Si promediamos 20 años entre todos y todas, más de medio milenio de vida fue, literalmente, cortado de tajo. Las imágenes del cuadro del horror y la descripción de la forma en que operaron los perpetradores no deja lugar a dudas: un comando que actuó militarmente con brutalidad, cegó de tajo estas 27 vidas. Todas y todos los ejecutados llegaron al sitio buscando un ingreso estable para sostener a sus familias, todas, parte inequívoca del mercado de miseria y exclusión que es la base de nuestro Estado oligárquico y, más que feudal, prácticamente esclavista.
Pero, ¿quién y cómo entrenó a los integrantes del grupo ejecutor para que fuera capaz de ensañarse de esa forma brutal contra seres indefensos, aterrorizados y solitarios? Los primeros indicios señalan abiertamente que el grupo de los llamados Zetas, original brazo armado del nombrado cartel del Golfo, cuenta desde sus inicios con personal formado militarmente en estrategias contrainsurgentes. Según la mexicana Procuraduría General de la República (PGR), miembros de unidades contrainsurgentes de élite del ejército de ese país, entrenadas por la estadounidense Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés), habrían sido el núcleo del grupo criminal. Algunas fuentes también mencionan la participación de las unidades de élite de defensa Sayeret Matkal, de Israel, y de la gendarmería francesa, en la formación de tales unidades militares. El centro docente original de los ahora mafiosos fue la Escuela de las Américas (SOA, por sus siglas en inglés), responsable del entrenamiento de efectivos de los ejércitos, responsables de gravísimas violaciones a derechos humanos durante las dictaduras militares en el continente.
Hace menos de un quinquenio, cuando llegaron las primeras noticias de las acciones brutales de los Zetas, fue público que entre los mismos también se encontraban efectivos que se habían formado en la escuela Kaibil (hoy Comando de Tropas Especiales del ejército de Guatemala), tristemente célebre por su rol brutal en la matanza de guatemaltecas y guatemaltecos durante el conflicto armado interno. El pretexto para crear la escuela, también llamada “el infierno kaibil”, fue la existencia y actuación de organizaciones insurgentes armadas en el país. La guerra interna fue el pretexto, pero la paz se firmó en 1996.
De la preparación de la tropa élite nacional, de individuos que se formaban como “máquinas de matar”, la escuela se convirtió en un negocio para el ejército guatemalteco. El curso kaibil se promovió entre los ejércitos latinoamericanos y más allá de los océanos, pues ha contado permanentemente con estudiantes de Taiwán así como de varios países del sur del continente y, destacado por la cantidad de graduandos, el grupo integrado por elementos del ejército mexicano. Cálculos de académicos del país vecino estiman que una tercera parte de los pupilos del “infierno kaibil” son miembros del ejército mexicano, fuerza de la cual desertaron los fundadores de los Zetas, ahora convertidos en cartel de la droga.
La fallida guerra al narco en México pareciera estar llegando a un relativo balance propiciado por acuerdos con grupos “menos brutales que los Zetas”, los cuales habrían logrado empujarlos hacia el Sur. Estados Unidos y México ganan cierta paz y Guatemala, cabeza de la región centroamericana, recibe el embate de los Zetas y su zaga de brutalidad y terror. Brutalidad y terror aprendidos en instituciones pagadas con nuestros impuestos a costa de la miseria y la exclusión que llevó a 27 jornaleros y jornaleras hoy masacrados, buscar empleo en la finca de un presunto mafioso, que hasta antes de la matanza estuvo protegido por el sistema.
No todas las familias de las 27 víctimas de la matanza pudieron darles sepultura a sus seres queridos. Ni siquiera el alivio de cerrar un duelo con el ceremonial funerario pudieron tener. A solas, acompañadas por sus propios compañeros y compañeras de martirio, las víctimas de la masacre vivieron el horror que, como macabro déjà vu, repitió el patrón de las masacres perpetradas durante el genocidio en Guatemala. Cerco a la localidad, concentración inicial y separación de hombres y mujeres, reconcentración en el sitio comunal, inmovilización con las manos hacia atrás en un amarrado que une pies y manos, tortura individual en busca de información, ejecución paulatina, individual, brutal, hasta acabar con el grupo. Ese método, aprendido por los cuerpos de élite en “el infierno kaibil”, se usó durante la contrainsurgencia y hoy lo repite este cuerpo criminal. Los impuestos de todas y todos, alimentaron el huevo de la serpiente en que se convirtió esta unidad. Se criaron kaibiles que se convirtieron en Zetas. A 15 años de la firma de la paz, ¿qué espera el Estado de Guatemala para cerrar este infierno y nido de asesinos?
Más de este autor