Cualquier persona en el mundo tendría que tener el derecho a soñar, sobre todo los niños, las niñas y los jóvenes con toda una vida por delante.* Sin embargo, en un lugar como éste, en el que cualquier día cualquiera te arrebata la vida, soñar no siempre resulta una opción razonable ni lógica. Y los más vulnerables en este panorama son siempre, los excluidos y los marginados.
Hay un dicho que dice que lo único seguro en esta vida, es la muerte, sin embargo para muchos guatemaltecos, más que un dicho, ésta es su mera realidad, sin exagerar. Viven sin un techo seguro, sin trabajo fijo, sin alimento para el siguiente día y muchas otras carencias e incertidumbres aseguradas indefinidamente.
Muchos jóvenes saben que difícilmente les darán trabajo cuando vean su domicilio en su hoja de vida: zona 18, zona 6 o Villa Nueva. Apenas podrán alcanzar un nivel escolar que les permita optar a un buen trabajo; con suerte (si antes no se ven obligados a trabajar para ayudar a su familia) encontrarán algún instituto público donde cursar hasta tercero básico pero no podrán pagar un centro privado donde terminar el diversificado. Muchos jóvenes también verán cómo los compañeros no duran para siempre.
Ciertamente la muerte es algo natural en los seres humanos, pero no las muertes que aquí se sufren a diario. A muchos niños les ha tocado desde muy temprano convivir con la muerte. Cadáveres de vecinos, compañeros de estudio o algún equis-equis que aparece en su camino cubierto por una manta vinílica, acordonado por una cinta amarilla del MP.
Aunque las estadísticas puedan mostrar reducción de homicidios en la ciudad, lo cierto es que la percepción sigue siendo la misma o mayor. El miedo y el estrés nos acompañan, en algunos casos creciendo cada día más, y en otros, simplemente los incorporamos a nuestra rutina y así vamos ampliando nuestras estrategias de adaptación a este realismo mágico de tragedias de más de cien años de soledad. Los hechos sangrientos y de violencia se van incorporando a nuestro parámetro de lo que sucede a diario y se vuelve común. Y lo más trágico, es ese paso de lo común a lo normal.
Lo normal es discutible. Normal es para algunos, como se presenta en varios medios de comunicación y para quienes la muerte se ve muy lejos desde sus carros blindados, pero no para los hijos y la viuda del piloto o para la hija única de Paty o para los amigos del Chiqui. A ellos la vida les cambia para siempre, dudo que se acostumbren a esas pérdidas y seguramente jamás creerán que era normal que su ser querido les haya sido arrebatado.
Hoy en día ya no es muy difícil vaticinar las noticias. En los titulares de Twitter no pasa una hora sin que aparezcan palabras como precaución, balacera, muerto, herido, asalto, riña, turba, accidente de tránsito, etc. Las muertes ya no son presentadas como pérdida de una vida sino son alertadas por el reporte del tránsito: precaución, use rutas alternas. ¡Imagínese eso! se nos está haciendo habitual revisar el #tráficogt porque es altamente probable cualquiera de estos hechos y que lleguemos tarde a alguna cita.
Me asusta que dejemos de asustarnos, de indignarnos, que este país nos esté robando la vida y los sueños. No quiero dejar de sentirme acongojada por convivir con esta realidad pero tampoco quiero que me robe mis esperanzas. Mientras tanto, habrá que seguir trabajando por un país en el que todos y todas tengan derecho a soñar sin ese miedo o incertidumbre de perder la vida cualquiera de estos días.
*El pasado 12 de agosto se celebró el Día Internacional de la Juventud, con realmente muy poco que celebrar en las condiciones que viven y las perspectivas de la mayoría de jóvenes de este país.
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