El aliento de Joaquín me persigue, sin embargo. No sé por qué. Supongo que en estos meses Guatemala, que algunos tratamos de entender, pero no se deja la muy irreverente, me ha hecho falta. A veces la extraño. Otras veces no tanto. No nos hagamos: con la segunda vuelta electoral, estamos todos con depresión tropical.
En el desconcierto más profundo, un día insinué que me enfocaría mejor en los temas vinculados con el calentamiento global. Aquí todo el mundo trabaja de una u otra manera...
El aliento de Joaquín me persigue, sin embargo. No sé por qué. Supongo que en estos meses Guatemala, que algunos tratamos de entender, pero no se deja la muy irreverente, me ha hecho falta. A veces la extraño. Otras veces no tanto. No nos hagamos: con la segunda vuelta electoral, estamos todos con depresión tropical.
En el desconcierto más profundo, un día insinué que me enfocaría mejor en los temas vinculados con el calentamiento global. Aquí todo el mundo trabaja de una u otra manera en el tema. Cambio climático y desarrollo. Cambio climático y migración. Cambio climático y uso de la tierra. Cambio climático y seguridad alimentaria. Cambio climático y desaparición de especies. Cambio climático y participación comunitaria. Cambio climático y desaparición de países del mapa. Ah, no. Esa última no.
Hay una araña que veo todos los días al salir de casa. Una banana spider. Así le dicen porque sus patas amarillas con negro le recuerdan al observador los colores de un banano maduro. El otro día me detuve a contemplar cómo expande su telaraña cada vez más. Las gotas del rocío colgaban entre sus hilos mientras ella señoreaba en el centro. A nosotros nos ha costado ir tejiendo las telarañas. Probablemente porque, si bien entendimos los límites del miedo, aún miramos con desconfianza y con desilusión al vecino. El que se va de la villa pierde su silla. Desde chiquitos aprendimos a zafar bulto y a meter zancadillas. Jugábamos nada más.
Los escenarios no son halagüeños. Vemos dos opciones y pareciera que la incertidumbre nos invade. Algunos vemos más. Vemos lo que estos meses nos han mostrado. Acaso un chispazo. Hay otras formas más sutiles de vernos a los ojos y encontrarnos. Hay otras formas más directas también. Hay otras formas de hacer política en la calle. Hay otras formas.
Hace más de un año, en Choatalum, Chimaltenango, visitábamos a una familia de campesinos ya entrada en años que sobrevivió a la masacre de su aldea. «Si los árboles hablaran», escribía mi compañera de viaje. Los árboles dirían muchas cosas de unos y otros. Días difíciles aquellos que no escapan a los tintes grises de todos los involucrados. No sé. Allí, en lugares como Choatalum, hay un pozo que habrá que destapar algún día. Hasta ahora solo sabemos que está, pero lo hemos cubierto de tablas de madera muy pesadas como chapuz a la memoria. ¿Qué hace uno con los recuerdos de estas personas huyendo de sus casas porque un día, sabiendo que el Ejército llegaría, tomaron lo que pudieron y subieron a la montaña? ¿De familias enteras que no esperaban la emboscada del Ejército que los acribilló a la mayoría por haber albergado a la guerrilla? Nunca termina uno de entender este país.
Es, sobre todo, frustrante. Por eso no dejó de sorprenderme cuando escuché que B y M, la pareja a la que visitábamos, están juntos desde los 23 años. Ahora rozan los 70. Vivieron separados en muchas ocasiones por las circunstancias. Les pregunté: «¿Y ahora por qué están juntos?».
«Porque, si no estuviéramos juntos, este proyecto no existiría». El proyecto es un terreno colectivo. ¿Qué nombre le pusieron al proyecto? El Triunfo de la Juventud.
Y entonces ya no supe qué más preguntar.
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