Creo que lo más valioso que nos dejó lo acontecido en 2015 no son las capturas y los juicios contra Pérez Molina, Baldetti y toda la gavilla de corruptos y ladrones. Fue el despertar ciudadano, un movimiento incipiente que vibró de forma intensa en los corazones y las mentes de decenas de miles, especialmente jóvenes.
Sin embargo, este despertar ciudadano está amenazado por un nuevo letargo colectivo en el que pareciera que la mayoría se da por satisfecha por las capturas y los juicios y vuelve a sentir pereza y desinterés por lo que está pasando ahora. Sabemos con certeza que hay cosas que no andan bien, que la corrupción continúa y que el Estado guatemalteco no cumple ni siquiera con sus obligaciones más elementales, pero la mayoría de la ciudadanía, la plaza, ha vuelto a su letargo perezoso.
La situación es preocupante y el pesimismo asoma. Pero no todo está perdido. Acciones como el programa de formación Escuela Ciudadana, organizado por Acción UVG, así como Jóvenes contra la Violencia, #JusticiaYa y la Red Nacional por la Integridad, son ejemplos importantes del rechazo al letargo y a la pereza de la ciudadanía. Tuve el gusto de conocer a estos jóvenes, la mayoría estudiantes universitarios, muchachas y muchachos que me gustaron mucho porque sienten que no se está haciendo suficiente. Y tienen toda la razón.
Escuela Ciudadana es un esfuerzo muy interesante porque parte del hecho de que ellos, al igual que la ciudadanía general, no son expertos en temas especializados como la concepción del Estado, economía y política fiscal, seguridad y justicia o salud pública. Sin embargo, quieren saber y por ello organizaron un programa de formación cuya realización no se ve impedida por el dinero u otros recursos materiales. Quieren saber y se las arreglaron para informarse y formarse. ¡Excelente forma de derrotar la pereza y el desinterés ciudadanos!
Pero no son decenas de miles. No son la plaza. ¿Pérdida de tiempo y esfuerzo? No creo. Los vi como los líderes de un gigante social que se volvió a dormir, con enorme capacidad y potencial para comprometer y mover a la acción. Sin embargo, me aflige la descomunal magnitud de los desafíos que estas chicas y estos chicos valientes deben enfrentar si quieren satisfacer su conciencia, su corazón y su mente.
Primero, enfrentan el conservadurismo, la miopía y, muchas veces, la mezquindad de la generación que hoy ocupa posiciones de poder formal: las autoridades de sus universidades, las entidades del Estado e incluso las organizaciones de la sociedad civil, que los ven de menos y los descalifican. Segundo, la complejidad histórica de los problemas que aborda su programa de formación: ¿cuál es —o podría ser— su posición, acción e incidencia en temas técnicos especializados como los debates en torno a la reforma a la Ley Orgánica de la SAT o a las reformas a la Ley de Contrataciones del Estado, pero de gran relevancia política por tocar las fibras más sensibles del poder? ¿O en temas políticamente complejos como la propuesta de reforma constitucional en el sector justicia, la ley de desarrollo rural y los problemas de la tenencia de la tierra, la regulación de las industrias extractivas, la baja carga tributaria, la vulnerabilidad ambiental y un gran etcétera? Es decir, esta no es tarea para idealistas dislocados de la realidad cruda.
Los jóvenes que están formándose en la Escuela Ciudadana no me parecen idealistas dislocados de la realidad, pero no la tienen fácil. De lo que sí estoy convencido es de que sin ellos no será posible una Guatemala mejor.
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