La suerte o la divina providencia (o como quiera llamársele) también es un factor, pero centrarse en ella sería obviar el poder de cambio, la astucia, perseverancia o innovación de los individuos.
Al graduarme de la universidad, en una conversación sobre mi futuro profesional, un profesor y amigo me pidió que nunca dejara de ejercer. Él me decía que las decisiones que tomara en los siguientes cinco años no iban a tener un impacto verdadero, si a los 30 años yo tomaba la decisión de form...
La suerte o la divina providencia (o como quiera llamársele) también es un factor, pero centrarse en ella sería obviar el poder de cambio, la astucia, perseverancia o innovación de los individuos.
Al graduarme de la universidad, en una conversación sobre mi futuro profesional, un profesor y amigo me pidió que nunca dejara de ejercer. Él me decía que las decisiones que tomara en los siguientes cinco años no iban a tener un impacto verdadero, si a los 30 años yo tomaba la decisión de formar una familia y dejaba de trabajar.
Me comentaba que sus mejores estudiantes eran mujeres, que muchas de sus compañeras habían estudiado maestrías en el extranjero pero que en el momento preciso en que podían ocupar espacios de liderazgo tomaban la decisión de formar una familia y dejaban su vida profesional en un plano secundario.
La experiencia de mi profesor es una realidad que no es exclusiva de Guatemala. La Asociación Nacional de Abogadas de Estados Unidos (National Association of Woman Lawyers) publicó la última encuesta respecto a la relación de las mujeres en los 200 mejores bufetes de abogados en este país. Los números reflejan exactamente lo que mi profesor me contaba. Las mujeres ocupan el 64% de los puestos de asistente o procurador, el 30% de los socios asalariados son mujeres y únicamente el 17% de los socios fundadores o dueños son mujeres.
Estos datos contrastan con el hecho de que la mayoría de estudiantes de derecho son mujeres. Muchos pueden argumentar que la razón por la cual todavía existe disparidad en las oficinas es que no ha habido un cambio generacional que refleje la equidad en las universidades. Pero esto no es cierto, de ser así el cambio se hubiera dado hace más tiempo y las estadísticas laborales no han cambiado sustancialmente en los últimos 25 años.
La razón quizás tiene mucho más que ver con lo que decía mi profesor. Es un tema de decisiones. Pero no necesariamente como lo veía él. Una mujer que tiene un trabajo que la apasiona, con un salario que la motiva, en un ambiente en el que se le respeta y con posibilidades claras de asenso sí tiene la opción de escoger entre eso o quedarse en casa. Porque en ambas situaciones, la mujer será una mejor persona lo cual implica ser una mejor madre y esposa. En ninguna de las dos situaciones pierde.
Pero una mujer que tiene que quedarse trabajando tarde, mientras sus compañeros están en un bar, jugando golf o en un prostíbulo con los clientes o jefes, que no puede aspirar a ser socia de la firma, que no tiene mentores y probablemente tiene un salario inferior al de sus compañeros hombres, no la tiene. En esa situación muchas prefieren estar con bebé y dejar sus aspiraciones profesionales en pausa.
La solución no puede ser establecer cuotas en las oficinas privadas, sería tan absurdo como ponerlas en el Congreso. Tampoco lo es ignorar una realidad que nos afecta como sociedad, porque si los mejores estudiantes de derecho son mujeres cuesta creer que no van a ser los mejores profesionales. Las mujeres no necesitamos un filtro de sexo para definir nuestro talento. Pero hombres y mujeres tenemos que trabajar en un proceso de eliminación de machismo por medio del cual generemos ambientes de trabajo más amigables a la familia para tener así lo mejor de ambos mundos, buenas mamás y buenas profesionales.
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