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Dalton: Correspondencia clandestina (cuarta y última parte)

La versión de la familia Dalton, sostenida en testimonios de varios militantes de la época, dice que Rivas Mira dio la orden y Villalobos jaló el gatillo
Parecía que Ana Sonia Medina llevaba instrucciones precisas de no entregar toda su información a los cubanos, de mantener cierta distancia; más allá de los desplantes y la inmadurez
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Dalton: Correspondencia clandestina (cuarta y última parte)

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Presentamos la última parte del ensayo sobre la correspondencia que mantuvo Roque Dalton con su exmujer Aída Cañas, entre diciembre de 1973 y enero de 1975, cuando el poeta vivía en la clandestinidad en El Salvador, unos meses antes de ser asesinado por sus propios compañeros guerrilleros.

Las cartas que Miguel le envió a Ana ponen por primera vez en evidencia que un año antes del asesinato de Dalton tuvo lugar un pleito entre las mujeres de los dos principales mandamases del grupo y Aída Cañas. También revelan que Dalton y Alejandro Rivas Mira, el entonces jefe del ERP, tenían algo más que una relación estrictamente política, lo que le confiere una dimensión más sórdida y oscura a la traición perpetrada por éste.

Aída me confió, esa tarde de enero en San Salvador, que Rivas Mira apareció de la nada en la vida de Dalton, cuando ellos vivían en Praga, a finales de 1966. Dalton recibió una llamada telefónica inesperada de un joven que se identificó como un salvadoreño que estudiaba en Alemania, quien estaba de visita en Praga y quería conocerlo. Se citaron en un restaurante. Aída acompañó a Dalton. Ella no recuerda de qué hablaron, pero sí tiene muy presente que a la salida del restaurante a Rivas Mira lo estaban esperando dos tipos con los que hablaba en alemán y a quienes no les presentó. Esa comida sucedió alrededor de dos años después de que Dalton se le escapara al ejército salvadoreño y a la CIA –quienes habían jurado venganza–, y se refugiara en Praga bajo la protección de los comunistas rusos y checos.

Rivas Mira era doce años menor que Dalton, procedía de una familia de clase media acomodada, se había graduado de bachiller bajo la tutela de los maristas en 1964 y desde esa época ingresó a un grupo de la Juventud Católica; luego de un año en la Universidad de El Salvador recibió una beca del Servicio de Intercambio Académico Alemán (DAAD, por sus siglas en alemán) para estudiar en la Universidad de Tubinga, foco de marxistas de distintas tendencias, pero ubicada en el corazón de la zona de ocupación de las tropas estadounidenses.

La siguiente vez que Rivas Mira apareció en la vida de los Dalton estos ya se habían establecido en Cuba. Fue en 1968. Venía de Alemania y permaneció varios meses en la isla, al parecer invitado para un entrenamiento por el servicio de inteligencia cubano, que lo habría reclutado en Tubinga. Visitó en varias ocasiones el apartamento de los Dalton; bebieron copas, discutieron sobre política. Seguramente Dalton miraba con cierta simpatía paternalista a aquel joven de 21 años, audaz y brillante, que se estaba metiendo de cabeza en la revolución. Aída me contó que Dalton utilizó sus contactos internacionales para, a través de estos, hacerles llegar tarjetas postales desde Europa a los padres de Rivas Mira en El Salvador, a fin de que ellos creyeran que su hijo seguía en Alemania[1].

No volvieron a verlo hasta 1972, pero entonces era otro. Dos años antes había fundado “El Grupo”, que se convertiría luego en el ERP, y en febrero de 1971 había dirigido el secuestro del heredero de la entonces familia más rica y de más abolengo de El Salvador, Ernesto Regalado Dueñas, quien apareció asesinado unos días después del secuestro. Rivas Mira llegó a La Habana con un bastón, con el rostro adusto y haciéndose llamar “capitán”, recuerda Aída; ya no era más el joven simpático y accesible, sino alguien enfundado en la pose del gran jefe y con el seudónimo de Luis Ríos. Entonces comenzaron las pláticas a puerta cerrada con Dalton que culminaron un año más tarde con su ingreso a ese grupo guerrillero.

Por esa misma época llegaron a vivir a La Habana los padres de Rivas Mira. Su permanencia en San Salvador resultaba imposible, luego de que su hijo se convirtiera en el hombre más buscado por las autoridades a causa del secuestro y asesinato de Regalado Dueñas. Los cubanos instalaron a los señores Rivas Mira en el Hotel Deauville[2]. La familia Dalton les dio todo el apoyo posible para que se aclimataran en La Habana: les atendían, les ayudaban con las gestiones, les hacían compañía. Mientras tanto, su hijo Alejandro se había juntado con una chica procedente de una familia de cafetaleros del oriente del país, también formada en un colegio privado católico y quien se había radicalizado e integrado al ERP. Su nombre era Angélica Meardi.

 

En la carta del 28 de diciembre de 1973, Miguel le dice a Ana: «espero que pronto estará contigo mi prima, con la que podrás platicar ampliamente y acordarte de todos nosotros. Nosotros la pasamos bien, en familia y los recordamos mucho a ustedes en nuestras oraciones. (…) Mi prima te llevará muchas razones y espero que las noticias te gusten y puedas ayudarnos y ayudarme en las cositas que te pedimos». La prima, Angélica Meardi, cuyo seudónimo era Rita, llegó a Cuba a principios de enero para recibir entrenamiento; se instaló donde Aída Cañas, quien, aunque ya no era la esposa de Dalton, seguía facilitando su apartamento como una especie de base para los guerrilleros del ERP que llegaban a entrenarse a la isla y ella misma cumplía ad honorem funciones de representante del grupo, en especial ante las autoridades cubanas. Cuando Rita llegó al apartamento del Vedado, ya estaba instalada en ese mismo sitio, bajo el cobijo de Aída, otra jovencita procedente de las filas del ERP que respondía al seudónimo de Mireya y cuyo nombre real era Ana Sonia Medina, entonces compañera de vida de otro joven dirigente guerrillero de nombre Joaquín Villalobos; ella llegaría pronto a ser la jefa de inteligencia de esa organización.

La versión de la familia Dalton, sostenida en testimonios de varios militantes de la época, dice que Rivas Mira dio la orden y Villalobos jaló el gatillo. A principios de 1974, las compañeras de los asesinos y la víctima (aunque Aída en términos estrictos ya no lo fuera) estaban reunidas bajo el mismo techo: una mujer hecha y derecha de 39 años con tres hijos adolescentes; las otras dos, guerrilleras veinteañeras con veleidades de primeras damas. Aquello difícilmente podía funcionar. Y más temprano que tarde, reventó.

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En la carta del 22 de mayo, Miguel le pide a Ana: «Aprovecha el viaje de Rita para enviar lo más que puedas respecto a todos los asuntos pendientes». La carta llegó hasta el 13 de junio, según anotación manuscrita al pie, y para entonces hacía rato que la relación entre Aída y las dos guerrilleras había tocado fondo; estas dos, además, ya estaban en ruta de regreso hacia El Salvador. En su carta de respuesta, despachada el 18 de junio, Anacuenta: «Es una lástima que yo tenga que decirte que no estoy del todo contenta, pues he pasado ratos muy desagradables por una serie de malos entendidos que surgieron aquí con tus parientes [Mireya y Rita] y que como dice el dicho los trapos sucios en la casa se lavan y los lavaron en otra casa. Como siempre traté de llevar las cosas como aquí en casa sé que se deben llevar: cuidar la salud de tus hermanos y los intereses de la familia [ERP]. Desgraciadamente caí en desgracia con tu pariente [Rita] pensando que yo le estaba restando, pongámosle, autoridad, porque me lo dijo y yo en realidad lo que hice siempre fue sugerir y cuidar las cosas que ustedes pidieron que se guardaran. Mis padrinos [los cubanos] vinieron a casa a decirme que iban a suspender mi trabajo de administradora porque se les había pedido que las cosas se trataran personalmente y que mi trabajo quedaba pendiente para el futuro, y además tus parientes plantearon que se les trataba con desconfianza en el seno de la familia. Ellos [los cubanos] dicen que en realidad habían comenzado a trabajar conmigo porque de parte de ustedes no habían recibido otra sugerencia, pero que las cosas las dejara yo así. Así es que yo, querido Miguel, he permanecido marginada. Nunca creí que se hubieran planteado cosas tan absurdas y que en tres pelones que somos surgieran diferencias que afectan profundamente. Además a tu pariente yo la acogí como una hermana ya que su hermano [su esposo, Rivas Mira] es para mí digno de toda admiración, respeto y cariño. Así es que yo le pido a él que cuando pueda venga una persona de toda confianza para poder yo hablar y explicar con detalles las cosas que por carta no se pueden decir y que para el futuro se tomen en cuenta; de lo contrario yo creo que en esa forma no soy necesaria en este trabajo, pues para mí ha sido muy bochornosa esta situación».

¿Qué sucedió? Ana es muy cuidadosa: no narra los hechos, ni da detalles: menciona «malentendidos» que habrían llevado a que Rita, la mujer del mandamás, sintiera desafiada su autoridad y que, en vez de buscar una solución entre ellas, fue con la queja a los cubanos, quienes optaron por hacer a un lado a la ex esposa de Dalton y tratar todos los asuntos con aquélla. Pero el tono comedido y un poco victimista que hasta entonces ha mantenido Ana en la carta, de pronto cambia y le advierte a Miguel: «Cuando tu prima [Rita] te cuente los chismes del vecino de ustedes pónganle mucha atención, pues aquí yo he tenido que sufrir muchos disgustos por su lengua, ya que vino a sacarla aquí con el pariente mío que tengo a distancia por loco. Vuelvo a repetir que pongas mucho cuidado en eso y que lo tomen en cuenta porque yo trato con muchas precauciones a la familia. Por lo demás yo no he tenido ningún problema, pues sigo viviendo tal como tu me conociste».

Aunque no sabemos quién es el «vecino» ni «el pariente loco» a los que se refiere Ana, lo que sí resulta claro es que, para ella, Angélica Meardi era una chica muy peligrosa, acostumbrada a la calumnia, a la intriga y a los enredos, por eso le advierte a su ex marido que tenga «mucho cuidado» con esa lengua.

En la siguiente carta de Miguel, fechada el 10 de agosto, es evidente que los problemas suscitados en Cuba entre Angélica Meardi y Aída Cañas han sido motivo de discusión dentro de la cúpula del ERP y que la versión que prevalece es la de la mujer del jefe: «Con la llegada de mi prima [Rita] tuvimos noticias tuyas y nos enteramos de los problemas surgidos. Aquí las cosas se han considerado de una forma objetiva y con comprensión para todas las partes y analizando sobre todo lo conveniente para el trabajo y el aprendizaje de experiencia. Vos sabés cómo son las cosas: cuando surgen las diferencias de criterio o se topan dos personas que tienen diversa experiencia en el negocio, suelen surgir problemas y como éste es el caso los problemas se conocen hasta que ya han surgido y quizá hasta pasado, lo que se puede hacer es únicamente aprender para que en el futuro las cosas no se planteen así necesariamente. Por una parte tanto mi primo [Rivas Mira] como yo te decimos que no te preocupes demasiado por las cosas que pasaron, que ya habrá oportunidad en el futuro para oír tu opinión y mientras tanto lo principal es la disposición que tienes para seguirnos ayudando. Te conocemos lo suficiente para saber que no se trata de una cuestión de fondo y los errores, los haya cometido quien los haya cometido, tienen base en la inexperiencia en este ramo comercial, las circunstancias que surgen por la vida misma y criterios personales de cada quien. Por mi parte creo que independientemente de que en la primera oportunidad se te oiga y se resuelva en definitiva sobre lo que pasó, mi opinión es que no debes preocuparte más por lo que pasó. Pasaste ratos desagradables y creo que te habrás acordado de mis problemas [¿con los comunistas salvadoreños?, ¿con los cubanos en Casa de las Américas?]. En fin, creo que no necesito decirte más al respecto. Dejemos eso atrás y procuremos ver el futuro sin rencores y sin hacer de situaciones circunstanciales mayores problemas. Supongo que ya tendrás otros problemas de la vida diaria que necesitan tu atención. Ya después hablaremos de eso contigo».

Aída no recibió esta carta sino hasta el 27 de noviembre, según anotación manuscrita en su primera página, ciento nueve días después de que fuera despachada (¿dónde quedó atorada?, ¿en las manos de la misma jefatura del ERP?). Más allá del tono conciliatorio de la carta, se nota en Dalton cierta preocupación: él conoce a fondo a Aída y habrá tenido una visión del problema muy distinta de la que fue a contar Rita. Una pregunta que surge es cómo reaccionó Dalton, en la reunión en que se trató el tema, frente a la lengua de Rita, sobre la que ya le había advertido Aída; y la otra pregunta, más quemante, es cómo reaccionó Rita ante los cuestionamientos de Dalton, conocido por sus habilidades de polemista y su humor ácido. Lo más probable es que a partir de ese momento Dalton se echó en contra la «peligrosa lengua» de la mujer del jefe.

No exagero al destacar la incidencia del problema entre ambas mujeres. El mismo Dalton, un par de semanas más tarde, en su primera carta desde México, que le envía a Ana con fecha del 28 de agosto, el primer punto que aborda es el referente al diferendo con Rita. Dice:

«Espero habrás recibido carta mía en que te decía no te preocuparas con lo sucedido con Rita. Desde luego conociendo a Rita no me extraña lo que pasó, aunque ello no quiera decir que tú no puedas haber cometido errores. Allá la cosa se ha visto con comprensión y se aprecia tu propósito de seguirnos ayudando, pero también es injusto que cargues con las metidas de pata nuestras. Escríbeme sobre lo que pasó, pues allá se espera tu versión. De lo que se trata es de que sigas adelante con nosotros que las cosas mejoran y se va a necesitar a todos.

«Escríbeme largo por medio de Jesús TODO lo que tengas pendiente y con toda claridad. Hay que aprovechar esto. Yo estaré aquí hasta el 15 de septiembre y tal vez un poquito más (…)

«Escribe de todo y claro, aprovecha esta oportunidad que después va a ser más difícil para mi salir».

El problema, pues, no ha terminado. Y en esta carta, que no pasará por las manos del ERP sino que viajará directamente a través del enlace cubano (Jesús) entre México y La Habana, Dalton hace un juicio negativo de Angélica Meardi («conociendo a Rita, no me extraña lo que pasó») y también toma posición de cara a la confrontación entre su ex mujer y la del jefe («es injusto que cargues con las metidas de pata nuestras»). ¿Para qué podía querer Dalton que Aída le escribiera largo y tendido, y con detalles, «TODO» lo que había sucedido sino era para seguir la discusión a su regreso a El Salvador y poner a Rita en su lugar?

Aída no dejó pasar la oportunidad, y en su carta de septiembre, enviada a través de Jesús, se suelta: «En cuanto al problema con Rita no comenzó con ella, pues las cosas comenzaron con la primera compañera que llegó [Mireya], que creyendo que a los dos días de encontrarse aquí ya iba poder incorporarse en el trabajo y [al] no haber salido las cosas como ella creyó, empezó a disgustarse y a decir que aquí a la familia [el ERP] se le veía como mierda y que interés no les veía a los compañeros [los cubanos] por ayudar, en fin que soltaba una serie de insultos. Yo en primer lugar me sorprendí mucho porque de primas a primeras venía y hacía esas acusaciones, pues además recalcaba mucho que su compañero [Joaquín Villalobos] le había recomendado que nada más tratara sobre su trabajo y que a nadie diera datos de nada, con decirte que costó que diera sus datos personales en la encuesta que los compañeros exigen aquí, pues no quería hacerlo».

Parecía que Ana Sonia Medina llevaba instrucciones precisas de no entregar toda su información a los cubanos, de mantener cierta distancia; más allá de los desplantes y la inmadurez, la actitud de Mireya revela que en la fracción de Villalobos al interior del ERP existía suspicacia hacia los comunistas cubanos, una desconfianza que seguramente también se trasladaba al asesor que les habían encajado, Dalton, quien se había incorporado a la guerrilla gracias a una negociación de Rivas Mira en La Habana, de la que Villalobos quizá no fue parte.

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Pero los berrinches de Mireya en contra de los cubanos no se restringieron al ámbito del apartamento de Aída, sino que fue más allá, como cuenta ésta en la carta: «luego su disgusto lo manifestó delante de los señores padres de tu hermano [Rivas Mira] en muchas ocasiones y el viejo me llamó para decirme que la manera de expresarse de esa muchacha no les gustaba a ellos y que no sabía por qué era eso, pues ellos estaban muy contentos y agradecidos con la gente aquí o que si había pasado algún problema, y ellos empezaron a sentirse confundidos».Mireya fue, pues, a hablar mal de los cubanos que la habían invitado ante los padres del jefe de la organización, quienes vivían en la isla con todas las atenciones necesarias gracias precisamente a la generosidad de los cubanos. La descripción deMireya que hace Aída la hace parecer un personaje sacado de la novela Demonios de Dostoievski, alguien ducho para crear intrigas y embrollos a la menor oportunidad. Su incontinencia la llevó incluso a fisgonear a los padres del jefe: «además [los padres de Rivas Mira] me manifestaron que había sido muy curiosa con ellos y que posiblemente ellos con muy poca experiencia habían podido decir alguna cosa que no fuera conveniente. Efectivamente ellos en el afán de querer saber de su hijo hicieron algunas preguntas que a una persona viva como ella la puso en qué pensar. Yo le llamé la atención por su manera de expresarse y además le dije que no tenía derecho a amargar a los señores diciéndoles cosas que ellos no entendían, pues aquí en primer lugar desde que habían venido yo había tratado de que los señores vivieran su vida tranquilos y ya que ellos no se iban ni mañana ni dentro de un mes, que le suplicaba no volver a expresarse en esa forma porque a ellos les disgustaba. Se disculpó y aceptó estar equivocada, pero me engañó, porque cuando Rita vino le puso la cabeza a punto de estallar».

La versión de Aída es que si la lengua de Rita era peligrosa, la de Mireya era aún peor, pues la superaba en capacidad de intriga y persuasión, a tal grado que estaba convenciendo a la mujer del jefe de que se regresaran a El Salvador. Dice Ana en esa carta de septiembre que Rita manifestaba tener ganas «de regresarse y que no sabía en qué momento había aceptado venir aquí, pues la compañera [Mireya] le había dicho tantas cosas que ya no sabía ni qué pensar. Yo le expliqué todo lo que pasó y le dije también de lo que había pasado con los señores.Rita me dijo que no sabía por qué la compañera tenía tanta prisa, pues allá se le había dicho que podía permanecer en esta de 8 meses y hasta un año, y que para evitar que los señores siguieran metiendo la pata con ella, pues se le cortaría la ida al hotel. Eso por supuesto no le gustó».

Si que le cortaran el acceso a los padres de Rivas Mira la disgustó, el hecho de que le limitaran las visitas a la casa de Aída donde se encontraba Rita y se reunían con los cubanos sólo acrecentó su enfado: la estaban dejando fuera de la jugada. Dice Ana: «En otra ocasión hubo que decirle que tenía que permanecer un tiempo en su casa, pues a Rita enferma la habíamos dejado conmigo y fui yo la que tuvo que decirle que los compañeros [cubanos] habían reclamado, ya que habían visto su tendencia de querer permanecer en mi casa. Esta otra sugerencia la disgustó mucho y la tomó en esta forma diciendo: que yo me había dado cuenta de que Ritaconocía a la gente grande de la familia y que por eso yo no hallaba qué hacer con ella y que entonces a ella la había tirado a un rincón».

La reacción natural de Mireya fue la conspiración y para ello necesitaba poner a Rita a la cabeza y quitarle sus atribuciones a Aída. Así lo relata ésta en su carta: «Te cuento estos incidentes para que veas como es que yo me fui ganando la mala voluntad de esa compañera. El hecho de que los compañeros vinieran a mi casa a hablar conRita no participando ella la disgustaba terriblemente, así fue como fue tejiendo finamente sobre RitaRitaentonces comenzó a protestar porque aquí en mi casa eran las reuniones, porque los compañeros por mi medio les hacían saber algunas cosas o comunicar algo, hasta que un día vinieron las dos a plantearme que Rita era aquí la que tenía que llevar la disciplina y que era yo quien tenía que rendir toda información a ellas, porque eran ellas las autorizadas para llevar todas las cosas al país, que no eran los compañeros [cubanos] los que iban para allá».

La conspiración, pues, funcionó. Y Aída, dolida, no se ahorra detalles en su carta sobre la personalidad de las muchachas “revolucionarias” que la han depuesto: «Ahora te diré que Rita tiene un carácter insoportable y aquí demostró una inconformidad para todo. Sí es cierto que la salud no le ayudó mucho, pero de eso nadie tiene la culpa. Si había una cosa en la que no estaba de acuerdo o creía que debería ser como ella decía y se le contradecía, estallaba de una manera absurda ante todo el mundo; se disgustó con los señores [sus propios suegros] porque le sugirieron como un consejo familiar dominar su carácter y el hecho de haberle dicho que evitara quejas la puso furiosa contra ellos y contra mí, porque se imaginó que yo era la que había puesto a los señores al tanto, mas no se daba cuenta que su malestar era visible. Ahí fue donde decidió llamar a los compañeros y plantearles que era con ella con quien tenían que entenderse y que era en su casa donde tenían que reunirse, en total que yo quedara fuera de mi nombramiento de representante mientras ella estuviera aquí, que les pedía que le señalaran sus defectos, ya que decían que ella tenía mal carácter, y que los señores veían con desconfianza política a la compañera. Así es que ya te puedes imaginar como me cayó a mí esa forma de plantear las cosas, pues los compañeros [cubanos] me hicieron saber su planteamiento y que ellos lo iban a respetar. Desde entonces se volvió intratable, conmigo casi ni se comunicaban pues cuando tenían que venir por alguna necesidad lo hacían a la fuerza. Así fue como yo también fui apartándome para no ocasionar más disgustos y metidas de pata».

La descripción de Rita que hace Aída es la de una niña acomodada y caprichosa, acostumbrada a los privilegios, a que se haga su voluntad, y berrinchuda ante el hecho de que no se le trate con las consideraciones que ella considera merecer como mujer del jefe. Puntualiza Aída: «Renegó de todo, comida, médico, medicinas y qué se yo qué más cosas. Yo por mi parte te sugiero que para la próxima gente se les hable para que vengan conscientes de las dificultades que puedan pasar aquí, pues ellas parece que desconocen los problemas de la comida y de los grandes sacrificios de este pueblo: ponían el grito en el cielo si un día no comían carne o si les faltaba una lata de leche. Aquí que sepan que es una escuela esa experiencia y que si allá tienen el privilegio de tener muchas comodidades, por faltarles un par de meses aquí, nadie se muere».

A continuación, Aída pasa a justificarse, a explicar su comportamiento: «Yo, como te decía en mi carta que Rita llevó, traté de cuidarlas lo más que pude tanto a ellas como a los intereses de la familia. Las precauciones que se tomaron con el hotel donde viven los señores se hicieron porque eran urgentes, tanto porque nuestro compatriota tenía la gran amistad con los chapines que viven ahí como porque está lleno de extranjeros exiliados. Sin embargo, la última que salió de aquí, la semana que se quedó esperando su salida, se la pasó casi en el hotel causándoles a los señores preocupaciones». Resulta curioso que dos militantes que viven según las reglas de la clandestinidad en El Salvador, al llegar a Cuba rompan esas reglas y se dediquen a hacerse visibles y a espiar en un hotel donde se concentraban latinoamericanos involucrados en procesos revolucionarios en sus propios países.

Ahora bien, Aída se hace una autocrítica: «Yo, como te decía en mi anterior, pude cometer errores y más que todo fue porque me desequilibraron, no compartí sus criterios equivocados y sus terquedades y también porque me falta experiencia, pues hasta hoy trato los asuntos directos». Pero enseguida vuelve a poner el dedo en la llaga: «yo comprendo que cuando no nos parece algo tenemos derecho a reclamar y también a pedir más de lo que nos dan en cuanto a experiencias, Rita se enojó terriblemente porque no le dieron otras cosas, pero la realidad es que ella cerró las puertas, total se fue disgustada con todo el mundo. (Si tú tienes que vértelas con ella te compadezco). Hasta aquí llego con esto pues hay muchísimas cosas que si tendría que detallártelas en esta carta no terminaría nunca».

Las mujeres de los mandamases del ERP (Rivas Mira y Villalobos) salieron de La Habana llenas de animadversión hacia los comunistas cubanos (con las puertas cerradas, según la carta), peleadas con Aída Cañas y con los padres de Rivas Mira, y seguramente indispuestas, por decir lo mínimo, contra aquel que representaba en sus filas a esa isla que ellas dejaban atrás con aborrecimiento: Dalton. La advertencia de Aída a su ex esposo ante esta situación es contundente: «Si tú tienes que vértelas con ella te compadezco».

 ¿Cómo reacciona Dalton ante las revelaciones que le hace Aída en su carta? Aún está en México y su respuesta viene en la misma misiva, del 18 de septiembre, en la que confiesa su relación con Lil Milagro y su affair con Breny. Le dice Miguel a Ana ante los casos de Rita y Mireya: «Yo en lo personal te doy la razón a ti por cuanto ya conozco a mi gente y por cuanto conozco tu experiencia y tu manera de ser. Sebas [Sebastián Urquilla, otro seudónimo de Rivas Mira] tomó las cosas con seriedad y también tiene el criterio de que había habido incluso por parte de su mujer una gran falta de madurez. Lo que no se sabía allá es lo de Mireya, pues todo le había caído aRita. Creo que no vamos a seguir profundizando en esto. Hay que dejarlo atrás y no volver a escarbar el asunto, porque sería lo de nunca acabar. Las muchachas son buenas compañeras pero con una falta de experiencia muy grande y una falta de madurez emocional y política por el estilo. Será la vida allá, y el trabajo lo que las irá formando mejor. Hay también algunas cositas de índole política, actitudes pequeño burguesas que unidas al carácter y al desconocimiento de los problemas las hicieron meter la pata. Lo cual no quiere decir que tú no hayas cometido errores, en este trabajo todos los cometemos y hay que procurar cometerlos cada vez menos y menos graves. Trataremos que la gente nueva que vaya no caiga en esas actitudes reclamatorias e injustas, que tú señalas de manera correcta. Eso es lo peor. Pero ya verás que las gentes que comenzarán a llegar, en la medida que son trabajadores, se portarán mejor».

El tono de Dalton –como se puede apreciar– es condescendiente, tolerante, paternalista. Las conspiradoras «son buenas compañeras»; su voluntad de intriga y de espiar es producto de «una falta de madurez emocional y política»; su incapacidad de establecer una relación política fluida con los comunistas cubanos se debe «al desconocimiento de los problemas [que] las hicieron meter la pata»; su incomprensión y desprecio ante las carencias materiales de la Cuba revolucionaria son «actitudes pequeño-burguesas» que se irán superando. La subestimación de Dalton de Rita y Mireya es asombrosa: el comportamiento de ellas en Cuba al final de cuentas responde a «cositas de índole política». Lo importante es queSebas (Rivas Mira) «tomó las cosas con seriedad» y acepta que hubo «incluso por parte de su mujer una gran falta de madurez».

En vez de profundizar en las razones de que tal tipo de militantes estén en el núcleo de la organización con acceso directo a la cúpula a través de sus relaciones maritales, Dalton se dedica a darle consejos a Aída de cómo actuar en el futuro: «debes ayudar en lo que puedas o en lo que se te designe, ser discreta, no andar preguntando por fulano de tal o por zutano. Debes cuidar asimismo tu clandestinidad de trabajo. No es necesario que sepa[n] quién eres. Y hay que hacer tu ayuda más operativa, más de trabajo y menos familiar con la gente que llega. En el caso de las muchachas había razón para ver a los viejos, por ejemplo, pero de ahora en adelante ya no. Eso puede ser peligroso para todos. Trabaja tú con seudónimo, mira a la gente de ser posible fuera de tu casa, por teléfono y sólo para cosas de trabajo. A no ser claro que haya necesidades especiales, casos especiales, enfermedades, etc., en que uno tiene que ser enfermero y amigo. Pero la onda general de la amistad con los clandestinos debe verse de una manera nueva».

Claro, la respuesta de Dalton está unos párrafos antes de que en la misma carta le cuente a Aída de su nueva relación sentimental en El Salvador y del súbito affair con Breny en México. Esto es lo que concentra la atención del poeta en ese momento, su desgarre emocional entre dos amores; lo de Rita y Mireya «hay que dejarlo atrás y no volver a escarbar el asunto». Aunque tampoco se puede descartar la posibilidad de que las valoraciones recatadas de Dalton sobre el caso y sobre «las muchachas» no expresen su verdadero pensamiento, sino que estén destinadas al operador de la inteligencia cubana, portador de la carta, que sin duda la leería.

Una pregunta inevitable que surge luego de releer esta carta es qué papel jugaron Rita y Mireya en la conspiración que le costó la vida a Dalton, hasta dónde sus intrigas al estilo Lady Macbeth, hechas al oído de sus cónyuges, acrecentaron la animadversión de Villalobos y Rivas Mira en contra del asesor que se habían traído de Cuba. Y la pregunta tiene validez porque a Dalton lo asesinaron bajo la acusación, en primera instancia, de ser agente de la inteligencia cubana (inteligencia que había invitado, atendido y entrenado a ambas conspiradoras –y a Rivas Mira– durante varios meses), aunque después se sacaran de la manga la acusación de que era agente de la CIA. 

No es posible, a través de la correspondencia entre Miguel y Ana, comprender la complejidad de la relación entre Dalton y su asesino, Rivas Mira. En todas sus cartas, Miguel se refiere al jefe de la organización con respeto y simpatía; no parece que hubiese habido tensión entre ellos, sino camaradería. En la carta del 5 de enero de 1975, cinco meses antes de que Rivas Mira ordenara su asesinato, Dalton le da instrucciones a Aída para que su madre, María, cuando llegue a La Habana, visite a los padres del jefe, con la autorización de éste: «Luis R. [Rivas Mira] te manda muchos saludos y te dice que puedes llevar a mi señora a ver a sus papás, de manera que ella traiga un panorama de cómo están ellos y que ellos puedan platicar con una compatriota. Ella no sabe nada de ellos y sus hijos y bastará que platiquen como compatriotas. No iría allí tu señora [Carmen, la madre de Aída], desde luego».

La relación no puede ser más cordial, fraterna, tal como se desprende de la respuesta de Aída del 21 de enero: «En cuanto al recado que me manda tu hermano [Rivas Mira] respecto a tu señora estoy entendida, dile que mis tíos están bastante bien de salud y que nos queremos mucho. Dile además que tienen el proyecto de salir para ver a su nieta y a su sobrino, pues después de su enfermedad el tío está un tanto desesperado por ver a la otra familia, quisiera que tu hermano me diera su opinión, ya que mi tío insiste mucho en ese proyecto».

Aunque los términos de «hermano» y «tío» respondan al encubrimiento propio de la carta clandestina, la sensación de que hay una relación casi familiar entre los Dalton y los Rivas Mira es convincente. María, Aída y los tres muchachos atendían a los padres de Rivas Mira en La Habana en el mismo periodo en el que éste montaba la trama para asesinar a Dalton. ¿Qué pasó? 

Este texto se publicó originalmente en Iowa Literaria y Plaza Pública lo reproduce con la autorización del autor.


 [1] Ver: Dalton, Juan José. “De cuando conocí al asesino de mi padre”, Diario digital Contrapunto, 16 de febrero de 2013. El Salvador. http://www.rdarchivo.net/cuando-conoci-al-asesino-de-mi-padre

[2] E-mail de Jorge Dalton al autor, 21 de agosto de 2013. El hotel Deauville aún existe en el centro de La Habana, próximo al malecón.

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