La región conocida como el Triángulo Norte de Centroamérica está en el top 5 de los países más violentos de América Latina con base en la tasa de homicidios (2015). El Salvador tiene el primer lugar con una tasa de 103 homicidios por cada 100 000 habitantes, Honduras es el tercero con 57 homicidios y Guatemala es el quinto con 30. La región está marcada por tragedias comunes: desigualdad, exclusión, impunidad, corrupción, crimen organizado, tráficos ilegales (armas, personas, drogas) y antecedentes de gobiernos autoritarios y de guerra.
El informe de Insight Crime atribuye la violencia de El Salvador, entre muchos otros factores, a los enfrentamientos entre maras y la mano dura policial. ¿Quiénes están muriendo en esta podrida realidad? En su mayoría, hombres jóvenes y pobres.
En 2014 El Salvador tuvo una tasa de 120 homicidios de hombres por cada 100 000 habitantes, mientras que la tasa de homicidios de mujeres fue de 8. En Guatemala, en 2008 la tasa de homicidios fue de 67 hombres y de 8 mujeres por cada 100 000 habitantes. Frente a esto es necesario entender el trasfondo estructural y cultural que está permitiendo esta cantidad de muertes violentas y sus lógicas.
Son infructíferas a veces esas discusiones sobre qué muertes valen más: si las de los hombres —por ser más— o las de las mujeres —por su trasfondo en el sistema patriarcal—. Todas son vidas humanas. Ahora bien, sí tenemos que ser críticos con las lógicas que adquieren todas estas dimensiones y expresiones de la violencia, ya que la forma como se dan no es un asunto ligero.
Cuando hablamos de violencia de género, casi siempre pensamos en violencia contra las mujeres. O también podemos pensar en la reciente noticia de la matanza de personas homosexuales en Estados Unidos. Ciertamente las mujeres y las personas homosexuales corren un alto riesgo de ser violentadas por hombres, pues hay relaciones de poder que promueven el odio y la desvalorización de estos otros, que son considerados inferiores al género hegemónico. En este marco entendemos los feminicidios y los crímenes de odio. Las mujeres también son las más vulnerables a la violencia sexual e intrafamiliar (el 91 % de quienes la padecen son mujeres) en este sistema patriarcal.
Pero los hombres también mueren por motivos relacionados con el género: de todas las muertes violentas, un 90 % son hombres. ¿Qué nos dice esto? ¿Qué están haciendo los hombres para ser no solo los victimarios, sino también la mayoría de las víctimas? Para entender esto también necesitamos la categoría de género: mucho tiene que ver con la forma como se aprende a ser hombre.
Los hombres son presionados para demostrar constantemente su virilidad, el macho que llevan dentro. Se enfrentan a presiones como tener que ser siempre fuertes, proveedores y protectores, tareas que a menudo pueden resultar frustrantes. Aprenden a ser inexpresivos y a que los conflictos se resuelven a morongazos, con gritos e intimidación, entre guaro y armas. Y regresemos al ejemplo de El Salvador, el país más violento del mundo, con las maras y los policías como protagonistas, en su gran mayoría hombres. ¿Qué significa allí crecer y ser socializado como hombre?
Todas estas expresiones y dimensiones de la violencia las podemos entender dentro de un sistema patriarcal que no por ello significa un mundo feliz para los hombres. Es necesario entender la complejidad de la violencia que sufrimos: los factores históricos y estructurales, las relaciones de poder que se entretejen y quiénes se benefician de la violencia, pero también la dimensión constituida por el género, esa cara masculinizada del juego de la violencia a la que debemos poner mayor atención, pues desde allí se gesta uno de los gérmenes de la violencia.
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