Ingenuamente, quienes las tenían, vendieron sus pequeñas posesiones a las empresas procesadoras de palma africana y temporalmente se sintieron ricos. Hubo quienes recibieron 25 mil quetzales, otros 50 mil, algunos 100 mil y en poco tiempo ese dinero se esfumó. No había dónde ni en qué invertirlo y lo gastaron en alimentos, medicina y ropa. Hoy, como fantasmas, recorren los caminos que sus antepasados transitaron en su etapa de sociedad primitiva: nómadas recolectores y cazadores. El problema es que estamos en el siglo XXI y nada hay para cazar, menos para recolectar porque si lo hacen atentan contra la propiedad privada aunque sea tomar una naranja a la vera del camino.
Recientemente, la prensa escrita destacó el homicidio cometido contra una persona que recolectaba fruta en una finca. No estaba cortando directamente del árbol sino recogiendo la que había caído al suelo, es decir, iniciado ya su proceso de putrefacción. Un “seguridad” se le acercó y le disparó. Todo legal. Hubo invasión y robo.
La tragedia va desde hechos como el anterior hasta el vivido con mi familia en una de las estaciones de buses de Cobán. Nos juntamos dos grupos familiares con un mismo objetivo: despedir a nuestros hijos que viajaban a la ciudad capital. Una familia era q’eqchí, nosotros mestizos. Ellos iban a dejar al hijo que partía para trabajar como “seguridad”, nosotros al futuro abogado que viajaba para realizar trámites de su tesis de grado. La felicidad nuestra era inconmensurable, el llanto desgarrador de la madre q’eqchí indescriptible, rasgaba el alma. Bien sabía que a su hijo le deparaba un futuro tétrico: matar o ser matado.
La doctora Laura Hurtado Paz y Paz en su libro Dinámicas agrarias y reproducción campesina en la globalización: El caso de Alta Verapaz, 1970-2007 describe en la páginas 27 y 28 cómo, el Estado, reconoce tres regímenes de propiedad: privada, municipal y estatal. También detalla que la relación de los campesinos con la tierra no tiene un carácter mercantil sino religioso, de contenido cultural y sentido comunitario. Hoy por hoy, los q’eqchíes del Polochic no tienen acceso a la propiedad privada, la municipal es inoperante y a los pocos que tenían tierra en propiedad y convencieron para mercantilizarla, entiéndase vender, les fue de la patada. De la estatal ni hablemos.
Se ha dicho que los q’eqchíes son guerreros natos y como ejemplo se argumenta el número que de ellos integran las fuerzas de seguridad pública y privada. De semejante manifestación puedo asegurar: nada hay más alejado de la verdad. Los q’eqchíes son bondadosos, celebran la existencia, respetan la naturaleza y para ellos, la vida es sagrada. Sucede que, ante el despojo sufrido durante 500 años y el hecho mismo de haber retrocedido en el tiempo y el espacio geográfico a comunidades nómadas, el reclutamiento forzoso o voluntario les provee una posibilidad de subsistencia.
A toda la desventura se suma la injuria. Un empresario cañero argüía en un telenoticiero que, “solamente la caña y la palma sacarían adelante a esas poblaciones en el Polochic porque, con el cultivo pipiripau que tenían, jamás pasarían de zopes a gavilanes”. El inculto empresario se refería al sagrado maíz.
¿No es acaso el momento de pedirles que vayan a insultar a su propio potrero? Me refiero a su casa, porque nuestro territorio no lo es.
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