Me refiero por un lado a la acusación que Gabriela Carrera hace a la forma de hacer política en este país, a la debilidad de los dirigentes del Frente Amplio que desean gobernar a como dé lugar, al egoísmo de no poder avanzar en las alianzas más allá de las coyunturas electorales.
Esa es una actitud que tiene un valor increíblemente significativo. Significativo si se toma en cuenta cómo deviene dominante el espíritu lapidario con que los defensores de la democracia liberal guatemalteca arremeten al momento que los “misántropos”, “fundamentalistas de izquierda” ponen en evidencia el descrédito del modelo institucional.
Cinismo, ingenuidad, estupidez, ignorancia, ¿por qué es preferido hacerle el makeover mesiánico a la podredumbre, pintándole los ojos de rosa, en un escenario dominado por un quimérico arcoíris que, junto a ingrávidas florecillas silvestres, llenan el horizonte de fantástica ideología? (eso sí, con la piedra, el tridente y la antorcha listas).
¿Nos librará finalmente de la mala conciencia decir que amamos a nuestro país, repetir que el problema nacional se encuentra en una falta de identificación con nuestras instituciones, próceres, mitos fundacionales y las cosas grandiosas que tenemos, para luego, como buenos ciudadanos parciales de la sociedad global de consumo, ir a comprar hamburguesas el mcdía feliz y “ayudar” a los niños que padecen de no sé qué enfermedad?
El segundo escrito al que me refiero es una breve nota escrita por Fernando Jerez en la que reflexiona sobre el mito de occidente y su proyecto civilizatorio. Propone que uno de los elementos constitutivos de los mitos (desde la antigüedad helénica) consiste en la preparación física y material, pero sobre todo psíquica para la hazaña que implica la puesta en marcha de un gran proyecto heroico de conquista.
La empresa civilizatoria de occidente llamada (mito de la) modernidad, como cualquier proyecto heroico, necesita de un acto sacrificial fundacional. En general, este acto se encuentra en la conquista de América, pero, específicamente, en la invención y la muerte del indio. El indio, como víctima sacrificial, abre el círculo infinito de la colonialidad convirtiendo al conquistador en el héroe que inspirará la autopoiesis de la dominación venidera.
Ese es un acto que disemina una cultura colonizada/colonizante empecinada por mantener la vigencia del proyecto de la modernidad, negando todo aquello que se aleje de ella. Por eso el indio es tanto fundación como prolongación, ya que hasta cierto punto encarna la rebeldía y la insumisión; por eso la identificación con la blanca y desarrollada Europa y las identidades basadas en la negación del indio (¿acaso ladinas y mayas?).
Dice Jerez que la modernidad necesita reterritorializar “al indio, inscribiéndolo, como ausencia negada, como eje de racionalización, cuyo sacrificio consiste en el motor, en el carbón vivo que es arrojado a la caldera del progreso”.
Mis dos amigos, entonces, pueden ser lapidados y linchados por su actitud díscola e insurrecta de indios antimodernos. Nunca los veremos, sin embargo, envueltos en podridas negociaciones que, como dicen los maestros del descaro, constituyen la naturaleza de la política.
Nuevamente, como dice Jerez: “en la historia guatemalteca, la maquina biopolítica se ha modificado actualizando el circuito sacrificial”. Esa actitud de rebeldía (de indios) es, hoy como siempre, de increíble valor y, posiblemente ahí, se encuentre el germen de una política descolonizada y diferente.
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