En el decenio final del siglo pasado, no obstante la agresiva deforestación, era difícil otear más horizonte que los valles donde están asentados los poblados de Rabinal y San Miguel Chicaj vistos desde los sitios más altos por donde pasa la carretera. El entorno arbóreo y umbroso lo impedía. Hoy, situándose en el mismo lugar, puede verse con bastante detalle territorios que corresponden a Quiché.
La irresponsabilidad de personas y empresas que han talado masivamente sin procurar una debida reforestación nada tiene qué ver con las leyes que, estudiadas detenidamente, podrían catalogarse como un poema. De tal manera, la cuestión no es de legislación sino de compromiso y deberes sociales para garantizar la digna existencia de las poblaciones y del medio ambiente. Y no se trata de filantropía. Se trata de cumplir en forma precisa y exacta con la legislación vigente.
La cordillera está limitada por el río Negro en el Noroeste. Del otro lado se encuentra la Sierra de los Cuchumatanes. El río Salamá la separa de la Sierra de las Minas y al Sur la delimita el río Motagua. Una adecuada observación de los afluentes y sus tributarios es más que suficiente para entrar en intelección de que dichos ríos están contaminados por basura, desechos de todo tipo, abonos orgánicos, residuos de fertilizantes y pesticidas. Su cresta mayor es tan pelona como otras de menor altura y la despoblación arbórea permite observar en dichas cimas torres de telecomunicaciones.
A la par del reclamo que se debería de hacer a las empresas que comercian con la madera y otros recursos naturales habría de cuestionarse también a las poblaciones asentadas a la orilla de los afluentes. Durante un reciente viaje por aquellos lugares pude ver en los canales que irrigan el valle de Salamá y San Jerónimo impurezas que no tendrían por qué estar flotando en dichas aguas. Además, observé desechos orgánicos e incluso, el cadáver de un animal que por su estado de descomposición no pude distinguir si en vida fue gato o tacuazín.
La ONU está más que conciente de tales inconvenientes y ha realizado no pocas convenciones que han tratado acerca de los problemas micro y macro que provocan el calentamiento global, y ha demostrado que cada vez se necesita más y más dinero para hacer frente a la desestabilización del clima. Pero, ¿cuánta gente cree en ello?, los países generadores de la mayor parte del dióxido de carbono y metano —llamados gases de efecto invernadero—, no parecen prestarle importancia a los pronósticos relativos al cambio climático o, en el peor de los casos, tienen clara conciencia de ello y no obstante, siguen con sus prácticas de producción y consumo. En tanto, las poblaciones afectadas no cuidan ni de sus propios recursos.
Luis Zurita Tablada, un amigo que pugna y propugna por la responsabilidad social y ambiental, en su tenaz lucha por salvar la cuenca del río Cahabón ha hecho notar en sus escritos cómo, lo que a la madre naturaleza le llevó treinta millones de años construir, el ser humano lo ha destruido en trescientos. Y no se trata de lo que viene, se trata de que ya estamos en ello: El calentamiento global y sus repercusiones climáticas.
Valdría la pena entonces releer a Chomsky respecto a la depredación que malas empresas —porque buenas las hay— provocan al medio ambiente y como, las poblaciones tienen a manera de defensa, exclusivamente el cobijo del Estado. Mas, en Guatemala, ese Estado hace muchísimos años está cooptado por personas a quienes los ciudadanos de a pie (pero que sí pagamos nuestros impuestos) les importamos un bledo.
La questio a la sazón es en doble vía. Por un lado, los poderosos deben cumplir con su responsabilidad, y la ciudadanía recibir una adecuada educación socio-ambiental para conservar los bienes naturales.
No llamemos a engaño: Una catástrofe que afectará principalmente a la especie humana es posible a corto plazo. Seguro estoy, cucarachas y cocodrilos sobrevivirán.
Más de este autor