Cujus regio, ejus religio

En esa época se consideraba que cualquiera que disintiera  en cuanto a la religión deslegitimizaba al Estado. Sin embargo, y contrario a esta solución, hay Estados que han encontrado en la secularización la unidad. Se ha despachado a la religión y se ha impuesto una visión común del mundo (v.gr. Estados nacionalistas o comunistas). Ninguna de las dos ha sido exitosa y tampoco han logrado su objetivo, pero sí nos han ayudado a encontrar un camino distinto, la laicidad.

El actual proceso electoral se ha caracterizado porque los políticos han utilizado sus religiones y los valores que estas promueven como lema principal de sus campañas. Sin embargo, aun y cuando lo que en Guatemala se necesita es que todos tengamos una misma jerarquía valorativa, pareciera que el presidente es el llamado a salvarnos de esta supuesta crisis de valores y que entonces nuestro país, de la noche a la mañana, va a cambiar. Es claro: “La familia unida salva al pueblo”, “Dios, Patria y Libertad”, “Visión con Valores”. Ante esta ambigüedad yo me pregunto: ¿será que el Dr. Baldizón se refiere a la familia tradicional (papá, mamá e hijos) o bien a las familias uniparentales o aquellas mal llamadas disfuncionales (abuela y nieto por ejemplo)?, ¿será que Paty de Arzú se refiere a un Dios que ama a todos o a ese Dios que considera abominables a los homosexuales? y luego  no termino de entender ¿a qué valores se refiere el Dr. Caballeros?, porque toda visión tiene valores.

El gran problema de imponer religión o moral en la política es que excluye. Un Estado democrático no puede ser excluyente, mucho menos violador de los derechos de las minorías. Más que imponer a los individuos una representación del mundo y del bien (ya sea secular o religiosa) el Estado debe favorecer el desarrollo de la autonomía de las personas y debe proteger la libertad de consciencia de las mismas.  Existen valores constitutivos de los estados democráticos, estos son los valores que sustentan al Estado: dignidad de la persona, libertad, estado de Derecho. Aun y cuando estos valores no sean neutros permiten que los ciudadanos con valores diferentes puedan convivir en un mismo espacio de forma pacífica.

Nadie inventa el agua azucarada. A estas ideas John Rawls las llama “consenso entrecruzado”, lo cual obliga a los ciudadanos a encontrar principios comunes que permitan que cada quien, con sus valores y su forma de ver el bien, pueda realizarse en una sociedad. Bajo este principio de laicidad el Estado toma partido a favor de la igualdad y de la autonomía de los ciudadanos, permitiéndoles elegir su plan y modo de vida. Así un ateo heterosexual puede convivir con un católico homosexual sin imponer a los demás sus formas de ser felices o sus ideas del mundo.

Imagínese unas elecciones en las cuales los políticos, futuros jefes de Estado, abordaran temas como el homosexualismo, el aborto o la educación sexual desde una perspectiva democrática, discutiéndolos sobre la base de los derechos que reconoce nuestra Constitución: dignidad, vida y libertad.