En aquella ocasión, 138 países votaron a favor de la resolución y Guatemala se colocó en el grupo de los temerosos abstencionistas, los que apenas sumaron 41. En aquella oportunidad, es evidente que pesó el lobby y las presiones que desde determinados grupos conservadores guatemaltecos y norteamericanos se hicieron sobre el país.
La cuestión Palestina no era, pues, una cuestión de gobierno, y si en aquella oportunidad pudo más la visión conservadora del entonces canciller –como lo fue también durante todo el gobierno anterior-, la nueva administración de la Cancilleria parece tener más claras las tendencias geopolíticas actuales y, con buen tino, enderezar el vergonzoso entuerto en el que se habían metido en noviembre último.
Pero si la declaración de la cancillería hace énfasis que la decisión tomada es consecuencia del esfuerzo del actual gobierno por no continuar manteniendo al país al margen de las alianzas estratégicas latinoamericanas, tal parece que en algunos casos, como en la representación ante la OEA, el planteamiento no se ha entendido y hasta se juega en contrario. Haber asistido a la deslucida presentación de Federico Franco –Presidente en funciones de Paraguay y a punto de dejar el cargo- el pasado 5 de abril no hace sino poner piedras, y pesadas, en el camino de la incorporación de Guatemala a las alianzas regionales.
Como se sabe, Franco en su paseo por Madrid y antes de aterrizar en Washington, externó públicamente que para su país era una “bendición” que Hugo Chávez hubiese muerto. La frase, expresada por un ciudadano común y corriente no habría tenido mayor implicación, pero viniendo de un presidente cuya llegada al poder ha sido cuestionada por la inmensa mayoría de los países de la región no abona, en nada, a la recuperación de las relaciones regionales. Venezuela prontamente activó todos sus mecanismos diplomáticos y consiguió que 21 gobiernos, de los 34 países miembros del organismo, hicieran pública su inasistencia al evento, que en consecuencia duró solo unos cuantos minutos, con la presencia sonriente de la delegación guatemalteca en una sala casi vacía.
Si bien es cierto que la OEA es un organismo en decadencia, también lo es que en esos organismos es donde se pueden tejer alianzas de mediano plazo, por lo que estar en el grupo de los automarginados, conformando el cada vez más reducido séquito de adláteres de los norteamericanos para nada reposiciona al país. Más aún cuando a este gobierno lo único que le va quedando como carta de presentación relativamente decente es su propuesta de discutir desde otras perspectivas el asunto de las drogas y estupefacientes y para ello, innegablemente, necesita del apoyo de la mayoría de los países del continente y de los sectores más modernos del mundo. Tal vez por ello la cancillería, para “sacar la pata” de lo sucedido en la OEA, apresuró el reconocimiento al Estado de Palestina, de manera que para la próxima asamblea de este organismo, que se realizará en el país en los primeros días de junio, las relaciones estén menos tensas con sus miembros más activos.
Muy probablemente Daniel Borenboim, el ciudadano argentino-israelí avecindado también en Palestina, famoso director de orquesta que ha hecho múltiples esfuerzos por levantar la voz de los ciudadanos comunes y corrientes de ambos países para construir relaciones de amistad, mostrará simpatía por el acto de pragmatismo político de Guatemala, de manera que Wagner resuene intensamente y la equivocación en la OEA no tire por la borda lo hasta ahora avanzado.
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