No podemos olvidar que, aunque las simpatías de Grass se orientaban hacia la izquierda, su manera franca y directa de abordar el tema de la sexualidad le generó anticuerpos en la extinta República Democrática Alemana. A diferencia de muchos en la izquierda radical europea, Grass fue de los primeros en apuntar que, si bien resultaba inspirador que Die Linke (la composición de plataformas de izquierdas alemanas) hubiese logrado el gobierno de la provincia de Turingia, también era necesario que aquellos diputados que habían tenido participación directa en la extinta Stasi lo hicieran del conocimiento público y que, de haber participado en abusos contra la ciudadanía alemana, pidieran al menos disculpas. Lo anterior no sentó para nada bien con las tribus más radicales de la izquierda alemana.
Cuando Grass hizo pública su participación en la décima división de tanques Frundsberg de las temibles Waffen-SS y en las Schutzstaffel (SS), sus críticos le apuntaron con gusto desmedido. No se debe olvidar lo complejo y difícil del proceso de desnazificación llevado a cabo en Alemania. Se instauró la culpa colectiva, la vergüenza compartida y el complejo de victimario eterno. Para la mayoría de los alemanes, el proceso de aceptación realmente se inició el 7 de diciembre de 1970, cuando el canciller de Alemania Federal (el socialdemócrata Willy Brandt) se arrodilló en Varsovia ante el monumento en conmemoración del levantamiento del gueto de Varsovia. Alemania, entonces, haría un trabajo loable para reparar el daño cometido por los nazis. Pero, a nivel del diálogo interno alemán, había dos cuestiones concretas que debían tenerse claras: 1) no hacer referencia a los casos oscuros del pasado y 2) jamás criticar al Estado de Israel.
Pues Günter Grass hizo precisamente las dos cosas. Por eso, la confesión en Pelando la cebolla respecto a su pasado parecía empañar las cosas. El Bourdieu alemán, la voz pública más enfática de la cultura alemana, se sinceraba. Pero sus críticos lo tildaron de nazi en lugar de notar que Grass estaba simplemente haciendo un proceso de confesión natural para los alemanes de su generación. Joseph Ratzinger lo hizo igual. Reconoció su paso por las Hitlerjugend (como todos los chicos alemanes de esa generación). Luego, al publicar el poema Lo que hay que decir, el cántaro, que ya estaba lleno, se rebalsó. Un alemán que ocultó su pasado de guerra en las Waffen-SS para hacerse una voz líder en la izquierda y que lo reconoció tardíamente ahora hace lo prohibido en Alemania: criticar a Israel.
Sin embargo, Grass no huyó del debate. En entrevista del diario israelí Haaretz, Grass dijo lo siguiente: «Soy consciente de las heridas que la sigla SS abre en los recuerdos de muchos de los habitantes de Israel, y es por eso por lo que desde ahora y hasta el final de mis días llevaré en la frente la marca de Caín de esa doble ese». En esa misma entrevista del año 2011, Grass afirmó: «Si soy amigo de alguien, debo tener el coraje de aceptar la crítica de ese alguien. Debemos dejar de tildar de antisemitas a quienes expresan críticas sobre las políticas actuales del Estado de Israel».
Así que la pregunta en cierto espectro del debate es si, de fondo, Grass era antisemita. Pregunta difícil y compleja de responder. Han pasado desapercibidos, en muchas de las notas que narran su biografía, los detalles de clásico antisemitismo en su obra de 1959 El tambor de hojalata. En esta, que tematiza (otra vez) lo que los alemanes no debían tocar (el Holocausto), resulta que los dos personajes judíos que allí aparecen, Segismundo Markus y Fajngold, son descritos como judíos errantes (con la clásica fisionomía semita) y como personas solo interesadas en los negocios. Pero, por el otro lado, Grass compartía una amistad directa con Amos Oz, el literato israelí más importante y ganador del Premio Franz Kafka. No en pocas ocasiones Grass había expresado públicamente su apoyo a Oz para que fuese candidato al Nobel de Literatura por la publicación del texto A Tale of Love and Darkness. En esta novela, Oz reflexiona sobre su pasado, sus orígenes en Europa del Este y su cambio de apellido (de Klausner al hebreo Oz) para rechazar su origen europeo. Quizá Grass sufría el mismo problema que la obra de Oz apunta: «Ser odiado por ambos bandos». Oz relata que, en la Europa de sus padres, las paredes decían: «Judíos, fuera de Polonia». Y al llegar a la Palestina del Mandato británico, los muros decían: «Judíos, fuera de Palestina».
Grass fue criticado por todos los bandos: por la extrema izquierda, por los progresistas de izquierda, por el lobby judío y por los radicales de derecha.
Como todas las mentes geniales, fue capaz de encabronar a todas las partes involucradas en los debates importantes. Y fue también incomprendido.
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