Los recientes ensayos nucleares norcoreanos, el lanzamiento ad experimentum de misiles dirigidos hacia los nipones, la oratoria bélica y agresiva que mantiene desde hace una semana su presidente y la interpretación de los ejercicios militares de Corea del Sur y Estados Unidos como una agresión y no una disuasión, hacen pensar que nuestro planeta está en serio peligro.
La Península de Corea es una caldera cuya presión viene acrecentándose desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando una mitad quedó en manos de los norteamericanos y la otra bajo el control de los soviéticos y, aunque la ocupación militar fue cediendo a gobiernos propios, los líderes del Sur y del Norte de aquel país no fueron ni han sido capaces de reunificar a sus pueblos. La imposición de las ideologías de uno y otro lado lo han hecho imposible.
Adobado el contexto con heridas que no han sanado desde la Guerra de Corea (1950), tal parece, el paralelo 38 es más que una frontera: Es la mismísima Guerra Fría inmovilizada temporalmente y muy cercana a reactivarse. Esta vez, al calor de una guerra atómica.
No es la primera vez que una de las partes en conflicto amenaza con detonar artefactos nucleares. El general Douglas MacArthur planteó la posibilidad de una ofensiva de esa naturaleza cuando el ejército comunista, apoyado por los soviéticos y los chinos, invadió Seúl, la capital de Corea del Sur. Harry Truman, presintiendo que los soviéticos responderían con la misma moneda, destituyó a MacArthur desvaneciendo así el fantasma de una hecatombe. Joseph Stalin, en reciprocidad, propuso dos sistemas políticos en la misma región y en 1953 se firmó el Armisticio de Panmunjong.
A seis décadas de la finalización de la Guerra de Corea, el caldo de cultivo que implica las condiciones económicas actuales de Corea del Norte, su percepción de que Corea del Sur y sus socios norteamericanos significan para ellos un enemigo mortal y la tensión provocada por los ejercicios militares de estadounidenses y surcoreanos, da para pensar que el estado de guerra ya declarado puede pasar con mucha facilidad a hostilidades francas y desastrosas.
A la fecha, no se ha percibido que el Consejo de Seguridad de la ONU u otro organismo internacional estén trabajando con la celeridad necesaria para desactivar la tensión existente. Las cadenas noticiosas televisivas no le han dado la cobertura que sí han desplegado para conflictos menos peligrosos como los golpes de Estado en países de América Latina y, la información, preocupante de por sí, ha fluido más por las redes sociales.
Los socios de Corea del Norte, Rusia y China, se han mostrado incómodos e irritados con Pyongyang y han llamado a la calma. En tanto, del lado occidental, solamente México y Venezuela han intervenido requiriendo cordura.
Nuestro mundo, el planeta Tierra, está saliendo de las vacaciones de Semana Santa para enfrentarse a una pesadilla: La posibilidad de una guerra nuclear. Los antecedentes históricos y la situación prebélica en la Península de Corea así lo anuncian. Y mientras muchos piensan que las declaraciones de Kim Jong-un no pasan de ser una retórica belicista que no va más allá de las amenazas, el entendimiento nos dice: Corea del Norte no está bromeando.
Así que, confiando en las mujeres y los hombres de buena voluntad y en que la presión de la caldera pueda disminuir: Felices Pascuas de Resurrección.
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