Comparar para reconstruir

El derecho comparado es una materia relativamente nueva, en contraste con otras como el derecho civil o el derecho mercantil. Esta rama del derecho surge en el siglo XIX como parte de un esfuerzo de países como Francia y Alemania de convertir el derecho en ciencia mediante la codificación y la sistematización de una serie de costumbres y usos.

En esa época se consideraba que el derecho continental había alcanzado la verdad y que, al traducirlo en leyes y otorgarle al Estado el monopolio de creación de estas, todos los países que la adoptaran iban a tener una mejor vida. En ese contexto, en 1900 se realiza el primer congreso de derecho comparado en París.

La Primera Guerra Mundial le da un giro a esta idea y, luego de ser el derecho —cuya fuente principal era la ley— el prominente, los poderes económico y político de Estados Unidos y Reino Unido introducen en el mundo la costumbre y la jurisprudencia (entre otros). La globalización y la creación de organismos internacionales como Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos, Unidroit y un sinfín más mantuvieron vigente la necesidad de una rama del derecho que estudiara los distintos sistemas legales.

El derecho comparado busca encontrar las diferencias y similitudes entre distintos sistemas legales. Esto es de gran ayuda cuando estamos unificando legislación, como es el caso en Europa, o bien cuando se hace un tratado internacional que se aplica en distintos países. Pero, en Guatemala, ¿para qué nos puede servir este ejercicio?

Yo considero que nos sirve para dos cuestiones que son importantes. Primero, nos obliga a estudiar nuestras instituciones de raíz, pues tenemos que compararlas con otras que nos son ajenas. Muchas veces, solo al contrastar podemos comprender la naturaleza de algo que se nos ha dado. Y segundo, nos permite reconstruir.

En el siglo de los Estados fallidos o Estados frágiles, el derecho comparado se considera cada vez más una herramienta necesaria para restablecer la democracia y el Estado de derecho. Y es por eso que ahora, en este lugar al que me rehúso a llamar país, necesitamos investigarnos en comparación con otros para comprendernos y, a partir de ese esfuerzo, corregir los errores que hemos cometido y que nos han llevado a este desgobierno.