De mujer a mujer… migrante

Las estadísticas muestran que la mayoría de los migrantes son varones. Son ellos quienes dan el primer paso, pues, en el papel asignado por la comunidad y la sociedad, son los proveedores que deben ganarse la vida para sostener económicamente a su familia. Una vez que el hombre se ha asentado, tiene un empleo y un lugar donde vivir, trae a su esposa y a sus hijos, si los tiene. Este pionero y este hogar servirán de peldaño para otros familiares que le seguirán. Pero ¿qué pasa con esa mujer que viene siguiendo a su marido a la ciudad, no conoce la ciudad y no conoce a nadie en la ciudad? Simplemente ha seguido a su marido con la promesa de un mejor futuro. Su esposo tiene trabajo, tiene amigos, tiene una red social, pero ella está sola.

Estos son los relatos de dos mujeres del oriente del país que vinieron a la ciudad de Guatemala en la década de 1960 siguiendo los pasos de su marido.

Alicia conoció a su futuro esposo cuando el sololateco trabajaba en Jutiapa. Se enamoraron y se casaron, pero a él pronto lo trasladarían a Retalhuleu. Su puesto de trabajo estaba en un lugar alejado al que se llegaba por una carretera en mal estado. Tenía una vivienda que la compañía le ofrecía, pero no un hospital para que Alicia pudiera dar a luz. Decidieron entonces que ella se quedara en la capital, en la casa de huéspedes donde él había vivido antes. La casa de huéspedes, como se explicó en un artículo anterior, es un punto de encuentro de migrantes, estudiantes y trabajadores que buscan un lugar cómodo y barato donde vivir y compartir. Lejos de sus padres y de su esposo, Alicia, que estaba «gorda», como ella dice, quedó en manos de sus compañeros de residencia. Fueron ellos quienes la llevaron a conocer las recién anunciadas colonias para conocer la nueva oferta de viviendas. Fueron ellos quienes avisaron de su parto.

El esposo de Marta se vino a trabajar a la capital cuando aún eran novios. Con un empleo seguro y un futuro prometedor, pidió a Marta en matrimonio. Ella abandonó la casa de sus padres y se mudó con su esposo a la capital para compartir un cuarto en la casa de huéspedes donde él llevaba ya un año viviendo. Buscaron casa y lograron subarrendar una de dos patios y con pila en la zona 1. Un compañero de trabajo había decidido comprar una casa y dejar de compartir vivienda con la familia de su hermano. Así fue como tuvieron esa oportunidad providencial. Fue esa mujer, la madre de tres niños y migrante también, quien le dio consejos a Marta durante su embarazo, quien luego le enseñó a bañar a su cría, quien se preocupó cuando la pequeña enfermó y quien le aconsejó a un pediatra.

La discusión alrededor de la migración se centra generalmente en los protagonistas, en aquellas personas que hacen la travesía, que sufren y enfrentan obstáculos durante su camino. Pero muchas veces olvidamos a las familias que estos dejan atrás o que vienen detrás. Olvidamos a la pareja que anima, que echa el hombro y que sufre en silencio. Olvidamos que esa pareja también vive en carne propia las dificultades de la migración en actividades y situaciones de la vida diaria, que pasan desapercibidas a los ojos de los demás.