Antes del covid-19 era igual: siempre había antisociales que asistían a las conferencias, escuchaban desde el fondo del salón, tomaban el café y salían sin hacer cháchara. El rol sigue intacto en línea, nomás que sin el beneficio del cafecito.
Una representante del Ministerio de Educación presentó una ecléctica colección de contenidos reunidos por la cuarentena: Aprendo en casa —planes, videos, contactos de donantes, blogs, biblioteca, programas y más—; Mineduc Digital, que ofrece cursos de autoformación, y Biblioteca Virtual —también disponible en Aprendo en Casa—, con materiales de referencia como Wikiguate o Enciclopedia Británica —y con algunas notables exclusiones—.
Dos representantes de Empresarios por la Educación mostraron estadísticas de la poca penetración del internet en Guatemala y describieron como contraste las exitosas experiencias de digitalización escolar en Uruguay (Plan Ceibal, con más de 12 años de operación) y en Costa Rica. Finalmente, un representante de la Asociación Nacional de Municipalidades de la República de Guatemala (ANAM) habló sobre un convenio para proporcionar internet vía wifi en el parque central de todas las municipalidades del país como medida de ampliación de acceso para estudiantes y docentes.
La conferencia resultó interesante, pero predecible. Los esfuerzos son encomiables. ¿Cómo no apreciar el contenido educativo digital reunido aunque sea de emergencia? Y solo desde la mezquindad no se valoraría que la ciudadanía tuviera internet gratuito en el parque de las municipalidades más remotas. Pero las intervenciones describen entero el modo chapín: demasiado poco, demasiado tarde y con malicia.
Las pésimas estadísticas de penetración de la internet educativa en Guatemala son fruto de insistir en marginar a la mayoría de la población. Hace más de una década, mientras Uruguay ponía en marcha su Plan Ceibal, el empresario Salvador Paiz quería poner internet en las escuelas de Guatemala. Ni su poderío económico alcanzó: el remate de radiofrecuencias hecho por Arzú al privatizar las telecomunicaciones fue tan completo y opaco que no le quedó al Estado nada que pudiera usar para la tarea. Todo se vendió a testaferros, de modo que no se podía saber quién era dueño de qué. Y sin fondo de acceso universal en la ley de telecomunicaciones, las empresas no tenían ni el incentivo para poner internet en las comunidades dispersas o pobres ni la obligación de hacerlo. Nada ha cambiado. Quizá usted o yo también financiaríamos ilegalmente la campaña política de Jimmy Morales como suicidio ético ante tanta frustración.
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Luego, mientras Uruguay y Costa Rica profundizaban su digitalización, aquí se renovaron a ojos cerrados los convenios que cedían las radiofrecuencias por otro par de décadas a las mismas empresas, todo a cambio de donativos al erario. Ahora que sabemos cómo conseguía dinero Acisclo Valladares en Tigo, hasta podemos preguntarnos de dónde salió la plata para esos donativos envenenados.
Como tapa del pomo, se propone una intervención tan pobre como en el pasado. El wifi en el parque no es internet educativo. Es una mejora de infraestructura social municipal presentada como desesperado peor es nada en tiempos de crisis. Es como estudiar bajo el poste de luz porque en la casa carecemos de electricidad.
¿Y cómo funcionará la instalación en las municipalidades? Según el representante, es un convenio de la ANAM con «una empresa». ¿Cuál empresa? ¿Cuándo se suscribió? ¿Cuánto cuesta? No lo dijo, no lo dice la ANAM en su sitio, ni Google en toda su sabiduría me lo pudo aclarar. Eso sí: la representante de Empresarios por la Educación no desperdició la ocasión para recomendar que los municipios faciliten la instalación de torres celulares en los municipios. De más está recordar que esto ha sido fuente de conflicto en los municipios, siempre atropellados por el poder central y por las empresas de telecomunicaciones. Y así comenzamos a entender.
Como el antisocial que traslada su conducta de la conferencia física a la virtual, aquí vemos trasladar los atropellos chapines —¡tan reales siempre!— al campo virtual. Si queremos tener resultados como Uruguay o como Costa Rica, no basta con señalar con ansia sus resultados, con hablar de ellos como «inspiración» —sí, la palabra fue usada en la conferencia—. Para tener resultados uruguayos o ticos hay que portarse como uruguayos o ticos: invertir en la gente, empezar con tiempo, persistir, estar del lado de la ciudadanía. Ni con videoconferencias se puede insistir en apostar al interés de una élite empresarial depredadora y esperar resultados de educación para todos.
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