El filósofo Sam Harris, en su último libro Free Will (2012), nos dice que es una ilusión el creer que somos los autores de nuestro propio destino. La diferencia entre éxito y fracaso es la suerte, es decir, el resultado de un proceso puramente aleatorio. Ello se debe, en parte, a que nuestros pensamientos y propósitos surgen a partir de complejas interacciones químicas y eléctricas que ocurren en el cerebro, ese órgano gelatinoso que pesa tres libras y que apenas empezamos a comprender, donde hay unos 100 millardos (1011) de neuronas y unos 100 billones (1014) de sinapsis.
Muchos creyentes piensan que Dios tiene un plan para ellos y que es cuestión de discernir adecuadamente Su voluntad para cumplirla. Otros creen que todo lo que ocurre es voluntad de Dios y, por lo tanto, aceptan con resignación “lo que les toca” vivir. Los primeros creen, entonces, en el libre albedrío y en sus consecuencias, es decir, el castigo para quien deliberadamente se niega a obedecer los mandatos divinos. Los segundos son fatalistas, pues para ellos no hay manera de oponerse a los designios de un Dios que consideran todopoderoso e infinitamente sabio. Curiosamente, entre los cristianos encontramos ambos tipos de creyentes. Yo me formé en la tradición católica, según la cual somos capaces de distinguir el bien del mal y también somos libres para decidir cuál camino queremos tomar. Esta visión también invita a la transformación de la sociedad, por medio de un proselitismo que ofrece un premio futuro (“la vida eterna”) a cambio de un comportamiento presente acorde a la Palabra de Dios (el ethos bíblico –que, por cierto, es difícil de definir porque hay varios, sujetos a las más diversas interpretaciones).[i]
Tengo registrado en mi memoria que, aproximadamente a los siete años de edad, mi maestra de “Educación en la Fe” en el colegio se asombraba de mi conocimiento sobre las historias y personajes bíblicos. Eso era porque durante las vacaciones mi mamá nos enviaba, a mis hermanas y a mí, a los cursos infantiles de la iglesia evangélica en la colonia, donde asistía su mejor amiga. Por otro lado, con mi familia padecimos en 1980 un evento traumático: una especie de secuestro en nuestra propia vivienda, donde los tres agresores torturaron a mi papá por varias horas, para que les diera dinero y nos amarraron al resto. Esto, más la partida de mi abuelita materna –quien me enseñó el Credo en su lecho de muerte–, fueron detonantes para que mi mamá buscara en la religión un refugio y una respuesta. Así empezamos a acompañarla a los grupos de carismáticos y otras actividades de la Iglesia. A los ocho años de edad la religión empezó a ocupar un lugar central en mi vida.
Todos aceptamos la fuerte influencia que en nuestras vidas tienen las madres, pero en mi caso la influencia materna viene de más atrás. En la historia familiar en Petén tenemos varios relatos de sacerdotes y religiosas. Por ejemplo, el del Padre Pinelo quien se consagró a la Iglesia después de la muerte de su amada esposa. El caso más sobresaliente ha sido el de Mons. Próspero Penados del Barrio, sobrino de mi abuelito. Pero también tengo una tía que estuvo con las dominicas y un primo en segundo grado que es sacerdote con los salesianos. Lo que quiero decir es que hay una fuerte tradición familiar en esto de la religión. Incluso, cuentan que mi bisabuela quería ser monja, pero no pudo porque sus papás no tenían para pagar la dote.[ii]
Entonces, ¿cuánto de mis decisiones se explica por el medio ambiente que me rodeaba: colegio católico, abuela y madre religiosa, vida social en un contexto parroquial y luego Universidad católica? ¿Cuánto se debe a alguna predisposición genética o a una fuerte herencia cultural para creer en supersticiones y un pensamiento mágico? Finalmente, yo tomé la decisión de entrar a la vida religiosa, sin coacción alguna, pero ¿de dónde provino dicha preferencia? En ese momento, pensaba que Dios me llamaba para servirle, que era “un escogido”. ¡Nada más alucinante y embriagante para un joven creyente de 19 años, que busca su lugar en la sociedad, que cantar y aplicarse a su propia vida la misión del profeta Jeremías!
No obstante, al ir madurando como persona, especialmente en asuntos de la Fe, gracias a la apertura de los mismos frailes dominicos para leer y profundizar en lo que quisiéramos, se fue transformando mi mentalidad y, como dirían los postmodernos, fui des-construyendo todo aquello que me llevó a dar semejante paso de radicalidad en el seguimiento de Jesús. Sobre eso compartiré en próximas entregas.
* http://es.wikipedia.org/wiki/Libre_albedr%C3%ADo
[i] Por ejemplo, en el caso de las cartas supuestamente atribuidas al apóstol Pablo, que entraron al canon del Nuevo Testamento, se distinguen tres tipos de códigos morales, como explica el experto John Dominic Crossan (2004) en su libro In Search of Paul: How Jesus' Apostle Opposed Rome's Empire with God's Kingdom.
[ii] Ver entretenido relato de mi tío Raúl Alvarado Pinelo en Diario del Petén (diciembre 2011), “Mamá Chalía viajó en mecapal”.
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