No fue su primer intento. Ya en mayo de 2016 había logrado saltar una pared de 2.5 metros de altura para despeñarse por un profundo barranco localizado en la parte posterior de la cárcel Santa Teresa, localizada en la zona 18. Ni Erik Weisz (conocido como el mago y escapista Harry Houdini) habría conseguido salir indemne de semejante salto.
A decir verdad, sus intentonas han sido mucho más emocionantes y menos vulgares que los simples mutis de otros patroncitos que andan por allí a salto de mata. Entre ellos, Puñalito Ovalle, Alejandro Sinibaldi, Luis Rabbé y algunos que motu proprio dispusieron poner pies en polvorosa, no obstante se decían muy valientes y prestos a demostrar su inocencia. La diferencia entre estos y ella quizá solo sea la originalidad de los escapes de la Patrona.
Maritza Etelinda o Marixa Ethelinda salió de la prisión como Pedro por su casa. Presuntamente cruzó la puerta principal disfrazada de guardia penitenciaria. De haber sido así, creo, se inspiró en el libro Midnight Express, escrito por Billy Hayes y William Hoffer. Esta obra dio origen a la película mencionada. La trama de la novela gira alrededor de un joven estadounidense que escapa de una prisión turca tal como la Patrona consiguió hacerlo del Mariscal Zavala, lugar que se supone absolutamente seguro. Solo le faltó dejar al director de la prisión pendiendo de un colgador, como ocurre en el filme dirigido por Alan Parker.
¿Cómo pudo haber sucedido? ¿Fueron tan solo un cambio de ropa y una osadía los entramados que permitieron su fuga? Nadie lo cree. Así las cosas, menuda tarea les espera a las autoridades responsables de lo acontecido para minimizar el impacto social y psicológico del hecho. El bombazo legal les llegará de oficio.
La Patrona no esperó ni el tercero ni el quinto intento. Se dice que «a la tercera es la vencida» y que «no hay quinto malo». Ella se fue a la segunda. Y semejante intrepidez solo aumentará su fama en el mundo al que ella decidió pertenecer. En cuanto a los patroncitos, sus cobardes desapariciones solo abonarán el descrédito al que no querían llegar porque estaban henchidos de pundonor, ese sentimiento de dignidad que exhibían cuantas veces podían y que los llevó casi a exigir ser inscritos en el canon de los santos en las iglesias como héroes de la patria en el Estado y como dechados de probidad en la sociedad.
En junio de 2016 escribí un artículo titulado El mal nunca paga bien. Lo hice en este medio, que me cobija desde hace 280 columnas. Ese día reseñé: «Es que el mal nunca paga bien. Y quien lo ejerce en cualquiera de sus formas queda atrapado en ese dinamismo que fascina, gusta, atrae y también enreda. Y “cuando más enredado se está, muestra al enmarañado su verdadero rostro para decirle ‘este soy yo’. Para entonces es demasiado tarde”. Así me lo dijo un jesuita. Así me lo dijo un anciano q’eqchi’. En diferente tiempo, en diferente lugar, con diferentes palabras […] Uno, desde la visión cristiana católica. El otro, desde la cosmovisión maya q’eqchi’».
Hoy traigo al tapete ese fragmento del artículo porque, sin temor a equivocarme, la Patrona y los patroncitos no se fueron así de fácil. ¿Cuánto dinero corrió o cuánta cola se tenía pisada para poner a bailar a las marionetas que colaboraron en las fugas? Quién sabe. Mas vox populi es. Y el mal, sereno en su inmensidad (como lo describe Morris West), sigue enmarañando para luego mal pagar a sus sirvientes.
Indudablemente, cada pecado trae su propio infierno. ¿Quiere usted participar en uno? Muy fácil. Solamente tiene que plegarse a las patronas, a los patrones y a los patroncitos que aún andan sueltos por ahí. Lo salpicarán de pisto durante un tiempo. Luego, la oscuridad y el miedo. En esta vida, no en la otra.
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