Mucho ha hecho la cinematografía estadounidense contemporánea para distorsionar la realidad de las cosas. Presentar la idea en cuanto que, en la Roma Antigua cualquier comportamiento sexual era aceptado y tolerado. Basta referirnos a series de televisión de mucho éxito como Spartacus, una serie de tres temporadas que recrea no sólo los hechos de la rebelión esclava llevada desde Capua a Roma sino en el medio, presenta la vivencia socio-cultural de la época. Podemos referir a la serie ROMA, producida por HBO y basada en el texto ´Cesar Imperator´ del historiador italiano Max Gallo. En ambas series hay una constante: Desnudos de cuerpo completo y mucha, pero muchísima liberalidad sexual. Pareciera como que en la Roma Antigua, las relaciones que hoy llamamos heterosexuales y las homosexuales disfrutaban de un amplísimo espacio de tolerancia en lo público. Quizá, en ambas series, la recreación más apelativa a esta liberalidad sexual romana haya sido la del lupanar pompeyano y alguno que otro caso en la misma Roma. Es cierto, en Roma todo podía hacerse pero no todo era ´bien visto´ ni todo era congruente con la moral del buen ciudadano.
Ése es mi punto de argumentación en esta entrega, aclarando siempre, que el tratamiento de las cuestiones no pretende justificar ni sancionar ninguna posición ideológica ni moral en particular sino abrir una reflexión que de-mitologize el supuesto de la virulenta liberalidad sexual romana.
Tenemos entonces, una grave distorsión generada. Basta con leer el Satiricón para entender la liberalidad sexual en la visión romana. En esencia, la dinámica sexual romana se construye en relación de amantes o clientes. En cuanto a la segunda (hemos referido ya a los lupanares) es un dato interesante conocer tres cosas: 1) el poder público no molestaba a las meretrices, 2) los favores sexuales de los esclavos tenían un cierto límite (recordemos que había una magistratura que se ocupaba de las injusticias cometidas contra los esclavos) y, 3) la relación sexual entre el cliente y la prostituta sucedía sin despojarse esta última de toda la ropa, en total oscuridad. Según nos explica Paul Veyne, al menos, en el peor de los casos, siempre quedaba en uso el sostén. Esto es interesante porque introduce, en la práctica sexual entre la prostituta y el cliente, un elemento de cobertura sobre el cuerpo desnudo que debía respetarse. Hay un vago acercamiento aquí a la posición judía. Baste recordar que luego de pecar, aparece el reconocimiento y vergüenza por la desnudez. Incluso, hay que decir que la relación sexual entre esposo y esposa, en contexto del judaísmo ultra-ortodoxo de hoy se realiza sin ambos despojarse de la gran mayoría prendas. Sorprendente habilidad.
Pero retornemos a nuestra cuestión. Las representaciones de lo permitido y no permitido en la moral sexual romana (no solamente entre la alta sociedad romana-imperial) aparecen en la mayoría de lámparas, vasijas, frescos y grafitis. Si bien los romanos no dejaron de representar todo lo humanamente posible, lo interesante del caso es sin duda aquellas prácticas sexuales que eran consideradas inapropiadas para el ciudadano libre. El ciudadano romano no puede dejarse llevar por todo el abismo de sus pasiones, el problema no son las pasiones en sí mismas sino saber discriminar entre las que son compatibles con la ciudadanía. La prescripción sexual cristiana de los primeros siglos podría, por razones ya obvias entonces, haber parecido un tanto incivilizada en razón de no prescribir la moderación ni el reconocimiento de ´aquello que conviene y no conviene al ciudadano´.
Lo que ´romanizó´ propiamente dicho la práctica sexual fue el elemento claramente contractual,[1] tanto a nivel de la meretriz y sus ´chicas´, como entre el cliente y la prostituta; igualmente entre el ciudadano libre y la posibilidad de dejarse afeminar por otro hombre o mujer (no libre). En el caso de las mujeres de la alta sociedad, igualmente estaba normada la no deseabilidad de tener jovencitas cual amantes por el hecho de trasladar la virilidad al rol de la mujer. Este tipo de dilemas, en razón de expectativas colectivas que definen lo ´esperado y permitido´ entre partes no iguales (libre-esclavo) con reconocimiento de no poder abusar sobre el esclavo y lo que moralmente se pedía del ciudadano libre (por razón de su deber ciudadano, su contrato para con la ciudad) es nada más y nada menos que la compleja moral sexual romana.
Baste recordar lo descrito en las Elegías de Tíbulo. Más que representar una sociedad de liberalidad sexual, encontramos un estamento romano alto-imperial sometido a la tensión entre el deber y la fuerza de la animalidad. Quizá la cita que mejor explica esta situación aparece en Luciano, ´Diálogo de las heteras´. Las heteras, o cortesanas, o amantes ´libres´ debían someterse a lo esperado por la moral que regía los actos ciudadanos y en el mismo caso que con los hombres, alterar el orden ´anti-natural´ era cuestión de vergüenza personal. Recordemos igualmente que Suetonio critica al poeta Virgilio por su gusto por los muchachos (en particular Alejandro y Cebes). Por último, quiero referir a las Filípicas, los dimes y virulentos diretes articulados por Cicerón y el joven Catón contra César. El insulto recurrente y más directo para mostrar la incapacidad del tribuno era, referir a su ´gusto por los muchachos´.
Hilemos un poco más fino pues no se trata solamente del problema de sentirse atraído por muchachos. Esto daría una lectura muy conservadora a las prescripciones sexuales en Roma.
La cuestión es más compleja pues la moral ciudadana pretende evitar que aquello que es libre y superior se haga no-libre e inferior. Me explico. Cornelio Niponte sintetiza el desprecio romano hacia las prácticas griegas, en particular las sexuales. En ¨Vidas de los grandes estrategas¨ Niponte previene al lector sobre algunas conductas sexuales griegas en la cuales el hombre toma ´la posición de animal para dejarse dominar y adquirir el rol pasivo´. Esto, en suma, era considerado deshonroso para el ciudadano. Si leemos a Tácito, Suetonio, Dion Casio y Aulo Gelio (por no mencionar a Livio) es muy claro que incluso ellos reprueban abiertamente la conducta sexual de ciertos emperadores.
Aquí puntualmente, el problema no es la sodomía o ´el amor a los hombres´ sino invertir ´el orden natural´. Y esto no significa la existencia de una ´posición sexual natural´ puesto que estamos en una posición de nomos y no de phisis. El ciudadano no podía dejarse dominar, humillar y banalizar; mucho menos ser penetrado cual representación de ser ´lo inferior´ por asemejarse al rol de la mujer.
¿Cómo entender entonces, la tensión moral entre el cristianismo de los primeros siglos –con su prescripción tan draconiana sobre lo sexual− y la Roma pagana que, si bien pagana, enseña virtud, entrena para discriminar lo considerado ´inferior´ y protege la esfera ciudadana?
De ello en la siguiente entrega.
[1] La prescripción normada contractual (tanto escrita como no escrita) es un inequívoco símbolo romano. Había un contrato no escrito entre el hombre y sus dioses. Por ello el ritual bien elaborado (aspecto hoy aún determinante para el catolicismo romano) era fundamental para que la otra parte cumpliese lo esperado; hay un elemento contractual entre el hijo y el pater familias: en razón de los deberes esperados por ambos. No podía suponerse que esto no afectara el plano de lo sexual.
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