantes, seguido por Escuintla, Zacapa y Guatemala, según  los datos del analista Carlos Mendoza.

En Piedra Parada, esa violencia está estrechamente ligada con el consumo de alcohol, principalmente la chicha, un licor elaborado a base de maíz fermentado. “Yo agarré el vicio a los diez años. Mi papá me ofreció el primer trago y chupamos”, afirma Francisco Escalante, de 50 años.

“(Mi padre) nos pegaba; tenía el vicio de la embriagarse con bebidas clandestinas. A mi mamá le pegaba. Uno de patojo sentía miedo,” agrega Arturo Interiano, de 40 años, de la aldea de Dos Quebradas, en el vecino municipio de Camotán. A través de sus relatos, surge el retrato de una masculinidad aprendida, de patrones de conducta que marcaron su infancia, pero que frecuentemente repiten con sus propios hijos. 

Antonio Ramírez, de 23 años, habla de la presión social que se genera entre grupos de hombres para adoptar determinadas conductas. El hombre es hombre en la medida que es reconocido como tal por sus pares y aquél cuyo comportamiento difiere del de los demás, se convierte en objeto de mofas. “Cuando un hombre no quiere tomar le dicen ‘¿Por qué no tomás? es porque la mujer te manda’”, dice Ramírez.

El experto en temas de género, Roberto Landaverry, otro de los capacitadores de Codefem, asegura que en San Andrés Sajcabajá, Quiché, uno de los participantes llegó al taller tambaleándose de borracho y a mitad de la sesión se cayó de la silla.

Algunos hombres aseguran que la influencia de las iglesias ha contribuido a reducir el alcoholismo en la comunidad. “Mis papás tomaron, también a mi mamá le gustaba, pero luego asumieron el compromiso de la iglesia”, asevera Ramírez.

Pero según Rosanely Cruz, de Codefem, lo que ha sucedido es que la influencia de las iglesias ha hecho que el consumo de alcohol sea menos socialmente aceptable que antes, es decir que los hombres siguen emborrachándose pero no se atreven a admitirlo abiertamente.

Actualmente, 17 familias de Piedra Parada reciben las transferencias mensuales de Mi Bono Seguro, el programa creado bajo la administración de Álvaro Colom con el nombre de Mi Familia Progresa, con el objetivo de romper la transmisión inter-generacional de la pobreza mediante incentivos monetarios que se otorgan bajo la condición de que los hijos asistan a la escuela y a chequeos médicos regulares. Bajo el esquema original, eran las mujeres quienes recibían las transferencias, ya que según los estudios sobre este tipo de programas eran más responsables en el manejo de los recursos. Sin embargo, bajo la gestión de Otto Pérez Molina, las reglas del programa se modificaron de manera que ahora los hombres también pueden ser beneficiarios.

Cruz asegura que cuando el hombre recibe el dinero suele gastárselo en alcohol -de hecho, en la cabecera municipal de Camotán no tardó en abrir sus puertas un tugurio llamado Mi Cantina Progresa-, y cuando es la mujer quien lo recibe, el esposo frecuentemente la golpea para arrebatarle el dinero. “A una mujer le quemaron la casa por no darle al hombre el dinero y otra se envenenó con pastillas para curar maíz (fotoxín, un químico para combatir el gorgojo) porque el esposo no la quiso llevar el día que fue a cobrar, como dicen ellos. Sabía que el hombre se iba a gastar el dinero”, afirma Cruz.

Cuando Cruz le mencionó estos casos a un funcionario del Ministerio de Desarrollo Social (Mides), creado bajo este gobierno para coordinar los programas sociales, simplemente se encogió de hombros y dijo: “Que denuncien. Si ahora la ley está a favor de la mujer”. Pero Cruz afirma que las víctimas jamás denuncian estas agresiones porque temen que el gobierno les retire las transferencias.

Todos los hombres que participaron en el taller admiten que la violencia doméstica es parte de la vida cotidiana en la comunidad, aunque ninguno de ellos admite haber golpeado a su esposa. “Toman trago y andan buscando lío, a las mujeres las golpeyan (sic)”, afirma Escalante.

“Hay hombres que golpean a una mujer hasta por gusto, sin ningún defecto. El hombre no debe pegarle a la mujer por gusto”, agrega Ramírez. Cuando se le pregunta a qué se refiere con pegarle a una mujer “por gusto”, explica: “Un hombre no debe pegar sin un debido delito, pero si una mujer ha cometido un error es por su propia culpa”.

Se iba al monte a llorar

Para destensar el ambiente, el taller incluye varios juegos como pasarse una naranja sin dejarla caer y sin usar las manos, lo cual obliga a los participantes a utilizar el cuello y los codos, y a tocarse, algo que no están acostumbrados a hacer.

El trato entre hombres, explica Chivalán en una entrevista realizada después del taller, está marcado por la rudeza, el fuerte apretón de manos y las palabras soeces. Los hombres no están acostumbrados a expresar afecto hacia otros hombres y rehúyen el contacto corporal.

Juegos como el de la naranja, los conducen hacia una discusión sobre cómo se expresan las emociones y algunos de los participantes cuentan que cuando habían sufrido la pérdida de un padre, sintieron ganas de llorar, pero los frenaba una vocecita interior que les decía “un hombre no llora”.

Roberto Landaverry, que impartió el mismo taller en el municipio de Olopa, Chiquimula, recuerda que uno de los participantes dijo que “a veces se iba al monte a llorar para que no lo vieran”.

Ana María Álvarez, directora de incidencia de Codefem, cita el insólito caso de un hombre de San Juan La Ermita, Chiquimula, que llegó a un taller de sanación emocional para mujeres, y rompió en llanto cuando comenzó a contar cómo sus padres, de niño, lo habían golpeado hasta hacerlo sangrar y luego lo habían abandonado. Para Álvarez, este tipo de casos demuestran cómo el machismo también ejerce violencia sobre el hombre, al castrarlo emocionalmente e impedirle que exprese emociones humanas.

¿Y las mujeres? ¿No contribuyen a perpetuar el machismo cuando le inculcan a sus hijos que “los hombres no lloran” o cuando los eximen de participar en las tareas domésticas como cocinar, lavar y planchar? “Muchas veces las madres quieren más al varón y a la mujercita no le ponen atención,” afirma Santos Mantar, presidente del Cocode de Piedra Parada.

“El hombre no es hábil en los oficios domésticos. A uno no le han enseñado a hacerlo. Más me enseñaron a agarrar un machete”, dice Silverio Martínez, 27 años, de Dos Quebradas, Camotán.

Ray del Romero, presidente de la Organización Multidisciplinaria Latinoamericana de Estudios de Masculinidades (OMLEM), explica que la masculinidad es una construcción social y por lo tanto “las mujeres también construyen masculinidades” preparando a sus hijos para dominar a las mujeres tal y como lo hace su familia y la sociedad que la rodea.

El hombre como proveedor

Una de las principales causas de dolor y frustración en sus vidas es la incapacidad de cumplir el papel que la sociedad les ha asignado como proveedores. Se les ha inculcado que la paternidad es una parte integral de ser hombre y que un buen padre es aquél que sale a trabajar y provee lo que su familia necesita. Pero en un municipio donde el 82.13 por ciento de los habitantes viven bajo la línea de pobreza, según cifras de la Secretaría de Planificación y Programación de la Presidencia (Segeplan), ese modelo de masculinidad se forja en un contexto de precariedad. Como resultado de ello, el hombre muchas veces se siente incapaz de desempeñar ese papel y la frustración que se genera frecuentemente se canaliza a través de conductas violentas, asevera Chivalán.

Pero Chivalán también advierte que “las ONG han estigmatizado el tema de género en las comunidades”, ya que al establecer una correlación entre la violencia doméstica, la pobreza y los bajos niveles de escolaridad, lo convierten en un problema de pobres.

La tesis doctoral “Experiencia de la masculinidad: la visión de un grupo de hombres guatemaltecos” de la psicóloga Sandra Luna, de la Universidad del Valle de Guatemala (UVG), se basa en entrevistas con cinco hombres, entre 27 y 49 años, todos graduados universitarios, que se definían como ladinos o mestizos. A pesar de que el perfil socioeconómico de estos hombres es muy distinto al de los hombres de Piedra Parada, el estudio arroja hallazgos similares.

“La paternidad juega un papel muy importante para ellos y cobra varios matices: ser protectores de sus hijos, velar por su educación, darles un buen ejemplo como el que ellos recibieron de su padre, moldearles una imagen que puedan seguir”, afirma el estudio.

En entrevista con Plaza Pública, Luna asegura que también ha podido observar esta conducta entre sus pacientes: “Uno de los conflictos en las parejas surge cuando el hombre se queda sin trabajo, se empieza a desgastar su identidad. Genera situaciones que van desde trastornos mentales, depresiones, ansiedad y alcoholismo”.

Otro estudio, “Tensiones y Respuestas del Modelo Dominante de la Masculinidad en Estudiantes de la Universidad de San Carlos de Guatemala”, de Jorge Batres, Ana Ortiz y Byron Chivalán, publicado en 2011, se basa en entrevistas con 1,137 estudiantes universitarios. El 51% tenía un empleo, el 92% eran solteros, y el 66% se definía como mestizo.

La educación universitaria influye en la muestra, ya que se manifiesta una apertura mucho mayor a la idea de que la mujer pueda tener un trabajo remunerado fuera del hogar y sólo un 8% piensa que “el lugar del hombre está en el trabajo y el de la mujer en la casa”.

Entre los entrevistados, la preocupación por la proveeduría es menor pero sigue siendo importante. Un 53% está de acuerdo o muy de acuerdo con la afirmación “el hombre es quien debe dar dinero para la crianza y cuidado de los hijos”, un 50% piensa que “el hombre es el principal responsable de mantener el hogar” y el 88% piensa que “todo hombre debe ser capaz de mantener económicamente a su pareja”.

Raydel Romero, presidente de la OMLEM, coincide con estos hallazgos. “Se habla de que la violencia es cosa de espacios de clase baja, y no es así. En jóvenes de clases socioeconómicas altas y bajas, el factor de éxito económico es igual, es algo inmutable, el éxito económico es poder y el poder significa masculinidad. Va asociado a la conquista sexual, a los varones se nos ha dicho que ser proveedor está asociado a una vida sexual. Lo que varía es la concepción de éxito económico que puede tener cada uno; en la clase alta va asociada a un buen empleo o un buen negocio pero muchas veces en la clase económica más baja el empleo no es una opción y delinquir se convierte en una práctica laboral que los sostiene como varones de éxito,” afirma Romero.

Sexo y violencia

Los hombres de Piedra Parada finalmente dejaron que Byron Chivalán impartiera el taller a pesar de tener el cabello largo, pero unos meses después persiste la profunda desconfianza hacia el varón que decida optar por ese estilo. “Eso de los cabellos largos es una mañosería que tienen; ellos ya conocen otra picardía”, asegura Francisco Escalante, de 50 años, dejando entrever que asocia el cabello largo con la homosexualidad.

Cuando se le pregunta si en su comunidad hay parejas homosexuales responde: “Aquí nunca he oído de esos casos. Dicen que viven hombres con hombres y mujeres con mujeres pero eso es en otros departamentos y en otros países”. “Gracias a Dios no”, responde Silverio Martínez, de 27 años, de Dos Quebradas, Camotán, cuando se le hace la misma pregunta.

Pero Rosanely Cruz, de Codefem, afirma que en la cabecera municipal de Camotán sí hay un grupo de jóvenes que viven su sexualidad en un contexto de marginación y a su vez responden al rechazo de la sociedad insultando a los transeúntes por la calle. Cruz cita el caso de un joven homosexual conocido como Chepito; sus padres lo echaron de la casa y unos años después murió de SIDA.

Cuando uno de los hombres utilizaba la palabra “hueco” en su interacción contra los demás durante el taller, Chivalán aprovechaba la oportunidad para decirles “hablemos de eso. ¿Por qué usamos esa palabra?” Y así, mediante preguntas y respuestas se les inducía a reflexionar sobre sus actitudes con relación a la homosexualidad.

Los hombres entrevistados por la psicóloga Sandra Luna, de la UVG, también manifiestan un rechazo hacia la homosexualidad y hablan de ella no como una preferencia sexual sino como algo que se “adquiere”, como si fuera un padecimiento. También expresan una preocupación por el examen de la próstata, ya que temen que pueda gustarles y que eso los lleve a descubrir que tienen tendencias homosexuales.

El estudio de Batres, Ortiz y Chivalán, refleja actitudes similares entre los universitarios entrevistados. El 76% afirma que “las relaciones sexuales entre hombres contradicen la naturaleza humana”.

Los hombres que participaron en los talleres de Codefem hablan de la iniciación sexual como una experiencia más traumática que placentera. “En Cuilco, Huehuetenango, un hombre contó cómo un tío le pagó Q5 a una prostituta a la edad de 14 años para que se ‘hiciera hombre’. Lejos de sentir amor, sintió odio y frustración”, recuerda Landaverry, uno de los capacitadores de Codefem.

Agrega que en las comunidades donde se impartieron los talleres persisten los mitos en torno a la virginidad y en algunos casos se sigue dando la práctica de “robarse a la patoja”. El pretendiente se lleva a la joven de su casa, a veces con su consentimiento y otras veces por la fuerza, y en ocasiones la devuelve “porque no le salió buena”, es decir porque considera que no es virgen.

Según Landaverry, “la relación sexual se considera como una obligación de la mujer”, al punto de que algunas comunidades se legitima el incesto, ya que los padres creen que el hombre tiene derecho a tener relaciones con la mujer que le plazca, sin importar de que se trate de su propia hija. La mayoría de los hombres que asistieron a sus talleres culpan a las mujeres que sufren una violación y afirman que “se lo buscó” por usar atuendos provocadores, entre otras conductas.

Este tipo de actitudes, asegura Landaverry, están particularmente arraigadas en las comunidades que sufrieron masacres durante el conflicto armado interno y aquéllas donde los hombres fueron obligados a integrar Patrullas de Autodefensa Civil (PAC). El informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH), documentó 1,465 casos de violación durante el conflicto armado y afirma que “la violación sexual fue una práctica generalizada y sistemática realizada por agentes del Estado en el marco de la estrategia contrainsurgente”.

El estudio de Luna también menciona una vivencia de la sexualidad agresiva. “Para este grupo en particular, la vivencia de la sexualidad empezó desde muy temprano, como una experiencia genital. El objetivo de la relación era penetrar y eyacular. Luego descubrieron que había otras cosas, como el gozo, las caricias, el tiempo antes de la penetración, la seducción. Aun se considera que hay secuelas de esta forma de ver la relación sexual, muy genital, la sexualidad masculina es fálica y penetrativa”, asegura en su tesis.

No basta con un taller

La metodología empleada en los talleres y los temas a tratar, variaron según el contexto cultural de cada comunidad y la edad de los participantes. En las comunidades que se identifican como indígenas, se incorporaron prácticas relacionadas con la cosmovisión maya. Por ejemplo, al final del taller se elaboraban dos listas: una de prácticas que los participantes consideraban como “positivas” y otra de prácticas negativas que se quemaba en una hoguera con velas blancas y amarillas. El fuego, afirma Chivalán, tiene un fuerte valor simbólico entre los mayas como “una expresión divina que el hombre puede crear”.

En Santa Clara La Laguna, Sololá, el taller se enfocó en adolescentes, ya que a las autoridades locales habían manifestado preocupación ante los altos índices de embarazos juveniles en el Municipio. En ese caso, Chivalán le dio énfasis a los temas de los rituales de iniciación y a la educación sexual. Como los participantes eran jóvenes, decidió utilizar una técnica pedagógica conocida como “el teatro del oprimido”, la cual consiste en escenificar una situación determinada. “Les preguntaba, por ejemplo, ‘si me gusta una mujer, ¿qué hago para que me note?’ ‘Silbarle’, decían. Entonces yo les pedía que representaran la escena de la mujer que camina por la calle y los hombres le silban. Se trata de hablar de los temas desde la teatralidad”, explica Chivalán.

En Piedra Parada, durante la temporada de invierno, un fuerte viento destrozó el techo del pequeño salón comunitario donde los hombres habían reflexionado sobre el significado de la masculinidad a través de juegos y discusiones. Unos meses después, los hombres del Cocode se encuentran inmersos en el trabajo de reparación, pero interrumpen sus labores durante unos minutos para contar lo que recuerdan del taller.

“Recuerdo más que todo que se habló de igualdad de género; la organización tiene que estar entrelazada entre mujeres y hombres”, afirma Santos Mantar, presidente del Cocode, el mismo hombre que le exigió a Codefem que se les proporcionara un menú de pollo frito, papas y Super Cola a cambio de la participación de los hombres en el taller. Los demás pronuncian frases similares con el tono del niño que recita las tablas de multiplicar; es un discurso aprendido más que asimilado.

Antonio Ramírez, de 23 años, se queja de que los hombres se han dado a la tarea de reparar el techo del salón, pero las mujeres no les han traído una refacción, dando por sentado que las mujeres tienen el deber de prepararles la comida. Por mucho que reciten “hombres y mujeres somos iguales”, las viejas costumbres persisten.

Mantar asegura que, en teoría, no vería con malos ojos que su esposa fuera presidenta del Cocode y dice que si las mujeres no ocupan cargos políticos es porque no quieren, no porque se les esté vedando el derecho a participar: “Con todo el respeto que Codefem se merece, creo que las mujeres están en el mismo lugar. Ellas están acostumbradas a ser humilladas. Dicen ‘es que nosotras no podemos hacer nada’”. “Dicen ‘qué voy a hacer si no sé leer’”.

Rosanely Cruz, de Codefem, cuenta que una de las mujeres que participaban en el Cocode recientemente se había casado y había cedido a las exigencias del esposo, quien le había dicho que “se haría cargo de ella” con tal de que dejara de asistir a las reuniones. Cruz dice que la mujer había asistido a los talleres de Codefem sobre participación política y supuestamente estaba “sensibilizada” sobre sus derechos, pero la costumbre y la presión social pesó más.

“Con un taller no se resuelve todo”, admite Byron Chivalán, capacitador de Codefem, quien critica la forma en que las ONG “tematizan” los problemas. “Dicen, por ejemplo, ‘vamos a hablar del tema de la pobreza o del tema del género’ cuando la pobreza es un problema, no un tema.

En Piedra Parada, el mayor problema es el agua; las mujeres caminan durante kilómetros para traer el agua y en el camino se cuentan sus problemas y sus achaques. Si la ONG les dice a las mujeres que no vayan a traer el agua, que vayan los hombres, ¿qué espacios le dan a la mujer para socializar? Cuando se habla de género hay que tener en cuenta factores como etnia y clase. El problema no es que la mujer y no el hombre vaya a traer el agua; el problema es que no hay agua”, afirma Chivalán.

El machista arrepentido

El psiquiatra argentino Carlos Alhadeff fue educado, por su madre, para colaborar con las tareas domésticas. Pero años más tarde, después de casarse, llegaba a casa, se sentaba y esperaba que su esposa le sirviera la comida sin mover un dedo para ayudarla. Trabajaba largas horas con el afán de crecer profesionalmente y aseguraba que lo hacía por el bien de ambos, cuando en realidad era él quien se había trazado metas de superación personal.

El hombre que se ganaba la vida escuchando a sus pacientes no tuvo tiempo para escuchar a su esposa, la relación se fue desgastando y terminó en divorcio. El hecho de que su esposa lo dejara después de 14 años de matrimonio lo sacudió profundamente. “Nunca pensé que me iba a dejar de amar. Cuando nosotros los varones contraemos matrimonio tenemos la sensación de haber escriturado a nuestras mujeres como si hubiéramos comprado una propiedad independientemente de que hayamos pagado una dote o no”, afirma Alhadeff.

Esto lo llevó a un proceso de reflexión sobre sus actitudes y conductas, como resultado del cual escribió el libro Confesiones de un Machista Arrepentido, publicado en 2005, en el cual expone las conductas machistas de muchos varones y sus consecuencias. El libro se nutre de las experiencias propias y de historias obtenidas durante su trabajo como terapeuta.

Alhadeff no está seguro si ha “superado su machismo” y afirma que todavía se sorprende a sí mismo quedándose sentado a la mesa después de comer sin levantar un plato o censurando la forma de vestir de su hija adolescente. “Me gustaría vivir 200 años para llegar a la meta de acabar con mi machismo”, asegura Alhadeff.

Mientras que Raydel Romero, presidente de la OMLEM, piensa que “toda conducta insalubre se puede cambiar”, Alhadeff no está convencido. Refiriéndose a los talleres de Codefem en Piedra Parada y otras comunidades, afirma: “Lamento no poder ser optimista pero ningún amo cede la libertad a su esclavo y la relación entre hombres y mujeres todavía es la de amo y esclavo. Es muy difícil convencer al amo de que el esclavo tiene derecho a ser liberado, van a decir que sí porque es políticamente correcto pero de alguna manera se la van a ingeniar para seguir teniendo poder sobre ustedes. Podemos decir que las mujeres tienen los mismos derechos pero a la hora de poner en práctica que esos derechos sean ejercidos los inhibimos y los sujetamos en todas las maneras posibles”.

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