Para ello es preciso ponerse en los zapatos del editor. El dueño de una prestigiosa editorial me comentó en una ocasión: «Todas las semanas viene alguien jurándome que me trae el best seller del año» (entendiéndose como tal una obra literaria cuyo éxito será monumental). De tal manera, el escritor debe tener la capacidad de autocrítica. Antes de llevar su trabajo a una editorial, debe evaluar concienzudamente si vale la pena publicarlo.
Acerca del editor, debe tenerse en cuenta que es la persona que le da forma y pule la obra. Y mi experiencia con las editoriales (que ronda ya los diez libros publicados) ha sido muy satisfactoria. Por supuesto, el refrán popular reza: «La candela no debe estar ni tan lejos que no alumbre al santo ni tan cerca que lo queme». Editores hay que algunas veces pretenden modificar el contenido de un escrito, y escribidores hay que no aceptan el cambio de un punto y seguido por un punto y coma.
Con relación a editores y editoriales, es mil veces preferible publicar a través de personas e instituciones especializadas en el tema que llevar un original para que lo mal estampe una persona inexperta en una pequeña imprenta. Conste que no estoy arguyendo en contra de las imprentas. Estoy compartiendo mi experiencia tal y como me fue solicitado. Sé de trabajos exitosos que han sido cuidadosamente maquetados en imprentas que tienen a un experto editor al frente, pero a mí, en casos similares, me ha ido de la patada.
La persona que quiere convertirse en escritor tiene que tenerlo muy claro: somos un país que ya no tiene cultura de lectura. Y cuantas veces puedo argumento: «En Guatemala, el escritor debe pagar su publicación y luego regalar el libro para que lo lean. Y si lo leen, debe estar preparado para recibir las críticas más acérrimas de las personas más inexpertas en literatura». Así las cosas, se precisa de cierta dosis quijotesca para lanzarse a la aventura de pelear en contra de los molinos de viento.
Una opción, no fácil por cierto, es participar en certámenes literarios. Ese ha sido mi derrotero. Gracias a ello he publicado obras de ensayo, cuento y novela en Venezuela, Argentina, España y Guatemala. Si la obra es premiada y el certamen es internacionalmente reconocido, uno tiene la certeza de que lo escrito sí vale la pena publicarlo. No es el escritor quien lo dice, sino un jurado altamente calificado.
Y en orden a los certámenes literarios, ha de saberse que los hay de diferentes niveles. En Guatemala, el mejor referente que tenemos es el correspondiente a los Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango. Después del Premio Nobel, los más antiguos del mundo conocido. Los jurados calificadores son internacionales y la transparencia de las ya 101 ediciones es incuestionable. Es decir, tienen buqué.
En España hay anualmente más de 2 000 concursos. América del Sur y México no se quedan atrás. España tiene como invaluable ventaja que un buen número de las juntas mantenedoras de dichas justas permite el envío de los trabajos por correo electrónico. Es una prerrogativa enorme porque el problema para nosotros los guatemaltecos es que no tenemos correo nacional. Y enviar los trabajos por servicios de correo privados —a Europa, por ejemplo— es altamente oneroso.
Amigo lector, no le tenga miedo a lanzarse sin paracaídas al mundo de los escritores. Le sugiero tres vías para hacerlo. Una, acérquese sin pena a los editores. Otra, participe en los certámenes literarios que tenga a su alcance. Y una tercera, publique por su cuenta. La última, por cierto, difícilmente llega a ser gananciosa.
Hasta la próxima semana si Dios lo permite.
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