Que el Aeropuerto Internacional La Aurora haya sido usado como juguete presidencial bajo la administración de Carlos Velásquez Monje como director general de Aeronáutica Civil es una demostración de irresponsabilidad descomunal y de corrupción con enorme potencial homicida. Este sujeto fue el responsable del espectáculo vergonzoso y ridículo de noviembre del año pasado, cuando se montó una farsa con la que se pretendió engañar a la opinión pública al celebrar con alfombra roja, protocolo, cuerpo diplomático y demás parafernalia una supuesta certificación por parte de la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI).
Cuando la falsedad quedó evidenciada, Guatemala fue para la mayoría el hazmerreír internacional. Sin embargo, para quienes saben de seguridad aeroportuaria y de cómo se previenen las tragedias de los accidentes aéreos, el asunto no tuvo nada de cómico. Al contrario: se profundizó la preocupación grave por la seguridad con la que opera La Aurora.
Problemas de seguridad serios han sido denunciados por el aeroclub, incluyendo despidos masivos de controladores aéreos, presiones para los nuevos controladores que intentan hacer su mejor trabajo en horarios extenuantes y sin la capacitación y la experiencia requeridas, bomberos sin el equipo adecuado para atender las características especiales de un percance aéreo, etc. Un boletín de alerta sobre las fallas de seguridad del aeropuerto La Aurora emitido por el sistema de reporte para la aviación segura de la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA, por sus siglas en inglés) a la Administración de Aviación Federal (FAA), ambas del Gobierno de los Estados Unidos, relató incidentes causados por la cuestionable efectividad de los sistemas para la aproximación de aeronaves comerciales, lo que sugiere riesgos operacionales para el transporte aéreo.
En marzo pasado relaté acá la experiencia de haber vivido un verdadero caos en el aeropuerto La Aurora, causado por fallas en el sistema informático y de las fajas que transportan los equipajes del piso de mostradores a los controles de seguridad y de allí a los aviones. La semana pasada, el director general de Aeronáutica Civil actual, Francis Argueta, informó que esas fajas transportadoras fallaron de nuevo y causaron atrasos y molestias. Son bien conocidas las quejas por el mal estado de los sanitarios, del aire acondicionado, de los ascensores y de las gradas eléctricas, entre otros servicios en la terminal aérea.
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La cuestión es grave no solo por los atrasos, las molestias de los pasajeros, la mala imagen para los viajeros y la falta de competitividad en todos los negocios asociados al aeropuerto. Principalmente es grave porque toda esta situación es la combinación perfecta para que ocurra un desastre, que por puro milagro o suerte no ha ocurrido.
El domingo pasado Argueta informó que trabajadores del aeropuerto lograron una reparación temporal y que se hacen los esfuerzos por contratar los servicios de mantenimiento que por negligencia o corrupción sus antecesores no hicieron. Él tiene la enorme responsabilidad de comunicar con honestidad plena el estado real del aeropuerto y, tal como lo ha hecho con las fajas transportadoras, de establecer los planes para corregir los errores según tiempos y recursos disponibles.
Argueta tiene la oportunidad de demostrar que para él el Aeropuerto Internacional La Aurora no es un juguete presidencial, un botín para la corrupción o un trampolín para el protagonismo mediático o político. Al igual que todo funcionario honesto, no necesita hablar mucho: sus acciones, pero principalmente sus resultados, hablarán por él.
La ciudadanía sabrá recompensarlo si hace su trabajo bien: corregir las bochornosas deficiencias en los servicios aeroportuarios, pero, sobre todo, evitar tragedias.
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