Pero en casa aprendí que todos esos oficios eran de mujeres y que había que aprender a hacerlos. De suerte, en mi familia no hay muchos hombres y nunca experimenté tener que servir a alguien. Pero sí me educaron en una dualidad con la que ahora tengo que luchar todos los días. Esa dualidad consiste en que soy una profesional, tengo un trabajo fijo al que tengo que atender y siento deseos de superación personal, pero al mismo tiempo tengo que cumplir con mis oficios domésticos.
Muchos pensarán que seguramente mi esposo me los impone. Pero no. Soy yo misma. En mi subconsciente está el deber ser una buena ama de casa. En ese mismo subconsciente está la obligación futura de ser una madre abnegada. Y esas ideas que están por ahí me hacen la vida un poco más complicada.
La búsqueda de la liberación femenina es encontrar la congruencia entre lo que pensamos y lo que hacemos, construir conceptos de familia y de roles que sean de libre escogencia. Para que se valga decir «ese oficio no me agrada», primero tenemos que quitarnos las etiquetas de oficios rosas y celestes. Y esa es una tarea complicada pero posible.
Los roles en la casa no tienen que tener sexo si queremos criar niños y niñas que puedan formar hogares más equilibrados y libres de prejuicios machistas. Lavar trastos no es cosa de mujeres. Ser calladita y usar delantal tampoco lo son. Esos son oficios que tanto hombres como mujeres debemos asumir en un hogar, pero no deben ser impuestos, sino negociados.
Aún más importante es entender que la crianza de los hijos no es una labor exclusiva de la mujer. Pensar que la mujer debe quedarse en casa para cuidar a los hijos y que de no hacerlo no solo se daña a la familia, sino también a la sociedad, es absurdo. Pero en ese absurdo muchas mujeres tienen la culpa: la culpa de no estar físicamente cuidando a sus hijos, la culpa del descuido y la ingratitud a la vida.
La Escuela de Negocios de Harvard realizó un estudio que demuestra que lo anterior es falso, que los niños que viven en familias donde las mujeres trabajan logran un mejor desempeño laboral y emocional.
Repartir los oficios del hogar permite a las mujeres desarrollarse en el ámbito profesional, y esto las hace mejores madres. Continuar con la idea de madre abnegada no nos aporta más que machismo en la sociedad. En cambio, decidir en pareja quién usa el delantal sí promete una sociedad más realizada.
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