Qué refrescante es leer a la Conferencia Episcopal de Guatemala y recordar que no todas las fuerzas tradicionales de la sociedad miran hacia un costado cuando tienen que hablar de los problemas nacionales a tres meses de las elecciones. Ni los partidos políticos, ni el CACIF, ni los medios más grandes los han tocado. Así que micrófonos para estos religiosos, presididos en esta instancia por monseñor Vizcaíno.
“Rechazo, indignación y vergüenza” son ciertamente las palabras que mejor describen el sentimiento por la masacre de 27 guatemaltecos en Petén. Vergüenza por la pobreza que llevó a esos campesinos a trabajar explotados; por la indiferencia del Estado –en especial del Inacif– para con los familiares de las víctimas; porque como sociedad se nos va olvidando el tema…
La CEG hace bien en preguntar por los registros de ex kaibiles que debe aportar el ejército para hacer las investigaciones sobre los zetas. Aplauden las recientes capturas de capos, pero recuerdan que es insuficiente y se tiene que depurar la infiltración del crimen organizado en el Estado, en especial en el Ministerio Público y el de Defensa.
Rechaza las soluciones “inmediatistas y populistas” de los políticos y piden que se toquen las raíces estructurales y profundas de la situación actual: “raíces que están en el injusto y desigual acceso a las oportunidades, en la ancestral exclusión y marginación de grandes sectores de la población y en la fragilidad de nuestro sistema democrático”. (Sólo habría que añadir equidad de género y lucha contra el racismo.)
Demandan acciones en los temas neurálgicos del país: transparencia en el financiamiento electoral, planes de gobierno concretos, el hambre, la falta de equidad, falta de desarrollo rural, educación y salud, conflictos históricos y actuales de tierra, exclusiones y discriminaciones, seguridad. Reglamentos para consultas populares y ley de extinción de dominio, ley de desarrollo rural integral, ley de minería y otras. “Los bloqueos de leyes deben ser denunciados como ejercicios de irresponsabilidad política y quién sabe si también como defensa de agendas ocultas y de servicio a intereses inconfesables”. ¿Aló partidos?
Tras los importantísimos aportes de la Iglesia católica en Centroamérica durante los años sesenta y setenta para reivindicar la dignidad de la persona humana, que llevó al Estado a una represión contrainsurgente (asesina y en el imaginario) que no sólo fue política y étnica sino religiosa contra los católicos, hemos desvalorizado los aportes de muchos religiosos para modernizar y hacer más justo este país.
En la década de los noventa, una buena parte de la Iglesia se dedicó a reivindicar la paz y los derechos humanos –que lejos de la perorata conservadora no es más que recordar que todos, en especial los excluidos, somos humanos y tenemos derechos–; se dedicó a reivindicar la vida, después de décadas de muerte en Istmania.
Quizás perdemos foco al dar micrófonos sólo a los ultraconservadores, que pierden energías y el tiempo al enfocarse únicamente en la sexualidad.
En nuestra historia colonial y republicana, ha habido luces y sombras en la trayectoria de la Iglesia católica. Pero luces como tantas, como las actuales, como las de la segunda mitad del siglo XX y las futuras son de aplaudir y acompañar.
Tengo la dicha de trabajar desde hace un semestre con jesuitas, o más bien, de aprender, de profundizar, de matizar, de intentar ser más riguroso y ético en el camino, de aportar más al país con ideas y acciones. Y es una alegría saber que los demócratas, que anhelamos un país más justo, próspero y moderno, no estamos solos en este trabajo de todos los días y todas las horas. martinpellecer@gmail.com
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