No sé cuándo fue. Es muy difícil precisar el momento en que aquel lugar lleno de estanterías, libros, pilas de revistas y personas circulando entre sus pasillos se abrió por primera vez ante los ojos de aquel pequeño muchacho que llegaba de la mano de su abuelita.
Es casi imposible decir también qué buscaban. Quizá algún libro infantil para enseñar a jugar ajedrez (recién pasaba el célebre campeonato mundial de este deporte ciencia entre Fischer y Spassky) o probablemente una nueva edición de las novelas de misterio de Agatha Christie, que la abuela coleccionaba desde hacía muchos años y cuyos ejemplares solía leer a su nieto, que seguía su narración con los ojos muy abiertos en las noches en que este solía hacerle compañía en su apartamento. Lo cierto es que aquella vez quedaría grabada para siempre en su memoria. De hecho, lo recuerdo como si hubiera sido ayer.
Este pequeño detalle, que abrigo como uno de los momentos que cambió mi vida, lo he podido revivir, año con año y desde el 2000, a través de la magia que ofrece la muy reputada y prestigiosa Filgua, la mayor y mejor feria del libro en Guatemala, que en menos de dos décadas ha creado un espacio público de encuentro para todos aquellos que comparten la afición y el gusto por su majestad el libro. Sin embargo, decir feria del libro es quedarme solo con una muy pequeña parte de la diversión. Filgua es todo un suceso. Es un evento en el que se combinan no solo la posibilidad de acceder a lecturas de gran calidad, sino también el interactuar con personajes del mundo de la cultura, el dar a los chiquillos un espacio de diversión en que se combinan aprendizaje y entretenimiento y, por supuesto, el tener al alcance de la mano un portafolio muy amplio de temas llevados al papel. Todo esto, en un mismo evento. No me cabe duda de que entre aquella vieja feria de barrio a la que llegué aún vistiendo ropas de infante y lo que hoy es y representa Filgua para Guatemala hay una gran brecha, esa que caracteriza a las cosas que se hacen bien y de manera profesional.
He tenido la ocasión de vivir personalmente la excelente tribuna que Filgua ofrece a los autores nacionales. He sido testigo de la oportunidad de compartir con la comunidad de los lectores los anhelos e intereses de quienes escriben y también de quienes aspiran a hacerlo. Allí radica el secreto de su crecimiento. Filgua, en pocos años, poco más de 15, ha pasado de ser un evento con una presencia de unos miles de bibliófilos a tener hoy un movimiento que alcanza ya a más de 44 000 personas. Y su carácter internacional le ha dado a este encuentro una personalidad muy particular. Uno podría decir que está asistiendo al crecimiento y a la madurez de un evento que debe ser orgullo de los chapines y que constituye un momento muy especial dentro del calendario de las actividades significativas del país durante el año que corre.
Este año Filgua espera romper nuevamente récord de asistencia. Para ello debemos todos, los que de alguna manera hemos sido asiduos clientes de sus salones y pasillos, ponernos en movimiento para acercar a más personas a esta cita clave. Estoy seguro de que el tiempo que las personas invertirán en ser parte de este encuentro constituirá una inversión invaluable para su cultura personal y, por qué no decirlo, un soplo de aire fresco para el espíritu y el intelecto.
Yo, de mi parte, me apresto a salir al encuentro de este evento con la ilusión y la curiosidad de un lector que espera encontrar allí las novedades que lo ocuparán los próximos meses. Casi que puedo imaginar la silueta, ya lejana, de aquella linda abuela que guio mis primeros pasos en la lectura, esperando en la puerta de Filgua para tomarme de la mano una vez más y recorrer con gran ilusión los pasillos mágicos de nuestra afición.
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