En aquella ocasión llevaban a Cobán a un herido por arma blanca. Le habían asestado un machetazo en el cuello, y un enorme coágulo detenía muy temporalmente la hemorragia. Ahora, en pleno 2016, se trata de una señora en estado de posparto transportada en una silla de la cabecera municipal de Senahú a la comunidad Sepacay San Francisco, en Alta Verapaz.
La fotografía fue tomada por don Francisco Tení, la persona que les ayudó a llegar en su vehículo hasta donde se pudo. Dicho sea, don Francisco hace allá las veces de socorrista, transportista, obstetra, ministro religioso, y desempeña cuanta actividad pueda en beneficio de sus semejantes.
Traigo a colación la foto y la anterior argumentación porque Guatemala, país de cuarto mundo que es, padece en estos momentos de tremendos absurdos en los que campean la insensatez, la mentira, la inmoralidad, la injusticia y la ilegalidad. Y también la muerte como cauda de tales sinrazones.
La insensatez haciendo expresión en Alejandro Maldonado Aguirre al recibir 396 000 quetzales en concepto de indemnización por sus años de trabajo en la Corte de Constitucionalidad. ¡Carajo! ¿Y la pensión de por vida que le corresponde como expresidente? ¿Y su salario como diputado —ahora— al Parlacén? Claro, ya lo sabemos: el pago es legal. Mas ¿no se da cuenta él de que nuestro Estado sufre de una real quiebra? ¿Acaso no quería implantar su dichoso salario diferenciado pese a que la canasta básica supera los 3 000 quetzales? Ah, me recuerda el chiste de un ministro religioso que decía: «Hagan lo que yo digo, pero no lo que yo hago».
La mentira sentando reales en el Ministerio de Comunicaciones con el affaire Sherry Ordóñez, la ministra que no quiere renunciar pese a que la prensa demostró que mintió en cuanto a las declaraciones que dio, atinentes al incumplimiento del pago de sus impuestos.
Ni qué decir de las inmoralidades que se han descubierto en el Congreso de la República respecto al estercolero de las plazas que sin razón llaman fantasmas. La verdad es que de fantasmas nada tienen. Semejante impudicia está a la vista de todos. Y da tanta rabia, pena, tristeza y angustia ver enfangadas a personas que uno creyó honestas, a quienes incluso se las vio crecer, a quienes se las tuvo en las aulas. Hoy no pasan de ser unos seres rastreros a quienes solo pueden esperarles la cárcel y la vergüenza.
La injusticia tiene su momento de máxima expresión también en el Congreso. Mientras un conserje allí gana hasta 30 000 quetzales, un médico especialista no supera los 7 000. Y para ser especialista tuvo que estudiar seis años de pregrado y cuando menos cuatro de posgrado. Con el agravante de trabajar en la actualidad a mano pelada porque ni guantes hay en los hospitales. Eso sí, de fallecer un paciente por falta de medicamentos, la culpa es cargada al médico.
De ilegalidades ni hablemos. Muchas de ellas son apadrinadas por abogados que nunca debieron serlo y que tienen una retorcida visión de su misión. Afortunadamente los hay honestos, juristas en quienes se puede confiar. La esperanza no se pierde.
Luego de cotejar esa retahíla de bajezas con la miseria a la que han sido relegados los más pobres entre los pobres (si tiene duda vea la fotografía), retomo lo dicho muchas veces en artículos anteriores: «¿Es el momento de reformar el Estado?». Yo creo que sí. Debemos empezar, cuando menos, por la Ley Electoral y de Partidos Políticos. Solo reformando el Estado podremos salir de nuestra condición de cuarto mundo.
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