Guatemaltecos aparecen en las listas de multimillonarios mundiales, y otros engrosan las filas de quienes sobreviven diariamente al caer en la categoría de pobreza (es decir, con lo que ganan no les alcanza para sostener sus necesidades mínimas de supervivencia). Por algo las altas tasas de desnutrición crónica, por algo la cantidad de muertes infantiles por hambre, por algo tantas niñas con baja talla y peso, por algo las muertes prematuras en mujeres, por algo la conflictividad social por la supervivencia, por algo el éxodo masivo hacia el Norte. Por algo todo eso nos parece normal.
En Guatemala, la norma es que quien nace pobre tiene altas probabilidades de morir pobre y quien nace rico tiene altas probabilidades de morir en la riqueza e incluso de ser enterrado en un mausoleo de lujo.
Más aún, quien nace pobre y bajo ciertas condiciones circunstanciales involuntarias como su sexo, el lugar geográfico o su pertenencia étnica tendrá dificultades adicionales para competir en el mercado laboral, empresarial y profesional con otros grupos de guatemaltecos para sobrevivir, no digamos para salir de su situación de pobreza. Aun con iguales derechos desde hace 50 años, la evidencia muestra que una mujer indígena que nace y vive en áreas rurales tiende a estar en la escala socioeconómica más baja de la región latinoamericana. A alguien con esas características le resultará tres veces más difícil competir para un puesto de trabajo con un hombre urbano y no indígena. Eso no es competencia justa por muy libre que parezca. Pero ¿quién dijo que los mercados deben ser justos? Sencillamente son eficientes y retribuyen a cada quien lo que cada quien puede dar sin reparar en sus circunstancias de nacimiento. Las excepciones son eso, excepciones, muchos de los casos excepcionales de personas pobres que, aunque salieron de la pobreza, no llegaron a escalar a las posiciones más altas como quien nace en dicho grupo socioeconómico. Los casos excepcionales de quienes salen de la pobreza son precisamente de personas que han logrado recibir apoyo por redes externas al mercado laboral (remesas de familiares viviendo en el extranjero, educación y salud pública gratuita, transferencias condicionadas por parte del Estado, asistencia en efectivo o subsidios públicos, donaciones privadas, caridad, conectes, apoyo de ONG, etcétera). No vemos por asomo a una mujer indígena que haya nacido en el área rural en las listas de las personas en el decil más rico de la población (el 10 % más rico). De hecho, el decil superior de ingresos está lleno de una categoría humana bastante homogénea. Tampoco vemos una participación representativa de la población en puestos públicos, directorios empresariales, sindicatos o diputaciones.
A quien nace pobre le cuesta mucho trabajo salir (si puede) de su condición precisamente porque compite en un marco jurídico y económico que presume de igualdad siendo desigual, es decir, con muchos factores en su contra heredados por el contexto en que nació. Existen barreras sociales, culturales, políticas e institucionales que estructuralmente impiden un libre acceso a competir en ciertos mercados, incluyendo el laboral.
Por mucho que trabaje, esa persona se mantiene estancada en la escalera socioeconómica. Y si logra asomar su cabeza arriba de la línea de pobreza, gravita alrededor del umbral sin lograr derramar bienestar en sus próximas generaciones para que ellas salgan de ese círculo vicioso. Nace pobre, crece pobre, pues debe aceptar salarios de subsistencia, y en consecuencia muere pobre. El modelo de desarrollo humano en el país está, por mucho, determinado en función de la suerte, empezando por la suerte de nacer en cierto contexto. Si la suerte se va poniendo en su camino, tiene el chance de morir menos pobre. La vulnerabilidad económica está inversamente relacionada con los privilegios que una persona posee y hereda.
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Quien nace rico, sin embargo, sin mucho esfuerzo, sin necesidad de mucha suerte y sin muchos obstáculos, se mantiene allí. A quien nace privilegiado se le facilita seguir siéndolo. El sistema productivo y de asignación de recursos, la institucionalidad, el Estado y el modelo de sociedad que hemos construido, heredado y consolidado permite que sus privilegios lo mantengan en su estatus, aun cuando en otras circunstancias de nacimiento un pequeño fallo o shock en su trayectoria de vida podría comprometer su integridad, su salud, su seguridad alimentaria, su fuente de ingresos o incluso su misma existencia. En otras circunstancias, por ejemplo, un problema legal lo condenaría a ser juzgado por un sistema de justicia que hoy puede ser evadido por quienes gozan de cuotas de poder y de privilegios más grandes. Sin tenerlas, tropezaría y bajaría en la escala socioeconómica. Guateconectes, que le dicen.
La perspectiva de la desigualdad cambia según quien la observe y según su posición en la escala de cuotas de poder individual producto de las asimetrías. Para una persona que se beneficia de sus privilegios (heredados o adquiridos), la equidad es una injusticia, pues implica renunciar a algunos de estos o que sean exógenamente reasignados en función de un mayor bienestar común. Por otro lado, para quien nace excluido u oprimido, la inequidad es una injusta normalidad que apesta a opresión.
Quienes nacen entre una y otra realidad —esa llamada clase media—, es decir, quienes nacen en un contexto arriba de la población absolutamente pobre y debajo de la población ultrarrica, tienen el reto de trabajar duro, de estudiar duro y de establecer redes sociales duras para no engrosar las filas de pobreza en el país, pero también en muchos casos cuentan con cierto rango de privilegios y de oportunidades para subir en la escalera social con menos esfuerzo que otros grupos humanos menos afortunados. Mientras más privilegios, menos vulnerabilidad y más oportunidades de movilidad social hacia arriba. Cuando en países como Canadá, Costa Rica, México o Uruguay esa es la mayor parte de la población, en Guatemala, con un 59 % viviendo bajo la línea de pobreza (Encovi 2014, presentada por el INE), ese grupo intermedio es una proporción minoritaria con respecto a la totalidad.
Independientemente de su lugar de nacimiento, también se da la situación en que, a veces por mérito, a veces por esfuerzo propio, otras veces por conectes, por suerte o por privilegios heredados y otras por corrupción y abuso de poder, una persona perteneciente a una categoría humana específica puede ascender en la escalera social: los llamados nuevos ricos. Vaya término. Como si los ricos estuvieran cabales y debieran ser siempre el mismo grupo constante en el tiempo.
Un Estado democrático (en el marco de una economía de mercado libre y con igualdad de condiciones para competir, una sociedad no excluyente, gobiernos transparentes y una ciudadanía consciente, funcional y solidaria) distribuiría el poder en la ciudadanía y permitiría a cualquiera ascender por mérito y esfuerzo propios en la escalera socioeconómica. De hecho, en una situación de ese tipo, las desigualdades en ingresos serían una consecuencia que reflejaría resultados del sistema de mercado de una manera relativamente justa desde una perspectiva económica de costo-beneficio: quien trabaja más, se esfuerza más, aporta más, invierte más y tiene más capacidades y atributos ganará más, siempre y cuando cada quien partiera desde el mismo punto para competir en la escalera social, con la adición de que quien a pesar de todo aún está en desventaja será ayudado solidariamente por la comunidad para alcanzar ese mínimo-minimórum de acceso a oportunidades de desarrollo individual.
Si logramos como nación procurar un Estado que permita que quienes nacen sin privilegios puedan acceder a un mínimo de capacidades y de herramientas para construir su propio proyecto de vida, desarrollar comunidad y mantener ecosistemas respetando culturas y formas de entender la vida de diversos pueblos e individuos, estaremos encaminándonos hacia un modelo de bienestar y desarrollo integral más realista y menos dogmático. Es importante que recuperemos la fe y la confianza en la democracia representativa, en la creatividad, en la inteligencia, en el potencial humano, en el poder de la solidaridad y en la convivencia en armonía entre la diversidad que compone a la especie humana y su entorno.
Al contrario de lo que un discurso caduco, divisionista, dogmático y conservador quiere hacerle creer a una sociedad acrítica, esto no es comunismo.
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