Empezó como una noticia aislada: un ciudadano chino de 55 años había dado positivo con un virus nuevo, el causante de la enfermedad ahora llamada covid-19. Era el 17 de noviembre de 2019. Cuatro meses después, el virus se ha propagado en más de 140 países y ha contagiado a más de 160,000 personas, un crecimiento espectacular que llevó a la OMS a declarar la enfermedad como una «pandemia», lo cual fue recibido como el reconocimiento oficial de la gravedad de la situación: el mundo se declaraba en estado de emergencia.
Los especialistas aún luchan por desentrañar las consecuencias que esta pandemia tendrá para el mundo, pero ya hay algunos indicios, los más obvios: la galopante crisis económica, especialmente en los sectores turísticos y de servicios, así como la marcada chinodependencia de la economía mundial. Ahora lo único que puede mitigar la crisis económica es la celeridad con la que el mundo logre contener el avance de la enfermedad, elemento indispensable para saber qué tan larga y prolongada va a ser la etapa de recuperación del grave impacto que ya ha causado la pandemia.
La consecuencia más sutil es el cuestionamiento de las características globales en la economía, la política y la vida social. En una época marcada por el exceso de información, la divulgación de información sesgada y malintencionada está creando reacciones de pánico, xenofobia y discriminación. El día que Guatemala declaraba que ya existía el primer caso, los ciudadanos reaccionaron inundando los supermercados, mientras en la calle se multiplicaban opiniones como «que Dios nos ampare porque nos va a llevar la gran diabla» o «¿por qué, si ya saben, dejan entrar a esa gente mierda?».
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Otro aspecto resaltable de la crisis es la multiplicación de las interpretaciones políticas de la enfermedad. Ya hay teorías que declaran todo el asunto como una conspiración china para aumentar su hegemonía mundial, mientras que otras culpan a Estados Unidos como una forma de contener al gigante asiático en la guerra comercial que ya había iniciado el actual presidente de Estados Unidos. Por su parte, en Guatemala, un notable excandidato presidencial declaraba de la manera más irresponsable que la pandemia era una conspiración del capitalismo para eliminar a los pobres e indeseables.
Un último renglón de reflexión proviene de todas las especulaciones sobre remedios milagrosos, mecanismos secretos para evitar el contagio y hasta supuestas predicciones ancladas en adivinos como Nostradamus, a quienes ya le atribuyen una predicción ad hoc que nunca elaboró, todo lo cual caracteriza con fuerza esta nueva época social, en la que el mecanismo más fuerte de intermediación ya no son las relaciones cara a cara, sino la interacción por redes sociales. Lo más preocupante de esto, sin embargo, no es que existan teorías descabelladas, sino que las personas les den credibilidad a tales informaciones sesgadas.
El avance del virus de la covid-19 no es la única amenaza. Lo es también la multiplicación del virus de las noticias falsas, que ya tienen un potencial político importante. La crisis global de legitimidad y la tendencia regresiva de la democracia son dos consecuencias directas de la manipulación de la información para crear comunidades desinformadas, temerosas y manipulables, que respondan a los estímulos que el sistema produce. Lamentablemente, si no aprendemos a revertir este mecanismo de manipulación mediática, la crisis de la democracia será permanente y duradera.
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