El cuco va a ser la jurisdicción indígena, han dicho varios. Dirán que todos tendremos que aprender un idioma maya. Que los terratenientes serán despojados de sus tierras. Que los indígenas tendrán control y poder (el que por demás se les ha negado siempre).
Por favor, ¿hasta cuándo seguiremos creyendo en brujas y fantasmas? Este país tiene una sorprendente riqueza cultural y un extraordinario capital humano que, bien gestionados, pueden ser de gran valor. Hace unas semanas escribí acerca del potencial que tiene Guatemala al contar con población indígena que habla hasta dos idiomas (uno maya y el español) y con capacidad para aprender otros más.
Ahora quisiera destacar otros dos patrimonios bien preservados por la población maya. El primero es su visión del tiempo, tan distinta a la nuestra y que los hace pensar y actuar con visión de largo plazo. El segundo es su creatividad infinita, esa que queda estampada en cada traje o en cada pieza que teje, valga decir, sin patrón o diseño prefabricado. Todo sale de su cabeza y de su corazón. Porque al final cada diseño representa una historia bordada o tejida a mano.
Recuerdo que a principios de los años 90 asistí a una charla pronunciada por la premio nobel Rigoberta Menchú. Cuando empezó a hablar, al mismo tiempo empezó a deshacerse la trenza de su cabello con paciencia franciscana. Mientras hablaba se peinaba su negra cabellera con los dedos. Luego, como si fuera una especie de metáfora animada, ella se entrelazaba su cabello mientras relataba el cruce de fuegos entre las fuerzas enfrentadas. Las desapariciones, las violaciones a las mujeres, los crímenes, las torturas y el genocidio del pueblo maya iban saliendo trenzados en una dolorosa armonía con el movimiento de sus dedos al cruzar su cabello largo. Tan largo como los 30 años de guerra que ella narraba.
También las tejedoras miden el tiempo mientras los hilos se abrazan. Un güipil les puede llevar tres meses de nuestro calendario, pero ellas trascienden con cada pieza que hacen. Por eso no cuentan las horas.
Mientras nosotros medimos el tiempo en segundos, minutos, meses y años, los indígenas lo miden en cuentas de largo plazo. Las mujeres mayas han aprendido el arte de desenredar el tiempo y de tejerlo en pedazos largos. Igual que la señora Menchú cuando tejió la historia con su cabellera larga.
Ojalá nuestros gobernantes pensaran en trascender. Ojalá nuestras élites vieran más allá de sus narices. Otra historia se contaría.
El otro patrimonio valioso de la interculturalidad es la extraordinaria habilidad de diseñar que tienen estos hombres y estas mujeres mayas. No sé si lo saben, pero por eso también son famosos los italianos. Sus diseños únicos y hermosos han cruzado mares y traspasado más fronteras que los migrantes. De modo que contar con un capital humano con esa capacidad de diseño es invaluable.
Todo es cuestión de saber gerenciar y potenciar estas capacidades. Y de eso es responsable el Estado. Nosotros, como sociedad, solo tenemos que dejar de ser miopes y racistas. Aprender de los otros no nos haría daño. Guatemala es un país multiétnico y pluricultural. Ya es hora de tejer nuestro destino con rostro maya y en cuentas largas.
Más de este autor