Chávez ha sido el impulsor de la revolución bolivariana en Venezuela y del socialismo del siglo XXI y Pérez Molina fue el representante del ejército de Guatemala que firmó los Acuerdos de Paz y es el primer presidente militar desde entonces. Ambos exmilitares, hoy presidentes, enfrentan momentos claves en sus países.
Venezuela
A sus detractores no les queda otra que reconocer que los venezolanos respondieron el llamado a las urnas en masa y con casi 55% de los votos religieron a Hugo Chávez. Por primera vez enfrentó a un rival que para muchos pudo haberle complicado la reelección, pero a pesar de una ventaja cómoda, Chávez ha venido perdiendo un aproximado de 10% del voto popular con cada elección.
La Venezuela de hoy no es la misma de inicios de siglo: la criminalidad ha crecido exponencialmente, hay un serio déficit habitacional, logró sortear los embates de la crisis económica por poco y su aparato petrolero, con el que sostiene los programas sociales de su gobierno y todos los procesos regionales del ALBA, pide a gritos una modernización. Con la reelección se encuentra en la cima de la política regional pero necesita un relevo en el liderazgo regional porque el petróleo no da para más mientras que en casa, su ministro de Defensa, el del Interior y su Canciller ven con ansias la silla presidencial.
Guatemala
Con otra suerte corre Otto Pérez Molina en Guatemala, en menos de un año ha logrado convertirse en todo lo que quería evitar durante su campaña y sus primeros meses de gobierno: ser un gobierno militarista represor. La tragedia ocurrida en Totonicapán ha dejado sin lugar a dudas que la mano dura es para la población civil inconforme que, sin justificar la toma de establecimientos públicos, propiedad privada o de carreteras, ha sufrido los embates del aparato represivo del Estado, mostrando la incapacidad del mismo para el diálogo político y la prevención de conflictos. Mientras tanto, grandes extensiones del territorio nacional siguen a merced del crimen organizado, y en el sector público, siguen anidando corruptos que ya todos conocemos.
El problema de solicitar que se actúe dentro del marco de la ley, es que quienes deben dar un ejemplo del mismo, con acciones, por supuesto, y no con palabras, son precisamente una serie de funcionarios que se restriegan el miso por donde no brilla el sol, mientras se atoran con los pocos impuestos que pagamos (y con ese ejemplo piden que reformemos la Constitución y paguemos más impuestos).
La desconfianza del ciudadano guatemalteco ha llegado a un punto crítico y la lógica exige un ajuste en el gabinete y que algunos actores den un paso al costado. Urge abrir un diálogo nacional en condiciones de igualdad ciudadana, y no permitir que la sangre que corrió en Totonicapán sea otro episodio oscuro de nuestra ya triste historia.
Más de este autor