El sistema de justicia completo se encuentra en un riesgo muy grave de ser capturado por un pacto de corruptos fortalecido, por una estructura criminal muy amplia, integrada y robustecida por corruptos, narcotraficantes, financistas de campañas electorales y uno que otro anticomunista trasnochado. La semana pasada, en una acción decisiva, la Fiscalía Especial contra la Impunidad (FECI) del Ministerio Público (MP) recapturó al que quizá es su operador principal: Gustavo Adolfo Alejos Cámbara.
Lo que la FECI y las fuerzas de seguridad encontraron en el hospital en el que estaba ingresado Alejos con permiso especial del juez para supuestamente atenderse problemas de salud ha sido motivo de escándalo, pero ninguna sorpresa. En ese inmueble Alejos tenía a su disposición salas de reuniones, bar, asador y otras comodidades. En el refrigerador, rótulos magnéticos con los nombres y los partidos de los 160 congresistas. Y en el asador, a medio quemar, listados de candidatos a las magistraturas de la Corte Suprema de Justicia y de las salas de apelaciones, además de notorios precintos para billetes con rótulos de «Q10,000».
Pese a la magnitud del escándalo, Alejos y los implicados han demostrado tener cuero de danta con sus declaraciones ligeras, con las cuales pretenden restarles importancia a los hallazgos de la FECI. Expresiones como «no es pecado tener carne y cervezas en el hospital» o «no es mío; me lo regalaron» son ridículamente inverosímiles e insultan la inteligencia de la ciudadanía, pero quizá en los laberintos judiciales elevan la dificultad del trabajo de la FECI. Por supuesto, semejante despliegue de descaro y desfachatez evidencia lo mucho que menosprecian la opinión pública sobre ellos y que están concentrados en lo único que les importa: en sus negocios sucios y corruptos y en cómo asegurar impunidad para que la justicia no los moleste.
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Lo malo es que no se trata de un negocito corrupto de poca monta, sino de todo el sistema judicial. Este pacto de corruptos reforzado ya capturó una parte importante del Congreso de la República, incluyendo la Junta Directiva y las presidencias actuales de las comisiones de trabajo más importantes. Ahora están a un paso de asegurar la captura del Organismo Judicial, una empresa que asumen como lo que para ellos es un asunto de vida o muerte (donde muerte significa recibir el castigo que la ley dicta para lo que hacen).
En una sociedad democrática funcional, con un verdadero Estado de derecho y en la que prevalece una cultura de legalidad, esto sería más que suficiente para la activación de un movimiento ciudadano y social amplio capaz de denunciar y frenar estos abusos. Pareciera que el movimiento de 2015 consumió la energía de la ciudadanía guatemalteca, que, hoy agotada, como parece estarlo, permanece inerte incluso ante el descaro insultante de Alejos y su pandilla. Casi los puedo escuchar brindando entre carcajadas: «Pero vos no te preocupés porque de todas forma a la gente le da igual. Ya nada le importa a nadie, así que animate. ¡Dale!».
En efecto, proliferan la apatía ciudadana y pragmatismos tontos como «pero si siempre ha sido así; ¿cuál es el problema?», «con que sean de derecha» o «que hagan esta así en lo que reformamos la Constitución». Temo mucho que la ciudadanía guatemalteca aprenderá demasiado tarde que la apatía en estos casos sale demasiado cara.
Y así capos corruptos como Alejos continuarán riéndose de nosotros en nuestra cara. Y con ello tendremos cortes con cuero de danta y estaremos cada vez más cerca de consolidar el guatemalteco como un narco-Estado criminal y corrupto.
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