Ya intuía yo que el haber estado hospedada en una habitación empapelada con papel de estaño y con una calaca plateada como única decoración, no podía ser un buen presagio. Pero, honestamente, esto rebasó mis expectativas. ¿Estaría alucinando? Ni siquiera un Barbancourt haitiano podría tener esos atributos.
Durante mi estancia, desfilaron ante mis ojos distintos personajes. Retengo sobre todo la reunión con una mujer excepcional que detuvo la conversación en el juicio por genocidio. Fue una reunión poblada de miradas expectantes, preguntas sobre el contexto, gestos de preocupación, o simplemente de curiosidad por entender qué es lo que este juicio está moviendo en una sociedad que en plena guerra prefirió ignorar la muerte de los otros –sacrificables- y que en plena época post-“paz” la sigue ignorando porque “gracias” a todo ello Guatemala es lo que es, hoy día.
“No se podía evitar” -me dijo una colega al aterrizar en la oficina- “esto remueve demasiadas cosas”. Otras voces pretenden que estos temas permanezcan arrinconados en un ático oscuro. Yo no lo veo así. Son demasiadas cosas que hemos obviado asumir. “¿Para qué remover el pasado?” preguntan con un pretendido aire de neutralidad y candor. Para “preservar la paz”. Ajá.
Yo me acuerdo que no fue hace mucho (aunque las canas que empiezan a asomarse, digan lo contrario) cuando una patoja de 20 años entraba y salía de una casa que servía de lugar de reuniones para los integrantes de la Asamblea de la Sociedad Civil. Esa patoja, que a sus veinte era bastante escéptica pero que conservaba una sonrisa amplia y espontánea contagiada por la perseverancia de tanta gente allí congregada, le preguntó una vez a una mujer con su niño en brazos qué era lo que la movía a desplazarse hasta la capital para estas reuniones. ¿Valdría la pena? ¿Qué se aportaba a las negociaciones de paz con todo esto? Estaba aburrida por tanta discusión que a ella (la joven) le parecía sin sentido. La señora le responde: “aquí está mi vida”.
Una frase que ahora la joven, ya no tan joven, hurgó en los laberintos de su memoria cuando la jueza Carol Patricia Flores pretendió anular lo actuado del proceso penal por genocidio. ¿Qué es lo que está en juego aquí? La Guatemala inamovible de hoy en día.
¿Que el juicio es una conspiración? ¿Que está animando la confrontación?
El debate ha rebasado ya los linderos de los documentos académicos, de activistas de diversas corrientes o de los manuscritos legalistas. ¡Por fin! Si en algo se sustenta una conspiración es en el secuestro de la información y en la falta de transparencia política. La confrontación se alimenta de la ausencia de debate. El debate se ha abierto y nadie rebate que en Guatemala existe una disputa por la memoria o las memorias. Pero éste es un proceso que ha comenzado años atrás y que rebasará el juicio en curso porque el tema de fondo es otro: la construcción de un país –ése que no hemos podido asumir con los cambios estructurales que anunciaban los Acuerdos de Paz.
Lo importante ahora es que no hay alternativa a la Justicia. La impunidad y la negación en torno a estos actos, en lugar de sentar las bases de un pacto social, atentan contra la sociedad misma y la legitimidad del Estado de Derecho. Las interpretaciones sobre los hechos pueden ser diferentes; pero los hechos están ahí. En un proceso judicial, esto es lo único que cuenta. Nadie puede retorcerle la mano a los jueces para dictar un veredicto a su antojo -cualquiera que éste fuere. La sola idea de algo parecido es inadmisible. Sin embargo, es completamente legítimo exigir el respeto al debido proceso porque de lo que se trata es de avanzar hacia la incorruptibilidad del sistema judicial. En esto estamos todos involucrados. Se debe reconocer que el proceso se ha desarrollado conforme a los cánones de la legalidad. Una conspiración implica emboscar a alguien de mala fe; y aquí, la única mala fe que ha habido es la utilización de argucias legales para sabotear el juicio.
La impunidad, esa sábana sucia que no hemos lavado en años, es la amenaza real. ¿Cómo se hace una abstracción histórica de los relatos que hemos escuchado en las últimas semanas? Es imposible. Las voces pausadas detallando las atrocidades vividas quedaron consignadas más allá de las actas mismas: su huella indeleble no puede ignorarse más. Los hechos no se niegan per se, pero sí se están negando sus implicaciones morales, políticas y jurídicas. Ésa, diría S. Cohen, es una negación implicatoria. La pregunta para todos nosotros es: ¿estamos dispuestos como sociedad a verle la cara a la justicia? Hay miedos, hay intolerancias, sufrimientos indecibles, insomnios perennes, silencios apagados y responsabilidades obviadas. El juicio debería despejar ese horizonte. La oportunidad es única.
Una imagen me abrumaba en las noches en NY: la foto de un niño que el cineasta que gentilmente me hospedó, había tomado en Liberia. Eran sus ojos, dos órbitas desafiantes y serenas. Volví a ver esos ojos cuando la Dra. Claudia Paz y Paz del MP argumentaba, con voz delicada y firme, la ilegalidad contenida en la resolución de la jueza Flores. Fue una intervención atinada y oportuna, con un único objetivo: la aplicación plena e imparcial de la justicia. En la actual coyuntura, la prioridad no puede ser otra.
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