¿Será posible desembarazarse de ella? Como toda acción humana en términos sociales, es una construcción cultural, no se trae en la carga genética. Pero, mirando la situación del país y de otras latitudes, pareciera que es consustancial a los seres humanos, que nadie se libra de ella. Estados socialistas que han recorrido un largo trecho en la construcción de sociedades alternativas aún llevan en sus entrañas ese mal, esa lacra. ¿Habrá que pensar que es biológica? Si no se nace con ella, se puede combatir, por supuesto.
Los políticos de profesión (presidentes, ministros, parlamentarios), aquí como en cualquier parte del mundo, no son los dueños económicos del país. Sabemos que quienes tienen las decisiones finales en los países capitalistas (Guatemala lo es) son esos grandes y poderosos factores de poder. Banqueros, terratenientes, encumbrados empresarios son quienes realmente marcan el rumbo. Quienes ocupan las curules o algún sillón como funcionario público, incluidos los presidentes, en general no provienen de los sectores oligárquicos. Son, mayoritariamente, profesionales de clase media que en nuestros países latinoamericanos suelen hacer del puesto público un botín de guerra.
La corrupción, por tanto, se deja ver inmediatamente: son interminables los casos en los que algunos de estos grises y mediocres gobernantes, luego de su paso por la función pública, terminan con fortunas personales.
Es imprescindible denunciar esto por cuanto constituye un descarado robo: roban nuestro dinero, el dinero de nuestros impuestos. ¡Viles ladrones, no muy distintos a los delincuentes que roban un teléfono celular por la calle! De todos modos, ese no es el problema fundamental: la cuestión que hace que la gran masa trabajadora viva en la pobreza es la inequitativa forma en que se reparte la riqueza.
Sin embargo, este pequeño robo de los funcionarios debe denunciarse con severidad: robo es robo. Sin olvidar, como dijo Proudhon, que «la propiedad privada es el primer robo de la historia».
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Es costumbre inveterada entre los congresistas guatemaltecos pagar sus almuerzos con fondos públicos. Robo, descarado robo: ellos tienen ya su salario (que no es bajo, por cierto). Y no comen un magro almuerzo, como la inmensa mayoría de los guatemaltecos (si es que comen). Por el contrario, sus facturas de almuerzo son vergonzosamente altas.
Ahora bien: si uno de esos banqueros, terratenientes o encumbrados empresarios gasta fortunas en sus viandas, nos parece normal. Ese, supuestamente, es su dinero. Falacia que no se puede dejar pasar por alto. Ese dinero lo hicieron otros con su esfuerzo, con su trabajo. Que esas sean las reglas de juego es otra cosa (léase de nuevo a Proudhon). Pero ¿qué decir de los llamados (incomprensiblemente) padres de la patria? ¿Viles ladrones?
Las medidas de austeridad por parte de los funcionarios públicos constituyen siempre una buena noticia. Más aún en un país como Guatemala, donde el 60 % de la población vive en situación de pobreza, donde la mitad de los niños están desnutridos, donde el analfabetismo (abierto y funcional) aún golpea con fuerza y donde un salario base cubre apenas una tercera parte de la canasta básica.
La diputada por el Movimiento para la Liberación de los Pueblos (MLP) Vicenta Jerónimo, de origen maya mam, acaba de dar un ejemplo de ética política. Rechazó algunos de los innecesarios e insultantes privilegios de los congresistas llamando a comenzar las sesiones a las 14 horas, ya almorzados, para ahorrarles el gasto de la comida a los contribuyentes. La medida, tomada en solitario por esta digna funcionaria, no fue seguida por ningún otro congresista, incluidos los de las bancadas ahora llamadas de izquierda rosa. Por supuesto, la amplia mayoría de los otros la vilipendió.
Combatir la corrupción no es terminar con la exclusión de las grandes mayorías populares, pero es un buen paso para comenzar. ¿Alguien más seguirá el ejemplo de Vicenta?
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