No nos confundamos.
Por un lado la encuesta no dice que la desnutrición crónica infantil se redujo un 1.7% en el último año. Bien lo reconoce el Gobierno. Dice que se redujo un 1.7 puntos porcentuales en una muestra de 166 municipios a los que el Ejecutivo da prioridad en sus intervenciones, es decir, en esos 166 municipios la prevalencia de desnutrición crónica infantil cayó de 59.9% a 58.2%. Es una diferencia sustancial, porque ni sabemos lo que pasa en el resto del país ni podemos extrapolar los resultados de esta encuesta.
Por otro lado, las diferencias estadísticas que arroja deben ser tratadas de acuerdo con las reservas del método: muchos de los avances o retrocesos son de tan pequeña magnitud que caen dentro del margen de error de las encuestas de 2012 y 2013. En vez del estimador puntual que maneja el Gobierno, es necesario leer los intervalos de confianza, que se traslapan.
¿Qué significa esto? Que si bien la caída puede ser mayor, también puede ser menor, o incluso pudiera ocurrir que se haya incrementado la desnutrición crónica.
¿Qué significa esto? Si fuera una encuesta electoral, diríamos que hay un empate técnico. Por eso subrayar el intervalo de confianza hubiera incomodado a los dirigentes. Esta reflexión vale, sobre todo, para esos 1.7 puntos porcentuales que se está manejando como el principal éxito de las intervenciones de Gobierno, pero aparentemente no anula del todo el retroceso en los niños menores de dos años, entre los que, aun siendo el grupo prioritario para el Pacto Hambre Cero, la desnutrición crónica se ha incrementado. Tampoco tampoco anula la reducción de la anemia en un 4.5%.
Presentación de Sesan (2014)
De todos modos, seamos benevolentes con los datos y aceptemos, por un momento, que constituyen una descripción precisa de los hechos. ¿Implica eso que Hambre Cero está siendo un éxito?
Esta pregunta tiene una respuesta política y una técnica: 1) no; y 2) no sabemos pero todo indica que no.
La respuesta política es “no” porque las cifras, aun suponiéndolas válidas, están muy lejos de lo prometido por Otto Pérez. (La Secretaría de Seguridad Alimentaria y Nutricional ha insistido en que no han mejorado en la proporción esperada porque, con un esfuerzo ingente de su equipo, redujeron el sub-registro de casos y eso, aunque sea bueno, desfigura su trabajo. Pero la explicación tiene al menos un punto débil: que no debería afectar la comparación entre 2012 y 2013, puesto que en 2012 ya se había anunciado esa mejoría.)
La respuesta técnica es “no sabemos pero todo indica que no”.
Una evaluación de impacto es un tipo de medición cuyo propósito es entender si los cambios en una realidad concreta pueden atribuirse a un programa o a una política específica. Para ello, se trata de establecer mediante técnicas científicas si existe relación entre las acciones llevadas a cabo y las transformaciones observadas. Si existe una correlación significativa, se supone que la intervención es la causa del cambio y se entiende que tuvo un impacto. A veces, sin embargo, las intervenciones son ineficaces y sin embargo la realidad cambia. En esos casos lo que ocurre es que se modifica por razones que son ajenas a nuestros esfuerzos y no nos podemos atribuir. Para llegar a una conclusión válida, generalmente suelen ser necesarias dos cosas: comparar las características del problema antes y después de la intervención, y comprar cómo evolucionó el problema en los grupos en los que intervinimos y cómo en otros en los que no hicimos nada. Si en los dos evolucionó igual, tendremos que poner en entredicho el efecto de nuestro trabajo.
Esta es una explicación tosca, pero nos sirve para subrayar lo siguiente: El jefe de la Sesan, Luis Enrique Monterroso, sostiene que el Tomo II de la encuesta contiene una evaluación de impacto de la intervención de Hambre Cero, pero eso no es cierto. El estudio se limita a describir resultados y variables; ni busca correlacionar el trabajo del Gobierno con el problema, ni utiliza grupos de control. Desde el punto de vista técnico, coinciden expertos en estadística, la encuesta es intachable. El problema son las conclusiones, que no se siguen.
Dicho de otra manera, si con la información que han hecho pública alguien le preguntara: “¿Sirvió Hambre Cero para lo que se pretendía?”, usted podría suspender su juicio y contestar: “A ciencia cierta, no sabemos”.
Aunque también podría añadir: “Pero todo indica que no.”
En la lógica de la Sesan, el fracaso hasta ahora había sido un asunto de desorganización, pero también de escala: no se había invertido lo suficiente, por suficiente tiempo, en suficiente gente. Y entonces la solución era organizarlos y subirle la intensidad al programa.
Pues bien, ahí parecen haber fracasado: tres informes independientes (de Cer Ixim, de Fundesa y de Alianmisar) llegan a parecidas conclusiones: en 2013 se redujo la inversión pública con respecto a 2012, se deterioró la capacidad de entrega de los servicios e intervenciones de salud y agricultura, y se contrajeron los programas sociales.
Súmele a eso que el programa de fertilizantes es contraproducente para los campesinos, que el Índice de compromiso contra el hambre y la desnutrición, que felicita a Guatemala como el país más políticamente comprometido, también asegura que el empeño se mantuvo en 2013 en la lucha contra el hambre pero que empeoró notablemente en materia de desnutrición, y que en el propio Tomo II, se lee:
“Los tipos de ayudas más comúnmente recibidos fueron útiles escolares (41.9%), asistencia médica (37.6%), dinero (22.7%) e insumos, semillas y fertilizante (22.5%). En comparación con la Encuesta 2012, en la Encuesta 2013 los hogares declararon haber recibido menos ayuda en términos generales, excepto por la categoría de alimentos que precisamente tiene una mayor relación con los programas vinculados de manera directa al Plan del Pacto Hambre Cero, aunque las diferencias no parecen considerables […] La ayuda proviene casi exclusivamente de una institución pública [...] Una excepción es la ayuda en alimentos, que en zonas rurales parece ser provista en una mayor medida (alrededor de 35%) por instituciones privadas u ONGs”,
sume todo eso y va a resultar un poco difícil atribuirle cualquier mejoría general con respecto al 2012 al Gobierno, a menos que lo pongamos en clave de malabarismo o de milagro.
En un esfuerzo por hacer inatacable su encuesta, la Sesan (qué mintió sobre la reducción de la letalidad en 2012 y disfrazó las muertes por desnutrición infantil en 2013) contrató al prestigioso Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias (IFPRI); y ha destacado este hecho cada vez que ha podido como quien muestra un aval.
Ha evitado, sin embargo, aludir a la cláusula que encabeza el estudio, común cuando apunta a quien paga una investigación, pero casi inaudita cuando se refiere a quien la lleva a cabo:
¿Y quiénes son los autores? Contra lo que acostumbran otras instituciones como el Instituto Nacional de Estadística, nadie en concreto aparece en los dos tomos. Solo una vaga referencia de Monterroso: “Los equipos técnicos de SESAN y del Instituto Nacional de Estadística, con el apoyo del Instituto Internacional de Investigaciones en Políticas Alimentarias (IFPRI) formularon la realización de encuestas.”
O sea, el IFPRI no la llevó a cabo, y no está claro que la avale.
¿Entraña todo esto que Hambre Cero sea un plan nocivo? No lo creemos. Aún sin transformaciones de raíz, bien ejecutado podría mitigar la desnutrición de una manera más efectiva que lo visto hasta ahora. Lo que tratamos de poner en perspectiva es la información que ha trasladado el Gobierno y, en duda, que hablen de impacto y se atribuyan éxitos.
Cuando todo eso sucede y sucedió y cuando el Programa de extensión de cobertura en salud está en peligro por recortes, más valdría que el Ejecutivo no viniera a convencernos de que “ahí va una liebre” cuando todo apunta, de momento, a que nada más se trata de un gato.
Nota de edición: El último párrafo de este editorial decía: "Cuando, según detalla Cer Ixim, el Ministerio de Salud ya ha publicado las cifras de desnutrición crónica infantil correspondientes al primer semestre de 2014 y resultaron superiores a las que había al principio de Hambre Cero, más valdría que el Ejecutivo no viniera a convencernos de que “ahí va una liebre” cuando todo apunta, de momento, a que nada más se trata de un gato". Se modificó porque se comprobó que en el dato de la fuente secundaria había un error: en donde hablaba de un incremento en 2012 para la desnutrición crónica infantil, debería haber hablado de la aguda. Esa frase ya fue corregida.