En primera vuelta siempre he votado por quien considero la mejor opción y en segunda he optado por el menos peor. Ningún proceso electoral ha sido la excepción desde que participé por primera vez en el 2007.
Sin embargo, todo cambió a partir del 2015 (después de no haber podido votar en segunda vuelta). Me volví una ciudadana más consciente y más exigente conmigo misma y con lo que esperaba de los futuros gobernantes. Por esta razón decidí involucrarme un poco más en el actual proceso electoral, y esto me permitió emitir un voto mejor informado que en elecciones previas.
Después de leer, analizar, escuchar y volver a analizar distintas perspectivas respecto al tema, he decidido no votar el próximo 11 de agosto. Y esto, por la sencilla razón de que no me siento representada por ninguno de los dos candidatos que hoy compiten por la máxima magistratura del país.
Un gobernante debe ser una persona que, con toda la humildad posible, aspire a dar lo mejor de sí y a establecer las alianzas pertinentes para sacar adelante al país. Hoy por hoy no encuentro las suficientes virtudes en ninguno de los aspirantes para confiarles mi voto.
Entiendo que la política es más compleja de lo que mi burbuja me permite comprender: que hay decisiones políticas que tomar, que hay posturas que se deben establecer y que hay consensos que se deben buscar. También entiendo que la situación de la corrupción en el país es desbordante y que el sistema no funciona. Pero, a pesar de estas contrariedades, considero que los dos candidatos que se disputarán la presidencia en la segunda vuelta no poseen características que yo pueda admirar como persona, mujer y ciudadana guatemalteca. La integridad, la transparencia y la humildad son aspectos clave en cualquier líder, junto con la capacidad para gobernar una nación. Pero ni uno ni otro poseen tales virtudes. Entiendo y respeto la idea de que la abstención electoral no construye democracia, tal como lo expuso Mario Fuentes Destarac en una reciente columna de opinión. Sin embargo, en esta ocasión mis principios y valores retumban fuertemente en lo más profundo de mi ser.
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Y es que no voy a votar por candidatos que utilizan discursos conservadores para ganar adeptos, simpatizantes y votos. O que han cometido múltiples errores, pero son incapaces de reconocerlos y enmendarlos. Tampoco le confiaré mi voto a quien las ansias de poder le desbordan por los poros, al punto de caer en la constante prepotencia y en la arrogancia desagradable. Mi voto no lo obtendrá quien se da baños de pureza sin buscar cultivar la virtud de la humildad en su vida. Ni quien ha hecho uso del erario público para lucrar personal y familiarmente sin reparar por un solo segundo en la cantidad de personas a las que afectan directamente estas acciones egoístas. Mucho menos quienes cambian sus posturas o son inconsistentes en sus discursos y formas de actuar o no son lo suficientemente valientes para exponerse al escrutinio público participando en todos los debates organizados.
Quizá estoy pecando de idealista y soñadora, pero anhelo candidatos que luchen constantemente por el bien y por lo bueno, que vivan íntegramente y que, aun con sus múltiples sombras, luchen constantemente por que sus luces resplandezcan más y aspiren a la excelencia humana. Personas que humildemente busquen vivir una vida coherente, que comprenden de qué va el servicio público y que sean consecuentes con sus principios y valores.
No sé si pido mucho, pero definitivamente no pretendo conformarme. Y aunque entiendo y respeto profundamente a todos los ciudadanos que sí asistirán a las urnas en la segunda vuelta, que emitirán su voto porque creen firmemente que tal acción construye una verdadera democracia, yo no quiero cargar con la responsabilidad de elegir a una persona en la que no confío y que no me representa en lo más mínimo.
Mi abstención no será por falta de interés, sino absolutamente todo lo contrario. Y aunque muchos dirán que si no voto no tengo derecho a emitir una opinión posterior respecto a las decisiones y acciones de los gobernantes, me basta con saber que siempre he pagado, pago y pagaré los impuestos que me corresponden como ciudadana. Y que seguiré trabajando, desde mi trinchera, por construir un país que valore y defienda la libertad individual mientras promueve e incentiva la responsabilidad colectiva.
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