Qué lejos de imaginar que apenas 24 horas después ese ranking anual sería llevado a extremos pavorosos con lo sucedido en El Cambray II. Es en estas ocasiones cuando el dolor satura, los deseos de escribir ya no de manera sarcástica, sino cínica, arremeten dentro de uno y dan ganas de decir que todo lo que se hace o dice parece un desplante y que no se ve que se haya aprendido nada hasta que se cambie la forma de hacer las cosas.
Ahora resulta que todos sabíamos lo que podía p...
Qué lejos de imaginar que apenas 24 horas después ese ranking anual sería llevado a extremos pavorosos con lo sucedido en El Cambray II. Es en estas ocasiones cuando el dolor satura, los deseos de escribir ya no de manera sarcástica, sino cínica, arremeten dentro de uno y dan ganas de decir que todo lo que se hace o dice parece un desplante y que no se ve que se haya aprendido nada hasta que se cambie la forma de hacer las cosas.
Ahora resulta que todos sabíamos lo que podía pasar, pero nadie hizo nada. Ojalá que las acciones que se tomen permitan mitigar ese riesgo latente y de sobra documentado; que se entienda que, cuando los activistas aficionados a la forma y no al contenido dicen que somos el cuarto país más vulnerable del mundo ambientalmente hablando, esto se refiere a la vulnerabilidad ante deslizamientos; que no es ante huracanes o ante terremotos.
Que el cambio climático influye en aumentar la vulnerabilidad, de acuerdo. Pero es histórica nuestra afición a ponernos en mayor posición de riesgo. Desde que la segunda capital del país fue destruida totalmente por un deslave al ser construida en las faldas de un volcán deberíamos haber empezado a aprender. Siglos han pasado y, a como acostumbramos hacer las cosas, siglos van a pasar antes de que aprendamos. Y es que el aprender se manifiesta cuando cambiamos nuestra forma de actuar. Si no la cambiamos, no creo que hayamos aprendido.
Dicen los noticieros de inicios de esta semana que los vecinos desalojados de las inmediaciones de El Cambray II manifestaron su inconformidad con estos desalojos preventivos, pero hay temas en los cuales no se puede renunciar a la responsabilidad del Estado. Además, las tres fases de implementación de una política pública siguen un orden férreo. Para implementar sí se necesita represión. Para consolidar se aplican los incentivos. Y la fase superior es cuando se trasciende el problema mediante educación.
Más de este autor