Sin embargo, esta entrevista vuestra me ha obligado a dejar la zona de confort en la que suelo habitar. Además, no he hecho mayor esfuerzo en lo que os escribo porque, a decir verdad, esto lo dije hace 250 años aproximadamente.
Leyéndoos, uno se da cuenta que aún no comprendéis que en la especie humana hay dos tipos de desigualdades: una, que yo llamo natural o física porque ha sido instituida por la naturaleza, y que consiste en las diferencias de edad, de salud, de sexo, de las fuerzas del cuerpo; otra, que puede llamarse desigualdad moral o política porque depende de una suerte de convención y porque ha sido establecida, o al menos autorizada, con el consentimiento de los hombres. Esta consiste en los diferentes privilegios que algunos disfrutan en perjuicio de otros, como el ser más ricos, más respetados, más poderosos, y hasta el hacerse obedecer, inclusive, imponiendo su idioma y su cultura.
Comprendo vuestra indolencia en dialogar sobre las garantías que construyen las leyes para mitigar esas desigualdades, morales o políticas, pues mucha de la fortuna de vuestros antepasados y lo que, acaso hayáis hecho por vuestra cuenta, proviene del quebranto y la destrucción que habéis impuesto al Estado desde su nacimiento; sobre las leyes de vuestro país, siempre habéis tomado partido, ya fuera para boicotear aquellas idóneas para el bien común o para promulgar aquellas que alimentan únicamente vuestro beneficio gremial. Ejemplos de esto pueden ser los mecanismos implementados para robar las tierras comunales so pretexto del progreso, el contubernio con militares para arrasar tierras, y la serie de privilegios fiscales de los que gozáis y los que defendéis, en pleno siglo XXI, sin la menor vergüenza.
En el fondo de los tiempos, el primer pariente vuestro que, cercando un terreno, se le ocurrió decir “esto es mío” y halló gentes bastante simples para creerle, fue el fundador de las desigualdades morales que hoy tanto descalabran los cimientos de la democracia. ¡Cuántos crímenes, guerras, asesinatos; cuántas miserias y horrores habría evitado al género humano aquel que hubiese gritado a sus semejantes, arrancando las estacas de la cerca: “¡guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y la tierra de nadie!”
Pero, en aquel entonces, nadie pudo contener vuestra fuerza. Y hoy, como ayer, la voraz ambición, la pasión por aumentar su relativa fortuna, menos por una verdadera necesidad que para elevarse por encima de los demás, inspira a los hombres una negra inclinación a perjudicarse mutuamente; una secreta envidia, tanto más peligrosa cuanto que, para herir con más seguridad, toma con frecuencia la máscara de la benevolencia, fiel representada en vuestras fundaciones de caridad; en una palabra: de un lado, competencia y rivalidad; de otro, oposición de intereses, y siempre el oculto deseo de buscar su provecho a expensas de los demás.
Las leyes, como contratos entre los ciudadanos, son el principio para mitigar las desigualdades políticas. Sin embargo, necesitarán de una administración pública suficiente que permita realizarlas en la vida cotidiana. En el hermoso país en el que vivís, la justicia tiene una voz muy débil todavía y se escucha más fuerte el grito atronador de los avaros, los ambiciosos y los malvados. Vos que, aunque joven, representáis ese rancio poder conservador, necesitáis considerar que con vuestras palabras y acciones, ponéis a la sociedad y a vuestras empresas, en vísperas de su ruina.
Estoy seguro que muchas de vuestras horas se consumen sumando codiciosamente lo que habéis hecho durante el día y esto no os ha permitido leer que los ricos de hace 250 años comprendieron ¡cuán desventajosa era la ingobernabilidad, en la cual el riesgo de la vida era común y el de los bienes particular! Por otra parte, cualquiera que fuera el pretexto que pudiesen dar a sus usurpaciones e irresponsabilidades sociales, demasiado sabían que sólo descansaban sobre un derecho, precario y abusivo, y que, adquiridas por la fuerza, la fuerza podía arrebatárselas sin que tuvieran derecho a quejarse. ¡Debéis repensar vuestra inclinación a la minería y la exploración de recursos naturales, si esta implica atropellar a ciudadanos y comunidades!
Debo advertiros, cual fantasma de navidades futuras, que donde se extingue el vigor de las leyes y la autoridad de sus defensores no puede haber ni seguridad ni libertad para nadie. Al observar la gravedad actual de los males de la sociedad que vuestro gremio ha construido, creo que os conviene ir pensando en un nuevo Contrato Social en el que participen todos los ciudadanos y en el que podáis caminar hacia una sociedad moderna e igualitaria.
Leed lo que os escribo con calma y atención porque no conozco el arte de ser claro para quien no quiere ser atento. J.J. Rousseau
Pd. Casi toda la reflexión de la presente columna fue escrita “al rayo”, tomando como referencia el Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres y el Contrato Social de J. J. Rousseau.
Más de este autor