Se encuentran juntos gracias a sus hijos mayores –viajeros incansables- que se conocieron una tarde en el centro de la Ciudad de Guatemala y, un día en que Marie no tuvo donde dormir, Juan Carlos le ofreció donde quedarse. Ahora que él está en Francia, ella lo invitó a su casa en Le Mans. Han venido en un “viaje solidario”: tienen tiempo, corazón y un poco de plata para compartir.
Nos sentamos los cuatro y como todos los extraños hablamos del clima y de lo fácil que es encontrar una dirección en el Centro Histórico. A medida que agotamos los temas triviales, Brigitte me pregunta cuánto falta para que mi papá se jubile. “Para eso falta un poco, ojalá”, dice él. A los 60 años, supongo que esta es una pregunta que ya se hizo y se vuelve cada vez más constante, se convierte en una preocupación más en qué pensar.
Jaime les explica en un español muy simple que aquí envejecer es algo que hay que planear: se debe ahorrar para ser viejo, hay que prever vivir en una casa que se pueda mantener y que sea funcional para un cuerpo cansado. Si alguien tiene opción de organizar la vida para esperar sin pena las canas, se tiene suerte. “Por estos días no se encuentra tan fácilmente en Guatemala un seguro para mayores de 70 años. Las enfermedades de los viejos son caras. Ustedes tienen la suerte de tener una salud gratuita y deben pelear por ella”.
Lionel, un hombre francés que trabaja en una empresa automotriz, ve a mi papá seriamente y le dice que tiene razón, que es lo que él piensa y dice. En estos tiempos en que los principios de solidaridad y equidad son puestos en duda, la lucha por defenderlos es cada vez más crucial. Las grandes conquistas de la educación y de la salud gratuitas son hoy cuestionadas en las sociedades europeas, en el marco de una crisis con nombres de empresarios financieros como responsables, que quieren (hoy sí) que el Estado los ayude, a costa de que el Estado se endeude. “Europa y Bruselas, nos explica, no quieren Estados deficitarios y usualmente el déficit es a causa de los gastos sociales. Hoy queremos ser deficitarios para pagar los errores del sector financiero y mantener sus ganancias”. Termina compartiendo la sentencia de mi papá: “El sector financiero, aquí y allá no produce riqueza, pero nos arrebata nuestro trabajo”.
Hoy por hoy pagan el agua potable dos veces más cara, desde que se dio en concesión a una empresa que entre otras cosas se encarga de limpiarla y de distribuirla, pero ha dicho que nunca se hará cargo de los costos de mantenimiento. Cuando viajan en carro, deben pagar peaje a otra empresa privada, y tienen muy claro que esas carreteras están hechas con el trabajo de muchos franceses. Con esos ejemplos todavía se atreven a hablarles de liberalismo, libre mercado y de una Grecia llena de ciudadanos irresponsables que no pagan sus impuestos. Ellos no se la creen, porque lo que ven es “un mercado que no existe, o más bien, que existe sólo para los que reciben las ganancias”.
La crisis económica mundial es muy fácil de comprender cuando te lo explican franceses que la viven en carne propia, día a día en su trabajo, en las sobremesas del almuerzo. No tienen necesidad de hablarte en la jerga economicista, ni mostrarte estadísticas o replicar opiniones complicadas de expertos. La crisis no tiene solo que ver con economías nacionales y empresas o bancos, tiene que ver con cuánto dinero tenemos para vivir cada día y cuánto habremos de preocuparnos del futuro. Y mientras yo les traduzco en un francés engavetado por mucho tiempo, me digo que en Guatemala lo que tenemos de eterno es la crisis y no la primavera.
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