Lo anterior, semanas después de las protestas en Túnez que dieron lugar a lo que luego conoceríamos como la primavera árabe, donde millares de ciudadanos del Medio Oriente se movilizaron para hacer que sucumbieran varios regímenes dictatoriales en la región. La amiga, como parte de un colectivo de artistas, estuvo presente en prácticamente todas las protestas ciudadanas convocadas hasta la caída del dictador Hosni Mubarak, luego de 40 años en el poder.
Le pregunté qué opinaba de la situación actual y con frustración me explicaba que el nuevo gobierno bajo la tutela de los Hermanos Musulmanes, el movimiento islamista que puso en el mando al nuevo presidente, Mohamded Morsi, no ha traído los réditos ni cumplido con las aspiraciones democráticas de quienes se alzaron contra el régimen Mubarak. Entre las razones que ofrecía, mencionaba una serie de arbitrariedades de los nuevos dirigentes islamistas, así como desunión, débil convergencia de intereses, falta de experiencia política y mucho idealismo por parte de las fuerzas ciudadanas. De tal forma que muchos egipcios preferirían que el mismo ejército que apoyó el cambio de régimen retomara el poder debido a que cuenta con mayor legitimidad y ofrecería mayores garantías institucionales.
A dos años de la primavera árabe, surgen nuevas protestas ciudadanas en la región, esta vez en Turquía, país que en los últimos años ha tenido un despegue económico importante. Las causas no son las mismas que en los casos anteriores. El primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, cuyo partido ha sido reelegido democráticamente tres veces, goza todavía de mucha popularidad. Pero su régimen cada vez más impositivo, ha provocado una ola de descontento ante la decisión de que en la ciudad de Taksim, se demuela un parque público llamado Gezi para construir un centro comercial. A juzgar por los turcos de las ciudades, pero también en el campo, esta es otra muestra de las decisiones del premier que interpretan como una actitud cada vez más autoritaria, amparado por su popularidad con las clases medias bajas, los pobres y estamentos religiosos conservadores.
Mientras que los sucesos en Egipto y Turquía son obviamente distintos (en uno se derrocó a un dictador con el apoyo del ejército y en el otro se está manifestando en contra de un líder impositivo cuyas medidas atentan contra una sociedad democrática y secular), hay varios rasgos comunes en las movilizaciones ciudadanas.
El primero es el descontento cada vez más palpable en muchos países con relación a sus políticos y el proceso en la toma de decisiones. Ya sea en el Medio Oriente o en Europa (particularmente España e Italia), la manera tradicional de hacer política, con partidos políticos disfuncionales y un sistema político que opera de forma opaca sin consultar a la población, está colmando la paciencia de la ciudadanía, la cual se organiza y expresa de manera más horizontal gracias a las redes sociales. Las redes sociales han servido de auxiliares fundamentales de información alterna cuando el mismo gobierno o los medios tradicionales han tratado de bloquear o limitar información relevante para la población.
Los manifestantes se sienten así menos aislados y solitarios en una lucha común que no necesariamente depende de alguna ideología, sino de la necesidad de hacerse escuchar y reafirmarse como individuos con plenos derechos e impedir que el Estado interfiera en sus decisiones. En el caso turco, el que los islamistas dispongan el tipo de atuendo para las mujeres, normen los horarios de consumo de alcohol, quieran regimentar el contacto físico en público o revisar el derecho al aborto.
Se desprende pues que si bien el futuro de estos movimientos ciudadanos es incierto, pues no necesariamente se organizan para tomar las riendas del poder directamente y formar partidos, parecen estar destinados a quedarse para señalar a los líderes y que rindan cuentas. El problema estriba en que sin movilización vertical, es decir una que también conecte, una y entrene a los activistas sobre el teje y maneje de la política, los cambios de fondo tomarán más tiempo en concretarse durante cualquier transición (como es ahora el caso de Egipto) y reconciliación, en el caso de una Turquía cada vez más polarizada.
Pan para tu matate.
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