En lo personal, me atraía mucho el paisaje montañoso y desértico bañado por el Océano Pacifico y el mar de Cortés. Quería además contrastar la experiencia que tuve de adolescente cuando viajábamos en carro con la familia a las todavía virginales costas de Oaxaca y Guerrero, allá por los ochenta.
Y redescubrí varios Méxicos.
Estaba avisada sobre el concepto de turismo masivo al que iba y obviamente no tardé en confirmar que éste es un enclave estadounidense-canadiense que sirve a su potente industria turística, tercer sector en importancia en recibir jugosas divisas después del petróleo y las remesas familiares. Sin embargo, ya casi no queda metro cuadrado que no pertenezca a franquicias internacionales; a tal punto que en la marina cercana al icónico arco natural de piedra, se erige quizás el último bastión de soberanía mexicana, un alto pico con una casa derruida donde se lee “No está a la venta”.
Mi sorpresa fue la composición demográfica de quienes atienden este sector de la economía, la cual es mayoritariamente masculina en restaurantes y bares. Cifras del INEGI indican que las mujeres están predominantemente empleadas en el sector terciario (87.3%) pero son prácticamente invisibles, excepto en servicios de limpieza. Una proporción importante de la población es inmigrante (39%) y muchos trabajadores no son locales sino migran principalmente de Oaxaca, Guerrero y Chiapas, según me comentaban.
Algunos de los muchachos con quienes conversé, casi todos bilingües y por tanto más educados que el gringo promedio, me contaban que su presencia se debía principalmente a las oportunidades de trabajo, la inseguridad que se ha desatado en Guerrero en los últimos años, y el hecho de que muchos lugareños vendieron propiedades y ya no trabajan o viven en Los Cabos.
Obviamente lo anterior no es ninguna coincidencia. Según estudios, responde a una estrategia de desarrollo turístico público-privada iniciada durante los últimos gobiernos del Partido Revolucionario Institucional (PRI) con mayor auge a partir del primer gobierno del Partido de Acción Nacional (PAN) al tenor de la globalización y la integración económica, con financiamiento del Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Mundial. El triple propósito gubernamental ha sido la creación de empleos, desviar la migración interna hacia estos nuevos polos de crecimiento y recibir divisas.
Geográficamente, Los Cabos representan un caso curioso, pues la península, despegada del resto del territorio, es una continuación natural de California. Con lo cual, se dibuja una frontera interna en México, hacia la cual mexicanos migran desde otros Estados para proveer servicios a turistas extranjeros, como si entraran a otro territorio. Una desnacionalización del espacio. Y es obvio que los objetivos de alguna forma se han cumplido: no se evidencia pobreza extrema ni miseria visible, pero los empleos no garantizan mayores ingresos salariales o movilidad laboral.
Cruzamos la frontera interna hotelera para visitar el antiguo poblado de San José de Los Cabos y vislumbrar el “verdadero” México. El lugar ha prosperado turísticamente a una escala más reducida, preservando edificios antiguos con galerías de arte, ventas de artesanías y cafés. Cuando miro hacia Guatemala, un país diez veces más pequeño pero con similar diversidad turística, me atrevo a pensar que todavía sigue a tiempo de desarrollar y preservar un tipo de turismo ecológico y sustentable que se aparte de este tipo de turismo alienante e invasor, pero eso sí, garantizando el nivel de seguridad y convivencia que allí se respira.
Saliendo de la localidad, nos detuvimos en el zócalo, con un inmenso panteón dedicado a siete de sus ilustres cabeños. Cinco de ellos eran educadores. Otro de ellos fue un jefe político que en 1847 organizó la resistencia civil contra la invasión estadounidense. Reza la placa, que hoy suena un tanto irónica: “Su ejemplo debe permanecer como símbolo del anhelo de los sudcalifornianos de que nuestro estado sea parte de la integridad del territorio nacional”.
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