La sintomatología que se pone al tapete fue identificada en un ejercicio acerca del liderazgo realizado en una sociedad médica a la que pertenezco. Los hallazgos con relación a la mala conducción grupal —que sobresalieron en tres estratos estudiados—, pueden servirnos para identificar en nosotros mismos algunas de esas falencias o avizorarlas en los dirigentes sociales que tenemos cerca. Total, «el ser humano no es perfecto, pero es perfectible» reza un dicho no tan popular.
Por razones de espacio solo destacaré cinco síntomas que siendo palpables se convierten en signos inequívocos de un mal liderazgo.
1. Creer que la institución a la que se llegó es ahistórica.
Muchos pseudolíderes creen ser la salvación del mundo para aquel lugar a donde, quizá por compadrazgo o cualquiera otra razón nada grata, fueron llamados (sucede mucho en los estratos políticos y gubernamentales). Las alertas deben dispararse cuando ellos comienzas a modificar pautas ya establecidas en orden a los parámetros del sitio de donde provienen. Significan esas acciones una supina ignorancia referente al modo de pensar de la institución que los acogió. Las instituciones tienen su propia historia y, si un líder quiere modificar un derrotero, debe primero entablar relación con esa historia para evaluar si vale la pena provocar un cambio que, dicho sea, puede ser muy válido, siempre y cuando sea debidamente discernido.
2. Creer que la institución no tiene sus propios objetivos.
Sucede entonces que, en lugar de optimizar los medios para alcanzar los propósitos ya establecidos, crean otros que se distancian de la filosofía institucional generando caos y confusión entre sus compañeros y sus subordinados.
3. No permitir que se les evalúe.
Pueden incluso ser amables, condescendientes en apariencia, pero cuando se les insinúa que van por un camino equivocado optan por recurrir a sus superiores para que se les validen aquellas decisiones que sus compañeros o subalternos han cuestionado. Así, en ese intento de conseguir respaldo, no les importa atribuirse ideas, proyectos y logros inexistentes en su haber personal pero que sí son de otras personas para lograr su cometido. En pocas palabras, les interesa lo suyo (a costa de lo que sea y de quien sea) y no lo institucional.
4. La utilización del maquillaje fatuo.
Usualmente los pseudolíderes maquillan sus intervenciones respaldándolas con citas superficiales o rebuscadas para dar la impresión de saber mucho de un contenido. El resultado es tragicómico. Cuando se está frente a un verdadero experto, en lugar de generar fiabilidad para su exposición o su escrito (proyecto incluso), provocan risa o lástima.
5. Existe el deseo de ser omnímodo.
Nada puede hacerse sin ellos, nada puede existir sin ellos, nada es cierto si no lo dicen ellos (según ellos). Para mantenerse a flote consultan las decisiones a tomar (a guisa de compadre hablado) pero antes, ya han sugerido las decisiones a ser aprobadas. Este es el momento cuando empiezan a tirar todo por la borda.
Cuando esos cinco síntomas estén presentes, más aún si ya tienen características de signos, téngase por seguro que esas personas están muy cerca de llevar al fracaso un proyecto, una dependencia e incluso, una institución completa. Y en el remolino que provocan se hunden ellos arrastrando a su equipo humano.
¿Qué hay detrás de los individuos que actúan de esa manera? Como primera respuesta, terribles fracturas en su personalidad quizá generadas desde su infancia. Su yo interno es caótico y no les permite establecer un sano juicio. Sin duda alguna, esas personas necesitan tratamiento especializado. De suyo son un peligro para la sociedad.
Concluyo con una cita del P. Adolfo Nicolás Pachón, S.J., extractada de su discurso a los superiores y directores de obra de la Provincia de Castilla de la Compañía de Jesús (Valladolid, 6 de mayo 2013): «El líder tiene que ser honesto, directo y consistente. Un líder inconsistente crea un desbarajuste enorme en sus colaboradores. La consistencia da confianza»[1].
Quizá la primera pregunta debiera de ser para quienes estamos al frente de una institución: «¿soy consistente y genero confianza?». Una respuesta honesta nos proveerá, de forma segura, las añadiduras que necesitamos saber.
Más de este autor