En la actualidad hay una marcada tendencia a la crisis de los sistemas democráticos debido a la incapacidad de las estructuras partidarias de conectarse con el sentir de la población, de manera que puedan ofrecer respuestas efectivas a los complejos problemas que enfrentan nuestras sociedades. En ese sentido, la democracia en el mundo parece vivir una crisis muy pronunciada.
«Dentro de las cotidianas formas de hacer política, el ciudadano común ve con recelo a aquellos partidos políticos que aún conservan la atracción por el discurso abundante y redundante. Esto suele ocurrir sobre todo en campañas electorales, en las cuales los candidatos del partido asumen todo tipo de compromisos con el electorado para luego no solo incumplir, sino también hacer exactamente lo contrario» (Javier Urrea Cuéllar).
En el caso de Guatemala, la crisis es aún más marcada por la característica principal con la que nació el sistema electoral: la ausencia de estructuras partidarias reales, con arraigo ciudadano y con capacidad de permanecer en el tiempo. Esta falencia ha impedido que las estructuras partidarias cumplan en nuestra sociedad el papel que sí ha cumplido en otras sociedades:
- Un partido político estable ofrece una ideología definida que presupone ciertas respuestas estándares a los problemas de una sociedad en una variedad muy grande de temas. Por ejemplo, los partidos de izquierda suelen enfatizar las políticas públicas de tipo social, mientras que los de derecha suelen inclinarse por programas de libre empresa.
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- Un partido político es una especie de marca en el mundo de la política, ya que usualmente las promesas de campaña no salen de la nada, sino del trabajo continuo del partido en temas cruciales. De hecho, la continuidad de los planes y de las formas de pensar es una garantía destinada a obtener la confianza ciudadana.
- Un partido político es el principal canal para que los ciudadanos simpatizantes del programa y de la ideología del partido se formen en el arte de la política, de tal manera que conviertan la estructura partidaria en una antena de recepción de anhelos, inquietudes y propuestas ciudadanas.
Lamentablemente, la ausencia de partidos reales en Guatemala determina que el peso de la política recaiga en personas tipo caudillos, que, más que proyectos ciudadanos de largo plazo, reproducen el personalismo en la política, lo cual es la causa real de la inestabilidad tan marcada que caracteriza a nuestras sociedades. Justo por esta característica caudillista de la democracia es que siempre he afirmado que, más que una crisis de liderazgos, lo que tenemos es una larga y sostenida lucha de aprendices de caudillo, cada uno soñando con hegemonizar el panorama político durante el tiempo que dure el reinado, ya que el sistema exhibe una contradicción de fondo: si el sistema electoral reproduce el caudillismo, el diseño constitucional fue pensado para prohibir la reelección. De hecho, esa contradicción es la esencia del mito le toca, que parecía roto con Baldizón en el 2015, pero ahora, en el 2019, aparentemente retomado por Torres.
Mientras no resolvamos este problema de fondo —la ausencia de estructuras partidarias reales—, Guatemala seguirá reproduciendo la apatía, el desasosiego y la preocupación con los cuales los guatemaltecos se acercan a las elecciones cada cuatro años.
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