El proceso bolivariano y el ALBA no se reducen a la personalidad de Chávez, ni son un hecho transicional. La lealtad casi religiosa de los chavistas al presidente venezolano y el mensaje categórico de este a los mismos permite augurar como probable que el nombramiento de Maduro funcione para mantener la unidad de sus filas
En términos de voluntad y capacidad política es improbable una ruptura con la Habana del tipo que ocurrió entre el gobierno castrista y la Unión Soviética post-Gorbachov. En el sistema político venezolano de la V Republica, consolidado en torno al PSUV como partido dominante, Nicolás Maduro aparece como favorito para consolidarse como sucesor. Incluso si la oposición venezolana se mantuviese unida en la ausencia de su némesis y ganara terreno en unas elecciones anticipadas, una ruptura con Cuba no estaría en el orden del día. Un rasgo que distinguió al candidato Capriles de sus predecesores en las candidaturas presidenciales antichavistas fue una retórica menos hostil hacia el ALBA y los programas de cooperación entre Cuba y Venezuela.
Una presidencia de Maduro implicaría una mantención probable de las líneas generales de política exterior aplicadas por el vicepresidente cuando era canciller. Maduro ha sido menos belicoso pero no menos radical que Chávez en su hostilidad a la hegemonía estadounidense y en la alianza con Cuba. Un cambio de tono o incluso una reducción en la retórica contra EE.UU son compatibles con el cumplimiento de compromisos con Cuba, que también arrojan beneficios tangibles para las diferentes facciones del Partido Socialista Unificado de Venezuela.
La probabilidad de lo anterior no significa que una retirada del presidente Chávez o una larga convalecencia no vayan a impactar la posición del gobierno cubano en lo interno o en el sistema internacional. Un escenario regional sin el presidente Chávez o con menos uso de su carisma, como ya ha sido el caso a partir de su enfermedad, disminuye el perfil del bloque bolivariano. La preferencia por actitudes contenciosas hacia EE.UU, y de solidaridad incondicional con la obra de Fidel Castro como inspiración, aparecen naturales con la aspiración de Chávez al liderazgo revolucionario latinoamericano. La participación discreta de Maduro en las cumbres presidenciales recientes en representación de Chavez demuestra que le será difícil llenar la proyección internacional de su “comandante-presidente”. Ese ajuste de la proyección venezolana en el escenario multilateral reduce, aunque no anula, el poder cubano para avanzar la agenda anti-hegemónica desde la posición de líder de la CELAC en 2013.
Aunque la influencia regional chavista había pasado su cenit antes de la enfermedad de Chávez, su papel en el ascenso al poder de la izquierda latinoamericana, radical o no, y su capacidad de influencia en los escenarios internos de varias naciones garantizaba que no habría cumbre de las Américas en 2015 si Cuba no asistía. Sin Chávez al timón del ALBA, la política exterior cubana tendrá que trabajar más duro para poner el tema del embargo y la política de aislamiento a Cuba como obstáculo insalvable al propósito estadounidense de ejercer un liderazgo regional. Maduro no tiene el carisma ni el poder de convocatoria para compeler a los lideres brasileños u otros actores regionales como México a adoptar un boicot latinoamericano contra una cumbre de las Américas sin Cuba.
Dado el nivel de su alianza con Venezuela, Cuba no puede esperar nada positivo de una mayor incertidumbre política en Caracas. La sustentabilidad del proyecto integracionista bolivariano depende de una mejor gobernabilidad, altos precios del petróleo y una expansión de la producción petrolera en la franja del Orinoco, lo que requiere inversiones de los socios minoritarios externos. La matriz bolivariana de intercambio de petróleo venezolano por servicios cubanos de salud y educación es la columna vertebral del ALBA. Hay créditos internacionales de inversión y proyectos económicos conjuntos con Cuba, como la ampliación de la refinería de Cienfuegos, que dependen de garantías venezolanas. La incertidumbre en torno a la salud del presidente Chávez, o la proyección de su sucesor complejizan las decisiones corporativas para esas u otras inversiones.
Lo anterior no significa que las comparaciones entre un posible escenario sin Chávez y las consecuencias para Cuba de la caída de la Unión Soviética tengan asidero. A diferencia de la estructura de comercio exterior e inversiones de 1989, la Cuba de hoy ha desarrollado una mayor capacidad para pivotear hacia otros socios comerciales como China y Brasil, evitando que se repita aquella debacle. Es innegable que los veinte años de ajuste y crisis desde 1991 a la fecha han provocado significativos desgastes políticos y económicos en el gobierno cubano pero la adaptación del sistema cubano al mundo post-comunista es también una realidad. Todos los que han subestimado la capacidad de adaptación y sobrevivencia de ese régimen político se han equivocado.
La capacidad del sistema cubano para manejar crisis no invalida la presión que la incertidumbre política en Caracas introduce sobre los procesos de reforma económica y liberalización en curso. Las dificultades en Venezuela llegan a destiempo pues los cambios menos riesgosos ya fueron adoptados en 2011 y 2012. Cuba comienza el 2013 implementando las reformas migratoria y tributaria mientras la reducción del sector público está en el orden del día, con la desventaja de carecer de financiamientos de organismos internacionales para amortiguar los costos de transición. Las posibilidades de expansión del comercio de servicios cubanos por petróleo son ya limitadas (más de 30,000 cubanos de los sectores de salud y educación prestan servicios fuera de Cuba). La urgencia de acelerar la transición hacia un modelo de economía mixta, focalizado en el crecimiento económico como objetivo central de política interna y externa, con mayor apertura al sector no estatal y la inversión extranjera, se refuerza.
* Publicado en Confidencial, 12 de enero
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