Es curioso recordar así a una mujer capaz de desplegar una enorme energía sobre el escenario mientras cantaba, casi con dulzura, esos versos de Free to Decide:
So to hell with all your thinking
and to hell with your narrow mind.
You’re so distracted from the real thing.
You should leave your life behind…
Conocí a los Cranberries a través de Zombie, un himno sobre el atentado del IRA en Warrington, 1993, que se expresa en esos versos que hablan de la violencia y el horror del conflicto en Irlanda desde la perspectiva del corazón roto de una madre y que concluyen que debemos estar equivocados cuando la violencia causa silencios.
No Need to Argue, el álbum de 1994, que incluye Zombie y Ode to my Family, se convirtió rápidamente en un referente de lo que en los años 90 del siglo pasado se conoció como rock alternativo. To the Faithful Departed (1996) consolidó un estilo algo más crudo, con obras como Salvation, un sermón antidrogas en todo orden («to all the kids with heroin eyes: / don’t do it, don’t do it), Hollywood y When You’re Gone.
Sin embargo, confieso que Bury the Hatchet (1999) es uno de mis discos favoritos. El conmovedor video de Animal Instinct, la letra de Promises y la dosis de alegría que Just my Imagination les inyectaba a las mañanas grises de mis primeros meses de 2001 son razones por las cuales aún sonrió.
Wake Up and Smell the Coffee (2001) nos regalaría Analyse, Time Is Ticking Out y una versión de In the Ghetto, la canción de Elvis Presley de 1969 que recrea la historia del niño que nace una mañana gris en Chicago y crece con hambre para morir tras robar un auto.
Perdí la pista de los Cranberries durante algunos años. Roses (2012) y Something Else (2017) serán piezas referenciales en una historia en la que cuentan más los recuerdos de lo vivido en torno a la música: personas con sus palabras y silencios, aeropuertos y autobuses, madrugadas empeñadas en escuchar canciones, los amores que se quedaron y se fueron, el café consumido en el camino.
Tal vez no queda mucho que decir cuando la cobertura de los medios (que se van especializando en cubrir la muerte de las estrellas del rock) se ha encargado de seleccionar las mejores canciones de la banda irlandesa, revelar los demonios con los que vivió Dolores O’Riordan y explicar que, por ahora, su muerte no tiene explicación. Además, conozco a quienes aseguran haber aprendido con los Cranberries a superar los amores y desamores de la adolescencia.
Sin embargo, si hay algo seguro es que voy a extrañar esa voz que me invitaba a abrazar la fragilidad desde su energía, de la que guardo el recuerdo de un amanecer sobre la cúspide del templo V de Tikal escuchando Dreaming my Dreams.
¡Buen viaje y gracias, Dolores!
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