Que la bancada oficialista de FCN-Nación debía comprar diputados tránsfugas y convertirse en una fuerza dentro de un Congreso pulverizado y cuestionado sin importar su honorabilidad y probidad, pero sí su voto contante y sonante, es una realidad que todo analista político entiende. El hoy partido oficialista ganó la elección presidencial, pero con los resultados electorales no era una fuerza importante ni en municipalidades ni en el Congreso.
Pero, aunque lógico y explicable p...
Que la bancada oficialista de FCN-Nación debía comprar diputados tránsfugas y convertirse en una fuerza dentro de un Congreso pulverizado y cuestionado sin importar su honorabilidad y probidad, pero sí su voto contante y sonante, es una realidad que todo analista político entiende. El hoy partido oficialista ganó la elección presidencial, pero con los resultados electorales no era una fuerza importante ni en municipalidades ni en el Congreso.
Pero, aunque lógico y explicable para los analistas políticos, para los 1 167 030 que votaron por Jimmy Morales el 6 de septiembre y para los 2 393 269 que votaron por él el 25 de octubre pasado, imagino que la cosa está pasando de la desilusión al enojo. Porque ellos fueron quienes le creyeron lo de «ni corrupto ni ladrón», rechazaron la vieja política y se tragaron el cuento de que con Morales como presidente Guatemala cambiaría y de que su personaje bonachón de clase media sería un buen presidente, tal vez no preparado ni con experiencia o conocimiento técnico, pero honesto y dedicado al bien.
Pero la realidad es que la lista de desengaños está creciendo rápidamente: las torpezas cometidas durante la negociación del presupuesto en el Congreso, su defensa de José Ramón Lam pese a que se demostró que este había cometido plagio académico, la opacidad en el proceso de integración del gabinete de gobierno, el escándalo de la exministra Sherry Ordóñez y sus intentos por defenderla, la necesidad de acudir al Congreso a pedir más deuda (no para resolver la crisis en el sistema público de salud, sino para corregir los errores en la aprobación del presupuesto de 2016), contestarles mal a los periodistas cuando le hacen preguntas que a él le incomodan e ignorar la urgente necesidad de empezar el proceso de recuperación de la SAT, entre otros que quizá no son públicos todavía.
Y la última adición a esta lista de desmanes es que su partido político, FCN-Nación, se haya apresurado a comprar diputados tránsfugas con la descarada intención de eludir la aplicación de las reformas a la Ley Orgánica del Organismo Legislativo. Reformas precisamente para intentar frenar un poco la porquería en el Congreso. El hecho es que, haciendo uso intensivo y vigoroso de la vieja política, el partido de Jimmy Morales pasó de ser la quinta fuerza en el Congreso a ser la segunda, empatada con el Movimiento Reformador (la nueva bancada de tránsfugas del PP). ¿Qué tal?
Supongo que dirán que lo que prometieron es no ser corruptos ni ladrones, pero no mentirosos o autoritarios. Pero ni así. Porque sí que fueron explícitos en decir que tránsfugas no.
Jimmy Morales asumió la presidencia sin experiencia, conocimientos ni equipo. Su único capital político es la confianza de la ciudadanía que le dio el voto. Me preocupan —y no oculto mi temor— las consecuencias del despecho y del desengaño de la ciudadanía al ver que sus problemas del día a día, como la crisis hospitalaria, la violencia y la inseguridad, continúan o se agravan ante los desatinos de un presidente incapaz.
Creo que cada vez es más difícil creer en la palabra de Jimmy Morales y darle valor. Después de todo, lo que sabe hacer es actuar y mostrarse como alguien que realmente no es. Y poco a poco se va revelando quién es realmente: mentiroso, incapaz y autoritario, muy parecido a los políticos tradicionales que tan enérgicamente fueron rechazados en las urnas.
¿Hasta cuándo y hasta dónde aguantaremos a un presidente así: incapaz, mentiroso y autoritario?
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