Comentario

Compensar el péndulo

10/03/2021

Ilustración: Suandi Estrada

Comentario

Compensar el péndulo

10/03/2021

Ilustración: Suandi Estrada

La confianza está rota. De seguir así, estamos bien encaminados a ser víctimas de la próxima figura populista. Debemos crear espacios seguros y acuerdos minimalistas pero constructivos.

Texto: José Quiñónes
Edición: Enrique Naveda

Discutir sobre el papel de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig) es un tema que en Guatemala puede amargar el postre en cualquier cena de cumpleaños; su sensibilidad y diversidad de percepciones, garantiza acaloradas polémicas. Así que capturar las experiencias que se vivieron, y extraer lecciones, resulta de un valor indispensable para Guatemala y sus habitantes, y en cierto grado, el mundo, por haber sido dicha institución un prototipo experimental que despertó mucho interés en la comunidad global anticorrupción.

Se aplaude la iniciativa y el esfuerzo de este estudio y esperemos que despeje inquietudes de quienes apoyaron, se desencantaron o se opusieron a la Comisión y que puedan recogerse valiosas conclusiones y lecciones de diversos sectores y desde diferentes puntos de vista.

Ciudadanos y policías militar se enfrentan después de que los primeros tomaran la Plaza de la Constitución durante los preparativos para las celebraciones del Día de la Independencia, el 14 de septiembre 2017. / Simone Dalmasso

El estudio reúne valiosas experiencias de personas con que la investigadora manifiesta tener familiaridad, lo que sin duda ofrece mucha luz y franqueza sobre impresiones que normalmente no se exponen en público. Y me trae a colación un concepto que se ha llegado a conocer como “Falsificación de Preferencias” (Preference Falsification), acotado por Timur Kuran, un economista de la Universidad de Duke, y que, en forma resumida, describe la propensión a reprimir la espontánea expresión de voluntad ante factores externos, como el deseo de encajar (o no desencajar) o pertenecer a un grupo. El anonimato y la confianza en la investigadora son elementos esenciales para poder escuchar relatos que se perciben como francos y genuinos.

Por otro lado, la forma de escoger y recoger las experiencias, si bien ofrece muchas bondades, también representa retos a nivel de contar con una muestra representativa de quienes se les describe como miembros del “sector privado”, término que pueda aglomerar un rango de personas amplio, y de pensamiento variado, dentro de las cuales cabrán personas cuyos comentarios podrían ser contrastantes o cuya interpretación de los hechos resulte diferente a las recogidas en el estudio y que logramos escuchar con mucho interés. Es clave también poder recoger estas versiones y extraer reflexiones y lecciones de este importante capítulo de la historia de Guatemala, si es que no conclusiones.

El estudio logra recoger un espíritu de relativa unidad inicial tras un malestar derivado de la creciente impresión de que la corrupción había alcanzado niveles insostenibles, y también el repentino desencanto de quienes dejaron de sentirse identificados con la Cicig, o se sintieron injustamente amenazados directa o indirectamente por ella, o bien cuestionaron su intención y objetivos. Esperamos que el estudio también desencadene la posibilidad de analizar y construir sobre lo que inicialmente era un cometido esperanzador para el mediano plazo en Guatemala, y que terminó en una polémica polarizante y en el que el llamado táctico a las emociones y a los valores fundamentales de distintos grupos no vino por casualidad. Los esfuerzos terminaron en una acentuada y amenazadora polarización cuyos efectos, lejos de desvanecerse, se acentúan.

La renuencia a escuchar (y quizá entender) posturas distintas, a mi juicio, evidencia un distanciamiento provocado, muchas veces gestado en redes sociales, el pasatiempo de moda. Estigmatizar a quienes mantienen posturas diferentes se volvió el objetivo primordial. El estudio lo llama “sanción social” y solo confirma que la manipulación sigue funcionando y deliberadamente se aprovecha para desacreditar y silenciar (“asesinato de la personalidad”) (p. 62) a quien resulte necesario, por grupos que se benefician de mantener un sistema de justicia debilitado.

Entre las razones que según el estudio causaron mayor malestar, se resalta la percepción de “justicia selectiva” (p. 57), principalmente por la persecución a delitos que se percibieron como de menor envergadura y algunos en los cuales no se conoció beneficio económico, como el caso de algunos directores del IGSS, con prisiones preventivas extendidas y con efectos de sanción efectivas, algunas que desenlazaron trágicamente. La criminalización de los procesos tributarios (p. 44) también se menciona como un elemento clave que se percibió como ideológicamente parcializado. Al día de hoy, subsisten muchos casos penales tributarios iniciados en el 2017 que nunca progresaron por carecer de sustancia, pero ni la SAT, el Ministerio Público o los Juzgados se atreven a desestimarlos por temor a represalias en medios o “redes sociales” o por mantener incentivos perversos ocasionando perjuicios a los afectados. Estos son reflejos que el camino, sin emitir un juicio de valor de por qué, sí hubo un efecto de pérdida de confianza que marcó un claro punto de inflexión.

Un funcionario público entra esposado a torre de tribunales para una audiencia del caso La Línea, en abril 2016. / Simone Dalmasso

Las secuelas de la pugna son, al día de hoy, muy palpables, especialmente en la generación de desconfianza entre grupos que, aunque tienen la capacidad de concordar en temas primordiales, les resulta incómodo poderse escuchar.

Por otro lado, el estudio evidencia que la corrupción es solo una manifestación de un modelo débil en el que la influencia indebida sobre un funcionario (tanto un pago indebido como cualquier cosa de valor, como el ofrecimiento de avances en su carrera profesional o tráfico de favores ) es el eslabón más efectivo para lograr un cometido sea un fallo favorable o el retraso en resolver (en cualquier sentido) un nombramiento, una autorización, una ley o concesión o desacreditar a un competidor para obtener una ventaja competitiva; todo esto ataca al corazón de lo que quisiéramos entender como Estado de Derecho y como libre comercio. Si no cegamos la fuente, enfocarnos en sus manifestaciones más evidentes sólo provocará incrementar el costo y la sofisticación de la corrupción, y fortalecerá la cleptocracia como un verdadero poder organizado que pareciera es lo que ya se está ya consolidando.

La tarea debería estar en buscar figuras que puedan ser puentes, rostros nuevos que gocen de alguna credibilidad (o ausencia de suspicacia) para iniciar un proceso de recuperación de confianza mínima y emprender uno de crear espacios genuinos de diálogo en los que el objetivo no sea persuadir o desacreditar sino entender las distintas posturas y explorar consensos mínimos de cómo fortalecer un Estado de Derecho.

El efecto de no hacerlo es arriesgado. Sin líderes virtuosos dispuestos a participar en un sistema colapsado, y en manos de una democracia con instituciones que dependen en lo absoluto del voto indocto, el sistema se vuelve frágil, y susceptible a colapsar ante sacudidas al sistema.

En línea con las experiencias en varios países latinoamericanos y en el mundo, y la nuestra reciente, estamos bien encaminados a ser víctimas de la próxima figura populista, presta a explotar sentimientos de ideologías de cualquier tipo, para cautivar la emoción del electorado ingenuo y perpetuarse en el poder. Seguro ante un escenario de estos, la corrupción pararía sustituyendo al sistema de administración de justicia, en definitiva.

Alejandro Giammattei durante el discurso presidencial, el día de la toma de posesión, en enero 2020. / Simone Dalmasso

El ensayo debe dejar por un lado las “ideologías” y enfocarse puramente en el riesgo y la sostenibilidad del país. Para cualquier guatemalteco decente, su estilo de vida, la ONG a la que pertenece, su emprendimiento, su profesión o su negocio está en riesgo ante el populismo, que usa las ideologías de fachada para conquistar poder. Para el populismo no hay “izquierdas” ni “derechas”, solo conveniencias. Podemos seguir mofándonos y desacreditándonos, llamándonos “empresaurios” o “chairos” pero ese juego es irresponsable, cortoplacista y simplemente mantiene una cortina de pugna mientras se sigue socavando el sistema. Para quienes mantienen un pensamiento dogmático esto resultará imposible, pero esto tiende a estar en minorías, mientras que la Polarización se fortalece a sí misma, y amenaza con ampliar sus alcances. Un insulto se defiende con una revelación más grande, un juez “alineado” con otros dos magistrados “partidarios”, es una espiral de desgaste hacia el fondo.

Sin consensos mínimos no hay Constitución que tolere el llevar las situaciones a los extremos: siempre habrá algo que interpretar, una norma que derogue a otra, un principio constitucional que se superponga a otro. En ese andamiaje de legalismos, se oculta el verdadero enemigo que lo explota para encontrarle provecho propio.

El estudio habla de círculos sociales y organizaciones que se agrupan como “clubs”; la investigadora concluye: “Limitarse a amistades que piensan de forma homogénea es, al final, para algunos, también pertenecer a un club en el que van a presionarlos para que se alineen.” (p. 90). La realidad es que de una forma u otra todos buscamos pertenecer a círculos afines y buscamos un sentimiento de pertenencia, pero esto es igual de cierto para cualquiera, abogados, académicos, activistas, antropólogos… (podríamos seguir en orden alfabético). No hay algo perverso en sí mismo, y es perfectamente natural, y parte del fundamento de la libertad de asociación, aunque, llevado al extremo resulta en un tribalismo poco saludable. En palabras de Aristóteles, la virtud llevada al extremo es vicio. Continúa el comentario: “diversificar los círculos sociales ha representado, para varios, una oportunidad para ver la realidad desde otros ángulos…”, y concuerdo en que el facilitar estos espacios de intercambio es urgente y debe ser en múltiples vías. Bien haríamos todos en expandir nuestros espacios de conocimiento empezando por aprender a escucharnos mejor, aceptando que la convivencia e intercambio entre grupos diferentes, precisamente robustece el sistema.

Se pone así en evidencia la renuencia a la tolerancia y la creencia que se mantiene un monopolio de la verdad, pero ¿qué verdad?

Los relatos de estas 17 personas evidencian que hay muchas “versiones”, y seguro hay muchas más (no representadas en el estudio), muy ciertas dentro de la óptica bajo la que cada quien vive, dentro de sus propias realidades, su círculo de influencia y el marco cultural que influye en cada uno. Sin embargo, sin consensos mínimos y un andamiaje legal sólido, la incertidumbre y el odio son tierra fértil para instaurar una dictadura populista, independientemente de la fachada de ideología que le cobije.

Un oficial del juzgado de mayor riesgo custodia el aula de tribunal en marzo 2016. / Simone Dalmasso

Si bien es cierto que hay muchos ejemplos que los guatemaltecos brillamos ante la adversidad, hay retos en la corrupción y el crimen organizado, una bonanza ilusoria y el estímulo a la economía que seducen, desorientan y opacan el riesgo de heredar a nuestros hijos y a los suyos el vivir en un sistema putrefacto. Hay que encontrar un punto en común, recuperar el optimismo y la unidad del 2015, que este estudio recoge bien.

Hasta ahora lo que ha sobresalido es “la cruzada contra la corrupción" como un monstruo apocalíptico que lo único que permite es resolverse por la fuerza. El objetivo es el correcto, y no hay que bajar la guardia, pero también debe reconocerse que no mucha gente quiere hacer depender su vida y sus negocios de la corrupción. Pocos están en la tarea de crear los sistemas para reducir incentivos perversos que facilitan la corrupción. La guerra tiene otras raíces y otras motivaciones, los relatos que escuchamos en el estudio están llenos de emoción. Es indispensable introducir herramientas que operen desde la razón y aunque en todo hay una dosis sana de emoción, no debe ser ésta la que impere. Estas herramientas deben permitir retomar esa lucha, pero desde la raíz, con mecanismos de control efectivos (desde financiamiento electoral hasta licitaciones públicas), atacando la discrecionalidad y oportunismo, para todos, desde su origen.

En esa tarea de escuchar debe reconocerse que los temas de la historia reciente no han sanado y ocultarlos o menospreciarlos no permite fácilmente abandonar la emoción, ni mirar hacia adelante sin la barrera del rencor y la desconfianza.

La ausencia de confianza y la desconfianza son dos temas muy distintos. La primera genera una expectativa positiva, pero la segunda genera temor. Mientras la ausencia de confianza es aquella condición en la que no tengo un juicio de valor creado, sino más bien indicios o presunciones que permiten construir o no la confianza (entre otras formas mediante un diálogo franco), la desconfianza por su lado arrastra una alta expectativa de fracaso y destruye y paraliza cualquier proceso.

El tema de crear confianza debe abordarse en forma sistemática, como se abordaría un problema grande en la familia o en los negocios, atendiendo las 3 dimensiones básicas de la confianza: la competencia, la honestidad y la benevolencia. No puede sacrificarse ninguna.

Instaurar un sistema para sostener diálogos difíciles, en los que el reto lejos de persuadir y desacreditar sea encontrar consensos, es el primer paso para inyectar estabilidad al sistema y construir confianza. Esto requiere visión a largo plazo y madurez, pero también utilizar métodos comprobados de sostener esos intercambios en forma ordenada y productiva. Un primer paso será entender y armonizar los prejuicios que todos acarreamos y que se manifiestan cuando encasillamos a las personas en categorías preconcebidas y empieza desde lenguaje que usamos; el propio título de “élites económicas” o “activistas” acarrea en sí todo un concepto detrás, que, de entrada, añade complejidad a cualquier intercambio.

Estela Coc Chamán, 18, proveniente de Lancetillo, Uspantán, El Quiché, marcha junto con su hijo, Willy, de dos años, llegando al centro histórico de la capital, durante la marcha de la dignidad por la vida y la justicia en mayo 2019. / Simone Dalmasso

Sin conocer realmente lo que nos mueve no se puede construir confianza. Algunas veces los precursores son principios compartidos como la dignidad o autorrealización, que bien vale la pena explorar para construir sobre un sistema de ley y orden que se perciba como justo por la mayoría y proporcione estabilidad al sistema. La contrapartida es que la inestabilidad provoca la búsqueda de procesos liberatorios violentos que precisamente atentan contra esos mínimos sobre los cuales resulta estratégico producir consensos.

Si algo evidencia este estudio es la prevaleciente falta de confianza entre grupos, por lo que hacemos una invitación a construirla sobre acuerdos mínimos.

Si bien esfuerzos anteriores han tenido resultados mixtos y usualmente a corto plazo, en su mayoría han sido intentos más que para promover confianza, para negociar temas de coyuntura de alto nivel, y por grupos que representan muchas veces posturas arraigadas, procurando soluciones ambiciosas e impuestas. La diferencia estará en mejorar la receta. Hacerlo de abajo para arriba, sobre temas más pequeños, pero de raíz, que inviten al consenso, en forma ordenada y segura dentro de espacios que inviten a respetar la libertad de expresión y no tengan posturas rígidas o que su participación comprometa los intereses de las instituciones que se representen, idealmente involucrando nuevos rostros sobre quienes exista “el beneficio de la duda”.

En el pasado se ha tratado de abarcar mucho y muy rápido, solo para terminar en una frustración mayor. Estos deben ser procesos más realistas, de pasos pequeños, que en su conjunto ayuden a regresar el péndulo a cierta estabilidad. Ya existen algunas iniciativas en este sentido que parecieran esperanzadoras.

El objetivo debe ser claro para todos: encontrar consensos para crear confianza, y así contribuir a un sistema más robusto que reaccione en forma cohesiva ante amenazas a los derechos más fundamentales, y en el que libre de nuestra condición social, económica, ideológica o religiosa individual, se refleje una postura unida ante lo que amenace a esos derechos. Es una estrategia ganadora la que a los empresarios nos permita operar en un sistema que muestre estabilidad y planificar en el mediano plazo y a la ciudadanía en general le haga sentirse con oportunidades de crecimiento en un sistema que se perciba como razonablemente justo y fomente la paz y la prosperidad.

Escucharse es un paso primordial. La alternativa es seguir alimentando y negociando con la cleptocracia que crece con voracidad, elevando el precio de tener que interactuar con ella. Continuar compitiendo por quién echa el leño más grande al fuego resultará quemándonos las manos a todos.

José Quiñónes es un abogado con amplia experiencia en estrategia corporativa

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